Valencia después de la DANA y la experiencia de una argentina: “Se llevó todo a su paso, solo hay lodo y basura”

Miriam Paz vive con su marido y sus tres hijos en la localidad valenciana de Catarroja. En diálogo con Vía País repasa cómo son los días posteriores a la tragedia.

Valencia después de la DANA y la experiencia de una argentina: “Se llevó todo a su paso, solo hay lodo y basura”
Catarroja, tras la DANA

“Creo que nadie pudo volver a su rutina”, le dice Miriam Paz a Vía País sobre cómo es “empezar de nuevo” diez días después de que la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) arrasara con todo.

Miriam es una argentina de 41 años que vive desde hace cinco con su marido y sus tres pequeños hijos en Catarroja, una localidad valenciana donde hoy “todo es lodo y basura”, según sus palabras.

“No tuvimos luz por tres días y medio, no tuvimos agua seis días, el gas no volvió”, dicen en un repaso general de cómo fueron esas primeras horas en relación a los servicios básicos.

Hoy, una de sus principales preocupaciones pasa por cómo podrán volver a la rutina sus hijos. Y volver en el sentido más literal: “Van a tres colegios distintos: uno tuvo afectado únicamente el patio, otro el subsuelo y la planta baja, y al tercero, el ‘maternal’, solo le quedó la estructura, perdieron absolutamente todo”.

Varias personas caminan por una calle con muebles y escombros apilados. (AP Foto/Emilio Morenatti)
Varias personas caminan por una calle con muebles y escombros apilados. (AP Foto/Emilio Morenatti)

Cuenta que los mayores esfuerzos en este momento están en que los colegios vuelvan a operar lo antes posible. “Hay un programa de acogida que consiste en reubicar al niño afectado en una escuela que no haya sufrido la DANA, pero para nosotros es imposible movernos, porque perdimos el coche”, cuenta.

“Toda la ayuda sale del bolsillo del pueblo”

Miriam advierte que la ayuda del Gobierno “llegó tarde”. “Se podrían haber salvado muchas vidas”, enfatiza.

Pero se toma su tiempo para hablar de los otros, los de siempre, los que aparecen en todos los países y nada tienen que ver con los gobiernos ni la política: los solidarios, la propia gente.

Los voluntarios llegan de a miles. Los primeros días con comida, venían con sus mochilas cargadas de cosas que compraban con su dinero. Traían, leche, pan, galletitas, fideos... Luego se arremangaron y empezaron a sacar barro y agua. Hoy siguen ayudando a limpiar, van casa por casa buscando ancianos, preguntando qué necesitan y vuelven con el pedido de los centros de distribución”, detalla.

Señala que la ayuda es tanta que “ya no hay pueblo que tenga capacidad para seguir recibiendo donaciones”. “Hay hasta psicólogos que la calle con carteles en la espalda: ‘soy psicólogo, si necesitás ayuda, aquí estoy”, agregó. Y destacó: “Todo, todo esto sale del bolsillo del pueblo”.

“No hay comida”

Miriam recuerda que uno de los momentos de mayor angustia lo pasó el segundo día, cuando se estaba quedando sin productos para el desayuno.

“El ayuntamiento puso dos camiones cisternas para 30.000 personas, 2 horas de cola para cargar un bidón de agua. Me acerqué a Guardia Civil a pedir una leche y un paquete de galletitas y me dijeron ‘no hay comida”. Me volví llorando, con impotencia. A las horas aparecieron unos voluntarios que me dieron galletitas, leche, fideos y un abrazo de esperanza”, relata.

Chimo lleva a su perro Lou mientras camina por las calles embarradas. (Foto AP/Emilio Morenatti)
Chimo lleva a su perro Lou mientras camina por las calles embarradas. (Foto AP/Emilio Morenatti)

“Va a llevar tiempo, pero vamos a resurgir”

“Me preocupa cómo vamos a terminar psicológicamente todos. Si bien los chicos pasaron una pandemia esto no le llega ni a los talones. No tengo miedo, sé que va a llevar tiempo, mucho tiempo, pero vamos a resurgir”, dice.

Reconoce que con el correr de los días “una se hace más fuerte y menos sensible”. “Los primeros días salía y volvía destrozada. Era cruzarse siempre con alguien que había perdido todo. Era desgarrador escuchar. Hoy me pasa que por la noche me olvido del estado del pueblo y a la mañana cuando salgo a buscar mercadería me topo con la realidad”, relata.

Otro de los aspectos que reconoce como lo que más le angustia es saber que en su pueblo, Catarroja, viven numerosos ancianos y, en muchos casos, solos. “La primera noche, mientras vigilaba que el agua no subiera, pensaba en ellos. El pueblo está lleno de abuelos. Al día de hoy ni me animo a preguntar cuántos murieron, me voy enterando por los relatos que me llegan, pero todavía no tengo la entereza para recorrer la zona de casas bajas, donde más abuelitos viven”, dice.

Y después, ¿qué?

Miriam vive en un primer piso, el agua quedó a seis escalones de su puerta, por lo que no perdió nada, entonces no tiene en claro cómo se manejarán los resarcimientos económicos. “Se habla de indemnizaciones, de ayuda que va a dar el Gobierno, la Generalitat Valenciana... Se habla de un bono de 6000 euros que, dicen, hay que devolver en tres meses, pero no tenemos bien esa información todavía”, cuenta.

Barro en las calles de Masanasa, Valencia (Foto AP/Emilio Morenatti)
Barro en las calles de Masanasa, Valencia (Foto AP/Emilio Morenatti)

En tanto, de lo que sí sabe es lo que pasa con el seguro del auto. “No lo cubre, porque esto fue un desastre natural. Lo cubre el consorcio, que es algo así como el seguro de las aseguradoras. Hasta el día de hoy hay aproximadamente 60.000 denuncias de coches destruidos”, aseveró.

Y agrega: “Si no lo vivís es difícil de entender, de explicar y dimensionar lo que pasó. La DANA se llevó todo a su paso. No tenemos colegios, comercios, bancos, supermercados, coches... Muchas casas se derrumbaron, no hay plazas. Todo es lodo y basura. Es una escenario de una película de guerra”.