Panorama político nacional: Cambiemos y el peronismo, interpelados por la crisis

Por Edgardo Moreno

(Foto: Twitter @mauriciomacri)
(Foto: Twitter @mauriciomacri)

La profundidad de la crisis económica que sacude al país está reconfigurando los principales espacios políticos. El eje que define el nuevo escenario tiene dos polos en tensión: ajuste y gobernabilidad. El impacto sacude a oficialismo y oposición.

El radical Ernesto Sanz masticó con amargura las noticias sobre el encuentro en una parrilla de San Isidro, en el conurbano belga de Buenos Aires, entre las cúpulas de Cambiemos y del peronismo no kirchnerista.

En los días agitados en los que el presidente Macri decidió acudir al Fondo Monetario Internacional para coagular la devaluación del peso, Sanz fue públicamente rehabilitado para integrar la mesa de conducción de la coalición gobernante. Pero no se enteró de la cumbre con la oposición para intentar un acuerdo político que envíe una señal positiva a los mercados.

Los gobernadores del radicalismo le compartieron su ofuscación. Horas después la representación de la UCR se ausentó en la reunión formal de la mesa de conducción política del oficialismo. El gesto fue insuficiente. El macrismo ni preguntó sobre la inasistencia por enojo.

El silencio es un desaire que los radicales anotan. Ante la opinión pública los hostiga la comparación con el trato de preferencia que Macri le dispensa a Elisa Carrió. Y de cara a su propia construcción territorial, un acuerdo con el peronismo suena como el equivalente a un certificado de defunción.

Carrió viene de tropiezo en tropiezo desde la media sanción en Diputados de la legalización del aborto. A su amenaza de ruptura intentó suavizarla con declaraciones de apoyo al Gobierno por la crisis económica. Todo lo creíble que puede sonar su discurso cuando alude a cuestiones de ética pública se convierte en fragilidad e inconsistencia cuando opina de economía. Oscila entre teorías conspirativas de resonancia alfonsinista y apelaciones a la conmiseración de los mercados, al estilo de Juan Carlos Pugliese.

Cuando ensayó una broma sobre su divorcio con el radicalismo, le abrió el paso a una réplica de la UCR que pareció recargada por aquel enojo previo por el ninguneo de Macri. Carrió intentó suavizar la situación con otra humorada en la que reconoció su vínculo privilegiado con Mario Negri, el jefe del interbloque oficialista en la Cámara Baja.

En el balance, la coalición gobernante -que tiene una debilidad congénita para construir consensos con la oposición- sumó a esa evidencia fisuras en su articulación interna. Y lo hizo en un momento clave, particularmente difícil para el país.

La propensión a la deliberación interna de sus socios radicales de primera o segunda cosecha -el traspié discusivo de Carrió provino de recordar sus orígenes en la UCR- alimenta en el macrismo la tendencia al encapsulamiento para la toma de decisiones.

Por eso, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, avanzó después de los contactos con Sergio Massa, Miguel Pichetto, Juan Schiaretti y Juan Urtubey. Intentó convencer a María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta de la necesidad de dar muestras claras de ajuste en los distritos gobernados por los delfines del Presidente. Sostiene que de otro modo el peronismo jamás acompañará la reducción del déficit en el próximo Presupuesto.

Macri autorizó el sondeo con el peronismo pero desconfía del juego opositor. Cree que la estrategia de sus adversarios es entretener al gobierno alentando la expectativa de un acuerdo, para dejarlo plantado a la hora de los bifes. Por eso no termina de desactivar a los sectores del gabinete que proponen ejecutar el ajuste por iniciativa propia y empujar al peronismo moderado a que sincere su alineamiento con las locuras de Cristina Kirchner en la última milla.

En ese criterio se han apertrechado Marcos Peña y Nicolás Dujovne. Sobre sus hombros pesa la coordinación de un gabinete moroso en la ejecución del ajuste. La continuidad de Manuel Quintana y Gustavo Lopetegui, los dos ministros sin cartera que asisten a Peña, depende del rumbo inmediato que decida Macri sobre el acuerdo con la oposición.

Así como en la tensión entre ajuste y gobernabilidad afloró en Cambiemos la fragilidad interna de la coalición, en el peronismo también sacó a luz sus peores contradicciones. Entre la voracidad y la moderación, la principal fuerza de oposición sigue sin encontrar su equilibrio.

Ahora que la economía desplazó en la agenda pública las preocupaciones por la corrupción, Sergio Massa abandonó a Margarita Stolbizer. De origen radical -como Carrió-, Stolbizer intentará un camino convergente con Ricardo Alfonsín y el socialismo santafesino. Massa percibe que el peronismo de los gobernadores le abrió la puerta para que compita con Urtubey.

De inmediato propuso un plan económico que el tejido fino de Pichetto y Schiaretti no suscribiría sin reservas. La voracidad de Massa, que ya envió a Graciela Camaño a tomar posición en contra del ajuste propuesto por el Gobierno le provee razones a la desconfianza de Macri.

El peronismo moderado propone señales distintas y se enfada con Marcos Peña porque insiste en la polarización con Cristina. Pero tampoco se anima a excluir explícitamente al kirchnerismo cuando desde Cristina llegan señales de retorno al mismo cauce partidario. Schiaretti se anima a dialogar con Macri sobre la reducción del déficit. José Manuel de la Sota tiende la cuerda para el rescate de Cristina.

En ese terreno difuso, convergen dirigentes a los que no les disgusta convivir con la idea de una aceleración de la crisis para sacar provecho de un escenario de ingobernabilidad.

Ocurre que la crisis económica tiene su propia inercia. La política puede atenuarla o empujarla. Pero tiene una lógica propia, acaso autónoma.

El tiempo para que cada fuerza política se defina es una carrera contra el reloj.