Eugenia y Luciano viven en Gonnet y
hace 8 años que tienen el emprendimiento de catering para fiestas "Doña Joaquina",
con el que solventaban, hasta marzo pasado, todos sus gastos, incluida la escuela de su hijo. Con el aislamiento - sin casamientos, ni cumpleaños de 15 - las cosas se complicaron para ellos, al igual que para muchos argentinos. "El catering
era nuestro único ingreso, vivimos de esto los dos
", explica Eugenia y cuenta que lo primero que hicieron fue volver a los inicios de su emprendimiento poniendo manos en la masa: venta de pizzas, empanadas y fatay a domicilio.
"Al comienzo de la cuarentena, teníamos muchos pedidos pero con el tiempo la gente empezó a cocinar más en su casa y los encargos mermaron notablemente".
Las cosas cambiaron cuando un día una amiga le pidió si le hacía una merienda para regalarle a otra que estaba deprimida y se la llevaba de sorpresa. Así surgió la idea de diversificar la oferta. "
Con desayunos y meriendas, le encontramos una vuelta que está funcionando. También ofrecemos picadas. Como no es tan sencillo salir a comprar regalos, esta es una buena opción para hacerle llegar un presente a un amigo o familiar. Pero tiene que ser cerca. Si no, no me dan los números
", aclara Eugenia y celebra que por suerte siempre trabajaron desde su casa, no tienen que pagar alquiler, lo que es una preocupación menos en estos tiempos.
No es el caso de Agostina, que tiene
un local de ropa para mujeres y niños hace 9 años en City Bell, "Enola Indumentaria",
que permanece cerrado desde que se dispuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio. La cuarentena le afectó muchísimo. Los primeros días no hubo casi ventas y luego se activó a través de redes sociales. Como ella explica,
las redes "funcionaban más de vidriera" pero ahora se convirtieron en "el punto de venta".
Por supuesto, el nivel de ventas es mucho más bajo que antes de la cuarentena y, como contrapartida, el alquiler - como la mayoría de los alquileres en el centro comercial de City Bell - es altísimo. "
Cuando podemos, estamos pagando la mitad del alquiler, pero se hace muy difícil reunir ese dinero. No sabemos si luego se va a refinanciar lo que no llegamos a pagar.
Los impuestos tratamos de pagarlos con las ventas que hay por internet", cuenta Agostina.
Diego vive en Arturo Seguí y
tiene un lubricentro. De entrada, debió cerrar completamente su taller
. "Hasta los proveedores dejaron de trabajar", recuerda mientras hace las entregas de un supermercado de Villa Elisa. "Tuve que buscar trabajo en otros rubros. En esa búsqueda, me encontré con dos muchachos conocidos que necesitaban alguien de confianza para repartos. Así que empecé para paliar esta situación y estoy trabajando mucho porque cada vez es más la gente que elige pedir a domicilio y no salir de su casa ".
Hace un tiempo
, el rubro de Diego se activó otra vez, con lo cual dedica las tardes al reparto y las mañanas a su taller, donde volvió a tener trabajo, aunque mucho menos que antes de la pandemia.
"También sumé lavados, un par de clientes me lo habían pedido, lo vi factible y arranqué. Además ofrezco retirar el auto en la puerta del domicilio, lo cual es un servicio más", explica. Algunos días, reconoce que hace un gran sacrificio porque tiene muchos pedidos que entregar y también se le suma el trabajo con los autos y el compromiso con sus clientes, pero no tiene otra alternativa: tiene que entrar dinero para mantener a la familia, que está conformada por él, su mujer y 3 hijos.
"La ayuda del IFE
(Ingreso Familiar de Emergencia)
no la pude cobrar porque tengo un nene que tiene una pensión a nivel provincial de 1000 pesos. Todo lo que tengo es gracias al esfuerzo y el trabajo
", resume.