“Malvinas: el último soldado”, así se titula el libro publicado por Miguel Ángel Romano, un excombatiente de Malvinas rosarino. En él cuenta como fueron los días durante la guerra, ilustrados con anécdotas en primera persona, fotos, documentación y algunas cartas que intercambió con su mujer. En junio de 1982 se convirtió en el último soldado en abandonar Puerto Argentino, después de visitar los cementerios para despedirse de sus compatriotas que murieron por la Patria, por amor.
A 38 años de aquel enfrentamiento bélico que marcó a la Argentina, en diálogo con Vía Pérez, Romano manifestó sus ganas de compartir con las nuevas generaciones su experiencia, “porque los jóvenes necesitan conocer la historia para comprenderla y empatizar con los protagonistas”. “La guerra de Malvinas demostró con creces que tenemos una bandera que no se rinde fácilmente ante los poderosos. Pero ese país es historia”, señaló. Su deseo es que el libro sea un pequeño aporte a la anhelada paz y unidad de todos los argentinos.
“La guerra tiene que ser un llamado a la paz. La guerra es una tragedia, es un dolor inmenso. Muchos murieron como héroes, muchos volvieron siendo héroes. Para la mayoría de los que regresamos hay tres caminos. Uno, es el no haber aceptado este dolor y convertir ese dolor en odio. Otro es el de aquél que lo acepta sabiendo que combatió en defensa de la Patria, como muchos, que murieron combatiendo por el mismo ideal y transformaron esa guerra en un acto de amor porque murieron por los demás, por cada argentino que vive en esta tierra. También están lamentablemente, los indiferentes”, afirma el excombatiente.
Muchos excombatientes pueden transformar el drama de Malvinas en instrumento de unidad y Romano habla de ello en su libro: “Lamentablemente, muchas veces somos testigos de la utilización de la guerra como herramienta de división. Hay que reclamarle a cada uno que reconozca la realidad del dolor que vivieron, unos más otros menos, y que ante esa realidad, combatan por lo que hace falta: una Argentina grande. Así podemos reivindicar a aquellos muertos”, afirmó.
Romano ve al dolor como gran maestro y escuela de virtudes. Pone énfasis en la idea de darlo todo hasta que duela. El soldado en la guerra da hasta el máximo que uno puede dar: su propia vida. El dolor, dice, “me enseñó que en medio de la sangría y el fuego se observan todo tipo de miserias humanas, pero también actos de grandeza y virtud”.
Los recuerdos vuelven a aflorar en su memoria y continúa: “Yo bajé siete kilos desde que llegué a Malvinas hasta que volví. Y más o menos comía. Hubo unidades que sufrieron serios y gravísimos problemas de falta de alimentación. Recuerda cuando escuchó contar al Jefe del Regimiento, Coronel Mabragaña, el día que tuvo que controlar unas duchas recién instaladas, vio que los soldados, desnudos, eran esqueletos. Se alejó hacia el mar y se puso a llorar ante la imposibilidad de poder alimentar a los suyos. Eso fue consecuencia de la improvisación. Esa realidad no debe ser un hecho que genere odio, rencor. Es la realidad del dolor que hay que transformar en amor”.
“Que no sea en vano”, así tituló uno de los últimos capítulos. “Yo quiero que esas tierras las podamos volver a recuperar. Sólo lo lograremos si este país se convierte en un país grande y serio. Nosotros tenemos que volver. Nuestro país desde siempre ha sido un país rebelde: 1806 primera invasión inglesa y nuestro rechazo, 1807 segunda invasión inglesa y más reconquista, 1810 revolución de mayo, 1816 declaración de la independencia, luego la vuelta Obligado, bloqueo anglosajón, etc. Y así sucesivamente nuestra patria ha sido rebelde a las situaciones que se planteaban en el mundo”.
El autor del libro sobre Malvinas argumenta que los argentinos no participamos de las dos guerras mundiales a pesar de las presiones recibidas y debido a ello logramos convertirnos en potencia atómica. “Los grandes países y nuestros enemigos no podían permitirlo. Yo digo que la guerra de Malvinas, fue la última gran rebeldía. Podríamos discutirlo, no he entrado en la política internacional, pero quiénes han estudiado el tema con seriedad, dicen que lo de la guerra de Malvinas fue una emboscada”.
“La intención inicial era simplemente ocuparla, solicitar la intervención de las Naciones Unidas y pedir una acción mediadora, dejando como orden interno, un escuadrón de gendarmería o fuerza de seguridad”. En su libro nos habla que cambiaron el plan originalmente previsto y desde el 4 de abril se constituyeron una sucesión de improvisaciones.
Romano relata que estuvo durante 15 días sin saber qué tenía que hacer, hasta que llegó la orden, y se sucedieron claras manifestaciones de falta de previsión. “No había información mentirosa, sí se ocultaba información. Hay un corresponsal de guerra, Kasanzew, que fue un gran luchador por reivindicar lo que se vivió en Malvinas, y a muy elevado costo personal”.
Cuando regresaron de la guerra, comenta que se inició un gran proceso de desmalvinización. La situación política en Argentina era desastrosa: la transición a la democracia era inminente. Sostiene que era difícil porque había que sostener al gobierno en esa transición para llegar al nuevo gobierno democrático. “Hubo un gran desconocimiento por parte de los jefes respecto al sentimiento del ex combatiente. Fue la primera guerra de esas características que vivíamos. No sabían cómo tratar a un ex combatiente recién regresado y vencido”.
Deja en evidencia que tiene un profundo amor por su ejército, porque le dio veinte años de vida, hizo lo que le gustaba, lo que era su vocación y tiene allí a sus más preciados amigos; por ejemplo rememora cómo el director de la Escuela Superior Técnica del Ejercito donde estudiaba los recibió con alegría. Sin embargo también recuerda a otros que los recibieron con una total indiferencia y sin posibilidad de diálogo. “Es así en cualquier institución”, manifiesta.
Actualmente el excombatiente desarrolla su tarea profesional con diversas actividades. Piensa que el trabajo diario bien hecho es una manera de honrar a nuestros héroes. Simultáneamente, hace 20 años trabaja en labores de desarrollo social, y especialmente en la Asociación Rosarina de Ayuda Solidaria (A.R.A.S) donde impulsa especialmente el proyecto educativo 4 Vientos, en Cabín 9.