De alguna manera, cada vez que se habla de esclavitud se referencia siempre el proceso histórico de secuestro de africanos hacia los países centrales, para fomentar la acumulación de riqueza mediante la explotación y la reducción a la servidumbre.
Sin embargo, el termino tiene otra reminiscencia, otro significado y otro color. Porque se trata también de esclavitud cuando hablamos del tráfico de mujeres, su secuestro y la obligación a ejercer la prostitución contra su voluntad.
La llamada “trata de blancas” en contraposición a la esclavitud de negros, tiene también un eje de desarrollo en países centrales o emergentes.
Como por ejemplo los Estados Unidos de principios de siglo veinte, en donde la expansión industrial, el asentamiento financiero y el indetenible avance del ferrocarril generaba hacía de este delito un verdadero negocio.
Así las cosas, una realidad plagada de vericuetos, negocios, entrampados y demás cosas turbias tendían una poderosa red de corrupción.
La Ley Mann
Los Estados Unidos han sido siempre permeables a las dicotomías entre las leyes de distrito y la legislación federal. De esa forma, los esfuerzos del gobierno federal de los Estados Unidos por detener o eliminar este flagelo luchaban siempre (y siempre perdidosos) contra la connivencia estadual e inclusive el desinterés o consentimiento.
El 25 de junio de 1910 y a instancias del congresista James Robert Mann, se aprueba la ley que lleva su nombre y por el cual se permite a los agentes federales a tomar intervención inclusive en competencias reservadas a los estados, siempre que se trata de trata de blancas o tráfico de personas.
Esta ley establecía como tipo penal y como delito grave el participar en el transporte interestatal o de comercio exterior de ‘cualquier mujer o niña con fines de prostitución o libertinaje, o con cualquier otro propósito inmoral’.
Pionera en este tipo, la ley generó la dedicación del FBI en este tema, abocándose la estructura a garantizar en lo posible la realización del mandato de la ley.
Agente especial Alaska
Un espacio dominado por los hombres, hizo lugar para la presencia de una refinada dama cuyas habilidades para la detección del delito, infiltración, y operaciones encubiertas era realmente notable
Su nombre era Alaska Davidson, una dama con aspecto de simpatía, modales repletos de refinamiento y una sagacidad poco usual para la época. Nacida hacia marzo de 1868 y aunque proveniente del Siglo XIX, la señora Alaska se desenvolvía con total eficacia, certera determinación y absoluta reserva. Lo que se dice, una agente de élite.
Con su participación, se lograron desentrañar innumerables casos, secuestros y tráficos de personas, sin que jamás su identidad y actividad resultara descubierta.
A sus 54 años y con un salario de 7 dólares, Alaska obtenía resultados realmente importantes una sola cuestión atentaba contra el brillo estelar: poseía una innata capacidad, pero una escolaridad relativa, disminuyendo el potencial de su participación en los juicios técnicos.
Se retiró del servicio activo hacia 1924, no sin dejar de ser la primera agente especial del Bureau de Investigaciones de los Estados Unidos.