Ahora camina entre radios militares, tiras de municiones y aviones a escala, en una de las salas que otros veteranos del Centro de Veteranos de Guerra de Luján y él armaron "a pulmón". Bajo esa consigna, construyeron este museo que incluye una vasta colección de objetos similares a los que usaron durante el conflicto.
Los veteranos recorren la colección verde militar, una y otra vez. Vuelven a mirar las fotos que hablan de esos meses de hambre y viento. Caminan la sala como si fuera un ritual que los une con una parte de su ser, esa que dejaron en aquella tierra amarillenta y fangosa, donde los sueños de muchos de sus compañeros quedaron boyando, desde entonces, en el Atlántico Sur.
"Para mí Malvinas era algo que había pasado, algo que ya no era una parte importante de mi vida o, por lo menos, eso creía -dice Mena-. Pero cuando fui a las islas en 2009 y vi las tumbas de mis compañeros...". Hasta ahí llega su relato a Diario La Nación. Los dedos en los ojos para cortar las lágrimas, un temblor en el pecho. Toma aire y sigue: "Cuando vi las tumbas pensé que algo teníamos que hacer. Les dije a los muchachos y a mi mujer que no iba a parar hasta hacer un museo en honor a los compañeros caídos, y acá está. Ahora hay que enseñarle la historia a los más chicos, y mostrarles que hubo pibes jóvenes que hicieron un gran sacrificio por su patria".
Mena tiene 57 años y a los 19 estuvo en la guerra. Es el presidente del centro de veteranos y el director de la sala. Junto con otros veteranos invitan a los colegios de la zona y les enseñan la historia en primera persona. "Los chicos quedan fascinados. Nos miran impresionados y prestan atención durante toda la visita, los profesores nos dicen en chiste que tenemos que ir al colegio porque a ellos no les dan tanta bola", dice Ramón Quarenta, de 57 años, otro excombatiente.
Las visitas empiezan a las 8:30 y duran, por lo general, hasta el mediodía. Primero se iza la bandera y se canta la Aurora o el Himno Nacional, luego forman filas y entran a la sala. "Les mostramos nuestra cocina de campaña, los llevamos por el museo y les hacemos un desayuno que lo comen sentados espalda con espalda, como lo hacen los soldados. Cuando terminan de comer les mostramos un documental de 25 minutos sobre Malvinas, respondemos preguntas y al final ponemos un video institucional sobre lo que hace el Centro de Veteranos de Guerra de Luján", dice Mena.
"Depende de la edad que tengan los chicos, vamos contando la historia con mayor o menor crudeza. También evaluamos si contamos o no algunas cosas que vivimos y que son más chocantes. Pero, igualmente, los chicos recorren la sala y ven las fotos de los caídos y te preguntan. Y nosotros les decimos la verdad: la realidad es que la guerra fue dura", agrega.
Una particularidad es que algunas de las historias que relatan hablan de cómo los ingleses les brindaban mejor atención médica a algunos soldados argentinos que quedaban heridos en el campo de batalla. "Acá lo tenemos al Vasco que le dieron cuatro tiros. Los médicos ingleses le cambiaban las vendas todos los días y cuando lo trasladaron al barco hospital argentino no le cambiaron la venda por 15 días. Se le terminó encarnando", relata Quarenta.
"Me gustan los platos con el barquito", dice Francisca, de 5 años, mientras mira la muestra. Como es sábado, ella vino a recorrer la sala junto a sus padres. Cuando dice "barquito", se refiere al ARA General Belgrano, el crucero de la armada hundido en combate. "Me pareció muy triste esa historia, me dio ganas de llorar", cuenta Francisca. Para subir los ánimos, Mena saca un silbato naranja como los que tenían los botes de emergencia y lo hace sonar. Francisca se tapa lo oídos, sonríe y pasa a otra cosa. "Esta es la primera vez que venimos, es impresionante, es mejor que leerlo en un libro", dice Alejo, de 10 años, que está junto a su hermana, Paloma, de 9.
En la sala se ven algunas imitaciones de armas, proyectiles antiaéreos, municiones de todo tipo. Tienen radios, baterías, bolsas de dormir, paracaídas, indumentaria, mapas, banderas, butacas de aviones y la lista sigue. Los objetos son del ejército argentino o de otros países, ya que de las Malvinas casi no volvió equipamiento. En un costado hay cruces blancas. Iguales a las que están sobre los cuerpos enterrados de los caídos en combate. Ahí hay un casco colgado de la punta y flores de plástico "para que estén siempre impecables", dice Mena.
La colección empezó con la cocina de campaña. Esta es una gran caja metálica verde militar, fabricada en 1943 y restaurada por los veteranos. En el medio tiene un agujero donde se pone una olla como para hacer 100 litros de mate cocido o 200 porciones de guiso. Calientan la caja a leña y alrededor de la olla hay glicerina, lo que genera una especie de baño María.
"Nosotros en Malvinas nos acercábamos a una así y con un cilindro metálico nos poníamos el guiso para llevárselo al regimiento. Pero entre la oscuridad y los pozos, llegábamos con la mitad de lo que habíamos agarrado. Después teníamos que buscar comida hasta entre la basura", explica Mena. "Con esta cocina hacemos todo el tiempo movidas solidarias, siempre a pulmón, poniendo del propio bolsillo. Nosotros no le queremos fallar a nadie. Si nos piden que nos sumemos a algún evento solidario para darle de comer a la gente, llevamos la cocina y lo hacemos", dice Quarenta.
Esta cocina les permitió empezar a juntar fondos para todo lo vendría después: una colección de más de 500 fotos e incontables objetos. Vendiendo rifas, porciones de comida y recaudando fondos en distintos eventos pudieron ir armando el museo. "Fui comprando todo por Internet. Cada vez que veo algo de Malvinas lo compro. Hoy Malvinas es mi vida. Esta sala de exposiciones está en el garaje de mi casa. Acá vengo cuando quiero estar solo. Este es mi lugar, el de mis compañeros, y el de la gente que quiera visitarlo", cuenta Mena.
El museo está ubicado en la calle Doctor Merlo 1136, Luján, y la entrada es libre y gratuita. Hace tiempo que ellos le piden a la municipalidad que les cedan un terreno fiscal para poder levantar la sede del centro de veteranos y mudar la sala de exposiciones. "Hemos tenido conversaciones con concejales e intendentes pero aún no pudimos conseguir un lugar para establecernos. Yo tengo 57 y algunos de los muchachos son aún mayores. No nos queda tanta energía para seguir pidiendo y pidiendo el terreno. Juntamos fondos, armamos rifas y eventos desde hace mucho tiempo. Estamos cansados. Ya nos sacrificamos mucho para tratar de conseguir un pedazo de tierra que, hasta el momento, no pudimos conseguir", concluye Mena.