Tres Arroyos no olvida a Nair Mostafa. Hoy se cumplen 35 años de su la violación y asesinato ocurrido en la calurosa tarde del 31 de diciembre de 1989.
Aquel domingo, la ciudad se debatía entre la parsimonia del feriado y la vorágine por las últimas compras para las festividades. Nadie podía presuponer el drama que estaba a punto de desatarse.
Todos recordamos que estábamos haciendo o donde estábamos cuando nos enteramos de la desaparición y su posterior violación y asesinato.
En mi caso particular, ese día, crucé dos veces la vía del ferrocarril caminando por calle Brandsen, ruta obligada para ir y volver de la casa de mis abuelos, a quienes fui a saludar por el fin de año.
Todavía hoy me estremezco al pensar que, quizás a esas horas, el cuerpito inocente y mancillado de Nair, estaría allí, donde se lo encontró a pocos metros de la calle, sobre esos matorrales que había por entonces en las vías.
Cenamos en familia, entre risas y alegría, ignorando todo lo que había sucedido. Fue mi abuela quien decidió prender la radio para escuchar los bailables de fin de año, pero no había bailables. Lo que se escuchaba al otro lado del receptor era dolor, angustia, incredulidad, bronca, indignación.
Todos nos acordamos dónde estábamos y cómo nos enteramos de la muerte de Nair.
Virginia Goicoechea (periodista): “Estaba en la fiesta de fin de año que hacía el Golf Club, por aquellos años era una fiesta muy convocante donde toda la juventud asistía e iba vestida de fiesta. Alguien comentó la noticia entre mis amigos y decidimos ir a la plaza donde nos contaban que la gente comenzaba a concentrarse. Recuerdo estar en el Monumento del Inmigrante con el traje de fiesta y los tacos, esperando noticias sobre lo que había acontecido. Había mucha violencia. La gente estaba muy mal, muy enojada, muy dolorida”.
Cecilia Di Virgilio (66): “Volvíamos con mi marido de dejar a mi suegra en su casa, que había pasado año nuevo con nosotros. Circulábamos en el auto por Rivadavia cuando a la altura de Supermercados Planeta (hoy Toledo) vimos un auto incendiándose, creímos que se trataba de algún accidente producto de alguna borrachera, cuando llegamos a la esquina vimos sobre Alsina y Pringles que había otro auto incendiado y que mucha gente caminaba por la Avenida Belgrano y el pasaje hacia Pringles”.
“Supusimos que algo grave pasaba. Bajamos del auto y salimos caminando hacia el lugar. Nos encontramos con Oscar Suarez y Luisa Marino, un matrimonio amigo que nos relataron lo que había sucedido; que había desaparecido una nena, que la policía se había negado a buscarla y que la madre a través de la radio y de la generosidad de Evaristo Alonso había convocado a la gente a buscarla, que la habían encontrado muerta en las vías del ferrocarril”.
“La policía estaba acuartelada en la Comisaría y al poco tiempo empezó a reprimir con balas de goma y hasta de plomo, hubo varios heridos. Fue horrible todo lo que pasó.”
María Eva (50): “Por aquel entonces yo vivía en calle La Rioja luego de la cena salíamos caminando hacia un baile. Al llegar a la avenida Almafuerte se veía mucho movimiento de gente y luces de policía. Cuando llegamos al baile nos enteramos que buscaban a una nena, poco tiempo después la gente empezó a comentar que había desmanes en la comisaría porque la nena había aparecido muerta y la gente estaba muy enojada”.
Mariana Martínez: “Estábamos cenando en la víspera de año nuevo cuando sonó el teléfono fijo de mi casa avisando que Nair había desaparecido. En mi casa estaban mis tíos que conocían mucho a la mamá de Nair. Ahí mismo se suspendió la cena y mis tíos salieron a buscarla. Yo me quedé en mi casa, tenía 12 años en aquel entonces. Cerca de la madrugada nos avisaron que la habían encontrado muerta. Fue horrible”.
Milena Marcovecchio (47): “A la tarde fuimos con unas amigas a tomar algo a la confitería ‘El Quijote’. Mi mamá llamó por teléfono a la confitería y le dijo al mozo que nos avisará que no nos moviéramos de ahí, que ella nos iba a pasar a buscar porque había desaparecido una nena. Fue una cena de fin de año muy diferente y angustiante, creo que para todas las familias de Tres Arroyos que se habían enterado temprano de la noticia”.
Adriana Gaitán (periodista): “Había terminado mi actividad radial, ese día no me tocó trabajar de noche como había pasado para el 24, así que con mi marido y mi familia decidimos pasar las fiestas en la casa de unos amigos. A la tarde, alrededor de las 19 horas, ya comenzó a circular la noticia que la mamá de Nair pedía información sobre su hija que no había vuelto a casa”.
Durante el transcurso de aquella tarde Lilian Fuentes la madre de Nair Mostafa, fue en tres oportunidades a la Comisaría Primera de Tres Arroyos a denunciar la desaparición de su hija, pero en ninguna de esas ocasiones fue recibida. “estará en la casa de alguna amiguita”; “señora, estamos brindando” fueron algunas de las odiosas respuestas que recibió por parte de los efectivos policiales.
Fuentes se dirigió entonces a la radio local que comenzó a difundir la noticia de la desaparición de la niña. Minutos antes de la medianoche Evaristo Alonso, el gran director que tuvo LU24, se puso frente al micrófono para solicitarle ayuda a la población en la búsqueda, relatando además la negativa policial.
“Nunca en mis años de trabajo junto a Evaristo Alonso lo había visto ponerse frente a un micrófono – comenta Adriana Gaitán – nunca, ni para dar algún tipo de opinión o por ninguna circunstancia. A mí que lo conocía, eso me llamó muchísimo la atención, como también su pedido desesperado y su llamado a la población para que todos ayudaran en la búsqueda de la niña”.
Fueron muchos los que abandonaron los festejos y olvidándose del brindis y de la cena familiar salieron a la calle para iniciar la búsqueda por distintas zonas de la ciudad.
A la 01:15 de la madrugada el cuerpo de Nair Mostafa fue encontrado en las vías del ferrocarril , en la zona de la Escuela Nº 16, entre Brandsen y Falucho. Tenía puesta su mallita color rosa con la que había salido de su casa caminando rumbo a la pileta de Huracán y enredado en su cuellito la correa de su mochila con la cual la estrangularon.
La reacción de la población que ya estaba al tanto de la negativa de la policía de salir a buscarla desde horas tempranas, fue inmediata, Allí mismo fue agredido el primer policía e incendiado el primer patrullero de los 17 vehículos que ardieron aquella noche, que dejó un saldo de 25 heridos tras la poblada.
“Fue todo muy triste- continúa Gaitán – nos destrozó el corazón a todos. Fue mucha la gente que acompañó esa noche a la familia de Nair frente a la comisaría”.
Fue incesante también el desfile de autos con padres preocupados y con miedo que iban a buscar a sus hijos al Golf Club, donde se desarrollaba la fiesta de fin de año más convocante. No había policías en la calle, no había ningún tipo de seguridad, todos estaban acuartelados en la Comisaría, no podían asomar las narices sin soportar los agravios y las agresiones de una multitud indignada.
Los días siguientes
“No me dejaban salir de casa –relata Soledad González de 13 años por aquel entonces – y si mis padres me hubiesen dejado tampoco habría salido, tenía muchísimo miedo. Yo iba sola a todos lados, a la casa de mis amigas, a hacer compras, al centro; y de un día para el otro no lo pude hacer más. Fue una época de mucha paranoia para todos los tresarroyenses. Todos los días arrestaban gente que supuestamente estaba involucrada en el caso, pero los largaban rápido. Me acuerdo a mi papá diciendo que el Gobernador (Antonio Cafiero) no había traído ninguna solución y que la gente quiso agredirlo, incluso hubo gente que lo escupió”.
Fueron días de angustia y miedo.
“Fue muy lamentable y triste para la ciudad – completa Adriana Gaitán – Tres Arroyos era todavía una ciudad tranquila, de siesta. Fueron días que se vivieron con mucho pánico, eran muchos los padres que dejaban ir solos a sus hijos a la pileta o andar solos a la hora de la siesta donde no andaba nadie por la ciudad. Era una ciudad tranquila y de pronto un monstruo la transformó en una ciudad de terror, llena de miedos y cuidados”.
Los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de la noticia, prontamente llegaron a Tres Arroyos a filmar en primer plano nuestro dolor, nuestra indignación, haciendo más hincapié en las consecuencias de un pueblo asqueado que a la brutal causa que provocó aquella furia incontenible. Aquel día fuimos tristemente célebres.
Y un día, tan raudos como llegaron, se fueron. Cuando el dólar fue más importante que la búsqueda de justicia para una niña secuestrada, violada y asesinada; cuando la pelota de fútbol comenzó a rodar en los torneos de verano acaparando la atención de los espectadores por encima de nuestra aberración, se fueron y nos dejaron solos; solos con nuestro dolor, con nuestra impotencia, esa impotencia que se hacía cada vez más grande a medida que la justicia se nos iba escurriendo de los dedos, haciéndose cada vez más chiquita, mientras crecía en su lugar una nube negra que comenzaba a cubrirlo todo: la impunidad.
En un solo acto los tresarroyenses conocimos todas las miserias humanas: la corrupción, la negligencia policial, la burocracia de la justicia, la politiquería barata, la demagogia de los políticos de turno, la ineptitud y la inmoralidad de todo el sistema.
A los pocos días del asesinato de Nair Mostafa, una flecha blanca que apuntaba hacia abajo, apareció dibujada en un muro, señalando el lugar donde fue hallado su cuerpo, y aquellos matorrales, aquellas malezas que superaban la altura de las rodillas de una persona promedio, fueron cortados.
Aquella flecha, permaneció mucho años dibujada en el muro, y se nos clavaba en el corazón, recordándonos de la manera más cruel lo sucedido. El paso del tiempo y las inclemencias climáticas poco a poco la fueron borrando y haciéndola desaparecer, como se nos iba borrando a todos nosotros, el recuerdo de Nair.
Se cumplen 35 años sin justicia.
En el predio del Centro Cultural La Estación se inauguró, a 30 años de su muerte, un mural que la recuerda.
Aquella nefasta y triste flecha fue reemplazada para siempre. Y desde ese mural, Nair Mostafá nos sigue observando, con esa casi sonrisa inocente dibujada en sus labios, con esos ojitos dulces, llenos de todas esas cosas que todavía ningún monstruo le había arrebatado.