Acorralado por la mayor carrera inflacionaria de los últimos 27 años, Mauricio Macri optó por pagar los desorbitantes costos de la recesión para tratar de buscar una salida. Pero ahora el Presidente se encuentra en el laberinto de sus propias recetas, que alimentan las dudas sobre el futuro económico y jaquean sus sueños de reelección.
Aunque en la Casa Rosada celebran los resultados del ajuste para normalizar las cuentas públicas y la efectividad de la agresiva cruzada del Banco Central para desacelerar el salto de los precios, el principal anhelo es vislumbrar los primeros brotes verdes de la recuperación económica que, se descuenta, llegarán de la mano del campo ya entrado el próximo año.
Pero en el ínterin, el equipo económico de Cambiemos deberá dar los pasos necesarios para despejar toda la incertidumbre reinante que se materializa en indicadores como el Riesgo País y, en menor medida, en el nivel de las tasas que fija el mercado para las Letras de Liquidez (Leliq) que subasta diariamente la autoridad monetaria.
La dimensión del desafío la determinan los números rojos de la recesión económica, donde las empresas tratan de sobrevivir ante la caída del consumo y los altos costos para financiarse, y donde los trabajadores reciben el impacto directo de la devaluación por la profunda pérdida del poder adquisitivo de más de 10 puntos frente a la inflación (que este año cerrará por encima del 44%), y por el aumento de tarifas a raíz del ajuste fiscal.
La actividad acumuló en septiembre los seis meses de bajas consecutivas necesarios para que se declare formalmente la recesión. Y el desplome acumulado del año se ubicó en 1,9%. Al respecto, el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, advirtió que los números de noviembre revelarán "los picos más altos de la caída" y apostó que luego habrá una "desaceleración de esas caídas".
Ayer se confirmó que el nuevo plan monetario que puso en marcha Guido Sandleris apenas asumió al frente del Central consiguió desacelerar la carrera de la inflación: los precios avanzaron 3,2% en noviembre, luego de los extremos saltos de 5,4%, en octubre, y de 6,5%, en septiembre.
Es apenas un alivio luego de la crisis cambiaria que catapultó la devaluación para que este año supere el 54%.
La punta de lanza del ataque del BCRA son las altas tasas de las Leliq, con las que se busca secar la plaza de pesos y contener cualquier presión extraordinaria sobre el dólar. Con el nuevo esquema, esos rendimientos llegaron a superar el 73% anual, pero a fines de octubre emprendieron un camino descendente y actualmente se ubican en torno al 59,13%.
Uno de los principales daños colaterales del torniquete de la autoridad monetaria es que ese nivel de tasas se traslada con mayor fuerza a los costos de financiación en el sector privado, lo que afecta fundamentalmente a empresas acorraladas por la recesión. Las consecuencias se reflejan en la profunda caída de la inversión, que según estudios privados fue 16,3% en octubre y tocó así su menor nivel desde 2015.
Así las cosas, todo indica que el Gobierno deberá centrarse en la difícil misión de reconstruir la confianza sobre la marcha de la economía para que los inversores que hoy se refugian en las Leliq apuesten por otros activos argentinos (fundamentalmente aquellos asociados a la inversión productiva).
Una cruzada similar deberán emprender para darles previsibilidad a los inversores extranjeros porque, resuelto con los dólares del FMI el programa financiero para 2019, las dudas se centran ahora en el plano político a partir de diciembre del año próximo. Esa desconfianza sobre los activos argentinos mantiene al Riesgo País en niveles récord, superiores a los 700 puntos.