Parece un simple juego de palabras. Pero en realidad, la idea de que el lugar que una persona ocupa entre sus hermanos afecta su personalidad tiene toda la lógica del mundo. No es lo mismo ser quien inició a los padres en ese rol, y los agarró saliendo de una etapa anterior, que tener "el camino allanado" por varios hermanos mayores. Así suele ser la personalidad de las personas según el orden en el que nacen.
Hermanos mayores
El primer hijo es un poco el ensayo de dos personas (o una, o las que sean) que están aprendiendo a ser padres. Eso, de alguna manera, impacta en la personalidad. Por un lado, los hermanos mayores suelen ser quienes piden permiso por todo y son responsables, ya que su único ejemplo a seguir son los padres, quienes elaboran las leyes. Están más cerca de los adultos y eso se refleja en una personalidad madura. Es esperable que, después, ellos quieran ser quienes imponen las reglas a los demás.
Los del medio
Muchas personas que crecen en este rol tienen la dificultad para encontrar cuál es su lugar, sienten que no son ni una cosa ni la otra. Pueden tener características de los hermanos mayores y los menores, y también tratar de ser todo lo contrario. A diferencia de los primeros hijos, nunca tuvieron a sus papás "en exclusiva" para ellos, pero tampoco quedaron en el lugar de ser para siempre los más pequeños. Eso muchas veces los lleva a ser los más rebeldes.
Los menores
Se dice que el hermano o hermana menor encuentra el camino allanado, y en algún sentido es verdad. Crece con más letra, más experiencia de los padres y a la vez más consejos de los hermanos. Los papás ya no tienen tantos miedos, los hijos menores tampoco, porque suelen ver como sus hermanos hacen todo antes que ellos. Por eso son espontáneos, libres y creativos. Son los menos atados a las reglas, que con el tiempo se fueron modificando.
Hijos únicos
Ser hijo único es todo un tema aparte. Puede tener sus beneficios, pero quizás pesa más el hecho de que todos los anhelos, frustraciones y deseos de las familias materna y paterna se depositan en ellos, sin poder compartir esa carga. Según explica el diario La Nación, consultando a la doctora Mabel Ugarte, el crecer con esa presión puede volverlos más ansiosos; y además, haber desarrollado muchos juegos en solitario durante la infancia puede llevarlos al roce social.