Pinceladas literarias: “Marta”, un cuento de Lidia Mora

Sección a cargo de Valentina Pereyra.

Pinceladas literarias: “Marta”, un cuento de Lidia Mora
Pinceladas literarias:

Vía Tres Arroyos te acerca una nueva entrega de Pinceladas literarias, sección a cargo de Valentina Pereyra.

En esta oportunidad con un cuento de Lidia Mora.

Marta

Esa tarde, Independencia estaba más despejada, y lo que en general me llevaba cuarenta minutos de viaje, ese día me llevó quince. Entré al café a hacer tiempo hasta que llegara Dani. Dejé el bolso sobre una silla y colgué el abrigo en el respaldo; si bien ya estaba entrada la primavera, la temperatura había bajado de lo lindo. Antes de ponerme las gafas el mozo se acercó y me dejó la carta. La hojeé varias veces y me decidí a pedir un cortado en jarrito y medio tostado de jamón y queso en pan de miga.

Saqué el libro y lo dejé sobre la mesa y en medio del barullo me llamó la atención la voz de mi vecino de mesa. Por los silencios sin respuesta me di cuenta de que hablaba por teléfono mientras revolvía su taza:

―Ya lo sé Marta, te escuché y entiendo lo que decís, pero no lo comparto. No podés esperar que esté de acuerdo en todo lo que decís, dicho sea de paso, decís demasiadas cosas, Marta. Hola, ¿hola?

Aparentemente, Marta le había colgado. ¿Quién sería Marta? ¿La hermana, su socia, su mujer? Mientras pensaba en cuál era la historia posible escuchaba de fondo la cafetera; sonaba fuerte el vapor que salía de ese aparato y el café se separaba en dos tazas a la vez. Siempre me gustaron esas máquinas grandes, con el café recién molido y las manijas que ajustan el caudal de agua. Cuando volví a escuchar a mi vecino de mesa, ya se estaba levantando; se puso un chaleco y salió apurado del bar. Seguro iba a buscar a Marta; ¿sería la madre? No creo, ¿quién llama a la madre por su nombre?

La llegada del mozo con mi cortado y el tostado me volvieron a la realidad. Sacudí un sobre de azúcar y leí el mensaje que traía “Que las cosas no salgan como esperamos, a veces, es lo mejor que nos puede pasar”.

Esperé a que el café se enfríe un poco, le di unos sorbos y con el rabillo del ojo vi que llegaba Dani, con un ramito de jazmines.

―¡Hola nena! Perdón que llego tarde, me distraje en el puesto de flores. Salí del subte y sentí el olor hermoso de los jazmines y no pude resistirme. Lo que amo de esta época, nos cagamos un poco de frío, pero hay jazmines.

―Calentamiento global se llama, noviembre con frío y las plantas ya no entienden nada.

Dani hizo señas al mozo y le pidió un té con tostadas, queso blanco y dulce de leche.

―Bueno, acá estamos. No vamos a resolver la crisis ambiental, pero podemos disfrutar de una merienda en el centro de Buenos Aires, de estos jazmines perfumados y de este bar que parece detenido en el tiempo.

Esas cosas me encantaban de Dani, de la galera sacaba de lo cotidiano algo particular y en un instante lo hacía especial. Y así como podía estar de punta en blanco en una gala del Colón, también podía arrojarse sobre una taza de té y mojar la tostada.

―Nena, ¿qué estás leyendo?

―La verdad ni sé, ya lo empecé varias veces, no logro concentrarme, avanzo y avanzo y cuando me quiero dar cuenta, no encuentro ningún sentido.

―Quizás esa sea la historia, que no tenga sentido.

―Yo podría escribir libros así, “La virtud del sin sentido”.

Dani soltó una carcajada y con el último sorbo de té llamamos al mozo, pagamos nuestra cuenta y salimos del brazo. Siempre caminábamos del brazo por Independencia. Llegamos a la esquina de Matheu y Dani separó en dos ramos los jazmines.

―Que la vida te despeine linda.

Me dio un beso con abrazo y lo vi irse, con su andar despreocupado, saltando las baldosas como una rayuela. Yo seguí por Independencia y a pocos metros vi al hombre del bar, del brazo de Marta, ¿sería Marta? A mí me gusta pensar que sí.

Sobre la autora

Lidia Mora nació el 8 de agosto de 1979.

“De carpintera y fotógrafa a trabajar en sistemas - expresa -Participio de un taller de escritura desde el 2021. Me gusta contar historias y llevar imágenes a los cuentos”.