Aquellos que frecuentan la cercanía con el presidente Mauricio Macri refieren que ante la nueva trepada del dólar se reafirmó en una idea fija: los mercados desconfían del país porque no perciben que la oposición esté dispuesta a acompañar el ajuste comprometido con el Fondo Monetario Internacional.
Peor aún: que la oposición actúa así porque el conjunto de la sociedad lo admite y no parece advertir la urgencia de asumir un sacrificio impostergable.
Por lo tanto, Macri ha dispuesto afirmarse en su convicción sobre la necesidad de los cambios y aguardará con una paciencia intransigente a que el resto de la política comprenda que la reducción del déficit dejó de ser una opción.
Confía en poder inducir un efecto Pigmalión sobre el conjunto. El momento de esa transacción entre las visiones opuestas de la misma realidad será el debate del nuevo presupuesto. Donde tallarán las metas acordadas con el FMI.
El problema es que mientras tanto, la crisis de confianza deteriora todos los días el escenario económico y convulsiona la política. Aún en la hipótesis optimista de un amplio acuerdo nacional en el Presupuesto, la transición cotidiana también demanda consensos.
Hay un insumo primario -común a la economía y la política- cuya escasez puede resultar traumática. Ese insumo de primera necesidad es el tiempo. La medida contra la cual se configuran las expectativas.
¿Tendrá tiempo Macri para ajustar las innumerables tuercas flojas hasta la elección de 2019?
El tiempo que vendrá después ¿será de continuidad para su proyecto político o de retorno al escenario previo a diciembre de 2015?
Sobre sus convicciones frente a la crisis, Macri ha recibido señales sólidas de confianza externa. No es suficiente para ningún inversor. Macri es el Presidente, no la síntesis del país.
La decisión del Presidente de mantenerse imperturbable en la definición del rumbo es un capital especialmente valioso para sortear la crisis, pero demanda una instrumentación operativa.
Y es allí donde el Gobierno vacila frente a sus opciones políticas.
Marcos Peña lidera el sector del gobierno que aconseja insistir con un mensaje motivacional. Observa en las encuestas que, pese a sucesivas caídas, la imagen de Macri todavía puede resucitar expectativas. Y que enfrente sólo aparece el fatigado fantasma de Cristina.
Los referentes parlamentarios de Cambiemos le proponen al Presidente una visión más realista: la ausencia de un consenso mínimo con la oposición para la salida de la crisis provoca un vacío político. Que no puede prolongarse hasta la discusión del Presupuesto y que retroalimenta la desconfianza externa.
Esos dirigentes no disimulan en estos días su franca preocupación. Todas sus propuestas de acuerdo naufragan en el oráculo de las encuestas que fascinan a Peña. Sobre las cuales, además, tienen lecturas diferentes.
Se preguntan: si Macri cae, nadie crece y Cristina se sostiene, ¿cuál es la expectativa futura que un inversor externo puede tener sobre el país? Si aumenta la probabilidad de que surjan propuestas de políticas públicas más afines al pasado que al presente ¿por qué sorprenderse cuando la desconfianza ingresa en las planillas de los evaluadores de riesgo?
El peronismo no la está pasando mejor. Al principio creyó advertir que el cambio de expectativas lo favorecía para disputar el poder el año que viene. Luego percibió que el tiempo también es para la oposición un recurso escaso.
Están los que promueven la profundización de la crisis. Eso implica dos riesgos: el regreso de Cristina al peronismo. Con paso de vencedores. O padecer junto con Macri una crisis de gobernabilidad de resultado incierto.
El eje que han construido con altibajos el senador Miguel Pichetto y los gobernadores peronistas promueve acelerar la discusión del Presupuesto. Una señal de contenido político opuesto al vacío y a la espera. El debate no será sencillo. El nuevo Presupuesto no será un diagrama del crecimiento, sino una estrategia de control de daños.
En ese punto se acumulan los temores de la oposición. La Casa Rosada todavía no ha explicitado sus líneas directrices para el ajuste. Los gobernadores calculan sus prevenciones.
Eso en lo atinente al programa fiscal. En lo político, la especulación es más abierta.
Marcos Peña perdería su identidad si resigna la expectativa de la reelección de Macri. Obligó a Nicolás Dujovne a incluir esa perspectiva en su reciente arenga a los referentes de Cambiemos.
El Gobierno teme que una definición inadecuada sobre el horizonte de continuidad diluya su poder político en el presente.
El peronismo más consensual tiene el mismo temor. Necesita tiempo para construirse como alternativa. Pero no está dispuesto a regalar su identidad opositora en la consecución de ese objetivo.
En consecuencia, a la crisis de confianza externa sobre Argentina la está definiendo el equilibrio del miedo.
Una mente brillante, la del matemático estadounidense John Nash, identificó ese fenómeno teórico. Ocurre cuando las estrategias de unos y otros se han tornado totalmente previsibles. Cada jugador sigue ejecutando su mejor movida posible teniendo en cuenta lo que hacen los demás. Y cada jugador no gana nada modificando su estrategia porque sabe que los otros mantendrán las suyas. Es el bloqueo político que define el momento económico del país.
Nash siempre aclaró que esa paridad en ningún sentido implica un mejor resultado conjunto para todos los participantes. Por el contrario, lo más probable es que el resultado fuera mejor para todos si coordinaran su acción.
Del equilibrio del miedo -como de los laberintos- sólo se sale por arriba.