Se vienen las fiestas, distintas si las hay. Fiestas atravesadas por una pandemia que nos tuvo a mal traer durante todo el año y que lejos está de abandonarnos.
En Tres Arroyos como en toda la provincia de Buenos Aires los protocolos sanitarios serán la vedette en estas celebraciones. El distanciamiento social, el uso de barbijo, las reuniones estrictamente familiares de no más de 10 personas y preferentemente al aire libre o en lugar bien ventilados, sin compartir utensilios y sin besos ni abrazos, será la foto que recordaremos de aquí en más para coronar un año inolvidable que buscaremos olvidar a como de lugar.
Con pandemia y protocolo este año hasta los anti fiestas tienen ganas de festejar, hasta soportaremos con cierta ternura las locuras del tío borracho o los arrebatos de la cuñada “sacacuero”, a los más chiquitos revoloteando por toda la casa y preguntando cada cinco minutos la hora, ansiosos por abrir los regalos.
Y aunque algunas cosas hayan cambiado para estas fiestas, otras se mantienen inalterables. La mesa navideña, por ejemplo. En un alto porcentaje de los hogares la cena incluirá: huevos rellenos, tomates rellenos, ensalada de papa y huevo, pollo arrollado con ciruela, matambre arrollado, en algunos casos Vitel Toné y para los más potentados un buen asado; ¿el Postre? Ensalada de fruta con helado o crema, algo lo más parecido posible a la vieja y querida Copa Melba.
El mal humor de la anfitriona tampoco cambia, porque la vajilla nunca alcanza, porque las sillas son pocas, porque tiene que desarmar la mitad del comedor para que entren todos los comensales y, sobre todas las cosas, por el despelote que le va a quedar en la casa al día siguiente, porque eso que “después limpiamos entre todos” es pura zaraza, al otro día la dueña de casa se levantará cuando puede y como puede, con todo el despelote arriba de la mesada con la única ayuda de un gato lamiendo los restos de comida de alguna fuente.
Algo que sí ha cambiado en esta oportunidad, es nuestro trajinar durante el último mes del año. Esta vez, eso no fue posible. En años anteriores diciembre es un mes lleno de acontecimientos sociales y se sobrevive a duras penas.
Diciembre se disfruta y se aguanta como se puede. Se sobrevive a los atracones de fin de año, a las demoradas sobremesas con familiares, amigos, compañeros de trabajo, primos lejanos o amigos de amigos, principalmente porque esto no se trata de sobrevivir solamente a la Navidad y el Año Nuevo; todo el mes estuvo cargado de acontecimientos y de festejos a los que no podemos ni quisimos renunciar.
Empiezan las cenas para despedir el año. Durante los 11 meses anteriores tuviste menos vida social que Robinson Crusoe pero durante diciembre tu agenda estuvo apretadísima. Cena con los amigos de siempre, con los compañeros de trabajo, con los del “secu”, con los muchachos del gimnasio, con los del club y con la banda de natación. No importa si solo fuiste a nadar una sola vez en todo el año transcurrido, tuviste el tino y el sentido común de volver a pisar el natatorio a fines de noviembre justo para la organización de los festejos, por lo cual, terminaste “pescándote” en el ágape.
Así transcurría nuestro último mes, y sobrevivíamos a base de digestivos, antiácidos, pastillitas y cuanto remedio casero la abuela nos haya enseñado para resucitar todos los días a partir de las 20 horas y continuar con la caravana, sin perdernos de nada. ¡ y con qué ganas volveremos el próximo año a pescarnos en todas las cenas!
Este año más que nunca deberemos sobrevivir la catarata de mails, llamadas telefónicas, mensajitos por whatsaap, publicaciones de Facebook, videollamadas por Zoom grupales en las cuales no conocés ni a la mitad de los participantes, porque en su afán de no olvidarse de saludar a nadie, el organizador prefiere realizar una sola llamada con todos sus amigos y conocidos y mezclar todos en la misma bolsa, que hacer 20 llamadas diferentes y olvidarse de alguno. Tendremos que sobrevivir a las reflexiones y buenos deseos de un montón de gente, amigos y enemigos por igual, porque todos estarán envueltos en ese “Halo Navideño” en ese espíritu navideño que nos vuelve de golpe y porrazo, personas bondadosas, llenas de paz y amor, y para colmo de males, extremadamente potenciado por el año de miércoles que nos tocó atravesar y que nos empalagará más que los postres navideños.
Si señores, un par de semanitas antes del 25 de diciembre Bucay, la Madre Teresa de Calcuta y Paulo Coelho se vuelven nuestros guías espirituales por 15 días, y andamos empalagando las redes sociales con frasecitas cursis sobre la vida, utilizando palabras como resiliencia, palabra que aprendimos hace 5 minutos. Ni sabíamos que existía pero, se puso de moda, como los pantalones pata de elefante o el baile del pimpollo y hay que utilizarla para ser modernos y cultos a la vez.
Si, si señores, recibiremos desde todos los frentes mensajitos navideños aprovechando la tecnología. Antes estas cuestiones no sucedían.
Antes se enviaban postales navideñas y como no eran gratis y había que pagarlas solo se compraban las justas y necesarias para nuestro grupo más íntimo y a otra cosa.
Otros en cambio, compraban cartulina de colores, preferentemente verde, rojo o blanco; colores navideños por excelencia, dibujaban en ellas arbolitos de navidad, los recortaban, les pegaban un par de lentejuelas de colores simulando las bolas y los adornos, un poco de brillantina y lo completaban con la menos original y la más trillada de las frases: “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo” , y bueno, está claro que el espíritu navideño te vuelve bondadoso pero no te convierte en Shakespeare. Igualmente, y vale la aclaración no poner con números el año en cuestión era sinónimo de inteligencia, porque siempre te sobraban y si uno ponía feliz 1995 o prospero 2006 ese arbolito artesanal realizado con tanto cariño ( q algunos de tus amigos usaban de señalador hasta que la brillantina se le desparramaba por todo el libro, lo que le provocaba un ataque de rabia y lo tiraba al carajo); quedaba obsoleto y al año siguiente tenías que confeccionar más para regalárselos, 365 días más tarde, a las mismas personas que hace exactamente 365 días tiraron a la miércoles, el arbolito de navidad de cartulina que le regalaste el año anterior.
Sobreviviremos, señores, sobreviviremos. Dentro de unas horas todos los regalos estarán abiertos, lo que quedara empaquetado con moño y todo, y así permanecerá durante el resto del próximo año, son las promesas que haremos la noche del 31.
Nadie va a empezar yoga o a dejar de fumar; ninguno empezara a comer sin sal o dejara de ser un esclavo del sistema para irse a instalar un barcito a una playa del Caribe.
Esta caro que esas cosas son parte del juego y del folclore de las fiestas, además ¿Quién carajo puede reprocharte por el no cumplimiento de tu promesa? Todos estamos en la misma, o en su defecto, con el pedo que te vas a agarrar ¡qué carajo te vas a acordar de lo que prometieron los demás!
Sobreviviremos señores, sobreviviremos otra vez, porque hay cosas que nunca cambian… sobreviviremos a los saludos navideños.
Creo que acá debemos ponernos serios. Como ciudadanos deberíamos exigirles al Congreso de la Nación o a la mismísima Iglesia Católica, que estipule desde cuándo y hasta cuando pueden realizarse saludos navideños.
Seamos claros: sabemos que de tal día a tal día se festejan las Pascuas y que la Semana de la Dulzura dura 5 días. Deberíamos reglamentar de la misma manera los saludos navideños. ¿Cuándo comienzan los saludos navideños? ¿Cuándo se cambia el “hola, que tal… por hola como estas… felicidades!?
¿Hasta cuándo uno puede decir feliz año? ¿Hasta mediados de enero? ¿Hasta fines de febrero? ¿Se debe saludar con retroactivo? Es decir, en el supuesto caso de que no hayas visto a una persona en los últimos 5 años, ¿se debe incluir las palabras “feliz año” 5 veces en la conversación?
Hay que reglamentarlo ya… yo propongo que la temporada de saludos navideños comience el 8 de diciembre junto con el Día de la Virgen y el armado del arbolito, claro que se puede adelantar como a veces se adelanta la tormenta de Santa Rosa, y si las cosas andan más o menos bien en el país, y si el ánimo de la gente lo permite, podemos retrotraer el espíritu navideño y comenzar a saludar una semanita antes, por ejemplo.
Y que se extienda, sin excepción hasta el 15 de enero. Estoy podrido de cruzarme con gente el 25 de marzo, 12 de abril o 31 de mayo y que me diga “feliz año.”
Sobreviviremos señores, sobreviviremos a la madrugada del 1 de enero, el día en el que más gente ingresa a los hospitales de todas las ciudades: Entre los papanatas que se atragantan por comer doce uvas por cada campanada, entre los nabos que se rompen una pierna por zapatear arriba de una silla, entre los que se intoxican por comer las sobras de Navidad, entre los “carlitos” que se sacan un ojo destapando la sidra y los nabos mayores que se incendian con los petardos, la fiestita está completa.
Año nuevo, vida nueva y esta vez más que nunca, rezaremos para que así sea. Esta vez, nos aferraremos con uñas y dientes a ese pensamiento mágico de creer que las cosas cambiarán con el almanaque.
Déjenme, querido lector, que esta vez, me sume al folclore navideño para creer que eso es posible.
Esta vez, todos necesitamos confiar.
Necesitamos la esperanza de pensar que a partir del próximo año las cosas de verdad pueden cambiar, que aunque los problemas no se vayan con las campanadas de las doce, las soluciones llegarán.
Esta vez necesitamos zapatear arriba de una mesa y comer doce uvas, y hacer promesas y desempolvar algunos sueños y recuperar algunas ganas.
Necesitamos que la tranquilidad vuelva, que los pasos ya no se detengan, que las ideas se plasmen, que los sueños se cumplan; aunque en el fondo sepamos a ciencia cierta, que cambiamos todo eso, por ver sanos y salvos a la gente que queremos, recuperados y saludables a nuestros afectos más queridos.
Esta vez, necesitamos creer que será posible.
Permítanme entonces, comenzar e inaugurar los saludos navideños de esta temporada:
FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO AÑO NUEVO (PD: bien sabido está que el espíritu navideño no te vuelve Shakespeare) Acá va nuestra lista de deseos para todos ustedes. Te los cuenta Joaquín.