Elvira Orfila Benítez, es una sanjuanina que salvó a su hija antes de ser desaparecida en la última dictadura militar. Hija de Segundo Cipriano Benítez, diputado provincial por el peronismo durante la gobernación democrática de Eloy Camus en San Juan, se recibió de profesora de educación especial y empezó a militar en Montoneros en 1974, donde conoció a su compañero Carlos Pardini, preso desde 1976 hasta la recuperación de la democracia. Vivieron en la clandestinidad en la Villa del Carril, para luego irse a Mendoza. El 7 de abril de 1977, pudo dejar a su hija Victoria con unos vecinos antes de ser secuestrada.
Mi mamá era “una mujer de 24 años, llena de proyectos y que quería vivir”, recordó Victoria Benítez a Diario La Provincia SJ. Gracias a su familia materna pudo salir adelante en una lucha que aún continúa a pesar de que nunca más se supo de Elvira. “Vivíamos las dos en Las Heras, en la provincia de Mendoza porque ella estaba muy jugada en San Juan; estaba en la clandestinidad. Quiero aclarar que mi mamá era militante y no se la llevaron por error. Ella era Peronista y militaba en Montoneros y se la llevaron por eso. Por militante”, afirmó.
Actualmente, Victoria es subdirectora del área de la Mujer e integrante de HIJOS en San Juan. Sobre lo que ella recuerda que sucedió antes de que desaparecieran a su madre, indicó: “El 7 de abril de 1977, veníamos las dos del supermercado. Estaba la Aeronáutica que sitiaba el barrio y sembraba el terror para que la gente viera lo que te pasaba si estabas en contra de ellos. Mi mamá se dio cuenta que estábamos rodeadas por todos los milicos. Me alcanzó a dejar con unos vecinos. Me pasó por las rejas y le pidió por favor que me tuvieran; para que no me hicieran nada. Y se la llevaron”.
Además, recordó que permaneció en la casa de esos vecinos mendocinos durante 10 o 12 días, “hasta que unos compañeros de militancia de Elvira se comunicaron con mi abuelo, Segundo Benitez, que había sido diputado peronista, y él me fue a buscar”. Ahí, comenzó la búsqueda de Elvira, “que fue desesperada y en ese momento, mi abuelo le escribió una carta al obispo Primatesta, en ese momento, que le dijo que no podía hacer nada. Si se la habían llevado, por algo era; algo habrán hecho. Esas eran las respuestas que encontrábamos en todos lados. Mi abuelo fue un gran pilar en mi vida y a él también lo secuestraron y lo torturaron en la ex Legislatura, preguntándole por mi vieja”.
“A mi casa entraron, muchas veces, los militares a punta de FAL. No importaba si era chiquita y me decían: “vos callate, hija de subversiva”. El auto Falcon verde siempre estaba en la puerta. Había permiso para todo. Era un infierno, una pesadilla y una cosa espantosa. Nos reforzamos como familia porque con los vecinos y en la escuela había aumentado la indiferencia. Había mucho miedo y en la escuela, los pibes no querían jugar conmigo porque era hija de una Montonera”, agregó.
Victoria destacó múltiples veces haber tenido la suerte de tener esa familia materna. “Mis abuelos ya fallecieron y la hermana de mi mamá me adoptó. Siempre me dijeron la verdad; siempre supe que mi mamá era desaparecida. Nunca me mintieron sobre mi identidad y me fueron contando todo, de acuerdo a mi edad. La figura de la desaparición que los genocidas inventaron es tan perversa que toda la infancia, cuando tocaban el timbre de mi casa, decía: “es mi vieja; ahí vuelve”. Era estar siempre esperando que vuelva. Entonces, con esa figura, te obligaron a matarla mil veces en tu cabeza para poder seguir adelante. Mi abuela, todos los días de su vida, se paró frente a la ventana de la cocina a esperar que volviera su hija. Sé, con 45 años, que ellos la mataron y cuando les digo eso a mis hijos me contestan: “¿y qué sabés, mamá? ¿Y si aparece?”.
Otra cuestión que destacó Victoria fue el inicio de los juicios contra los crímenes de Lesa Humanidad: “Empezaron los juicios, que tienen un valor histórico, y dentro de 20 años, en los libros de historia se va a leer que Olivera está con dos sentencias o tres a perpetua por asesino. Más allá que ahora le den la domiciliaria, ya se sabe quién es”.
También remarcó que durante el Gobierno de Alfonsín, “la búsqueda de justicia fue desesperante. Había silencio y un Estado ausente. En San Juan, Margarita Camus armó y plantó el bosquecito de la Memoria en Sociales de la UNSJ y fue la primera vez que vi el nombre de mi vieja en una placa. A partir de ahí en San Juan empezó otra historia. Ya no estaba sola en esto al poder conocer a otros hijos de desaparecidos. Nos juntábamos y al principio era estar unidos por el dolor y después, se transformó en amor y en lucha. Estoy orgullosa de la defensa de los derechos humanos y de la institucionalidad. Ahora hay un cambio de mirada y paradigma y los 30.000 desaparecidos son 30.000. Esta es una historia colectiva y tiene un agujero generacional gracias a los genocidas”.