El catalán Xavier Vidal-Folch es uno de esos grandes periodistas de raza que todavía quedan en el mundo, y que han sabido conectar la práctica de la profesión tradicional con las nuevas tecnologías. Un puente entre aquel periodismo riguroso y de calidad, con este al que asistimos hoy, ganado por la influencia de las redes sociales y la posverdad. Es, en la actualidad, articulista especializado en política internacional y economía de El País, de España, y un intelectual de consulta para medios y colegas.
Dueño de una cultura exquisita, en charla de amigos puede referirse con precisiones a cualquier acontecimiento vinculado a las artes más bellas y, a la vez, lanzar con apasionamiento en un debate profesional que "¡el periodismo no se va a acabar por un puto algoritmo!" Xavier no es un periodista quedado en el tiempo. Es miembro fundador y ha sido el primer presidente del Global Editors Network, una organización integrada por más de 300 editores jefes de todo el mundo. Ellos deliberan cada año para analizar y discutir el futuro del periodismo en todas sus plataformas, a la luz de las nuevas herramientas tecnológicas.
En una pausa de esos encuentros, y ante dos o tres colegas argentinos, Xavier relató una maravillosa como emocionante historia vivida por su abuelo durante la Guerra Civil española, en la que murieron alrededor de 600 mil personas y produjo una dolorosa grieta social. Vale la pena reconstruirla y en muchos tramos con sus propias palabras.
Su abuelo se llamaba Manuel de Balanzó Martí, había nacido a principios del siglo XX, de modo que en la Guerra Civil promediaba los 30 años. Era abogado y vivía en el centro burgués de Barcelona.
Un hombre muy intelectualizado y amante de la cultura clásica. Su padre era marqués, un empresario potente, industrial, pero que también tenía una vena intelectual, ya que era autor de teatro, siempre en catalán, y traductor de poesía. Él tradujo al catalán la primera versión moderna de La Divina Comedia de Dante Alighieri, en verso y en prosa. “Es una buena traducción –dice Xavier-, que guardo en casa como reliquia”.
Ocurrió que durante la Guerra Civil se radicalizaron las posiciones. Por entonces la confrontación de clases era mucho más encendida que ahora, que hay tensiones, pero existe siempre la posibilidad de ascenso social. Sectores de las izquierdas se extremaron e imponían sus ideas, sobre todo los anarquistas, dentro de la Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Anarquista Ibérica y, dentro de ellas, grupos realmente muy violentos.
Paralelamente también en la derecha hubo sectores que se fueron al extremo, como el partido profascista que fue la Falange de José Antonio Primo de Rivera. El caso es que el abuelo de Xavier pertenecía a una familia cuyo padre era un escritor católico y por entonces el factor religioso era mucho más importante de lo que es ahora. Hoy hay tolerancia religiosa y la gente mantiene sus creencias más en el nivel privado que en el público.
Al principio de la guerra, él estaba veraneando en Gelida, un pueblo que está ubicado en plena comarca champañera de la Noya, ahí donde se produce casi todo el cava, el champán catalán.
A medida que se aproxima el desenlace de la historia, a Xavier lo va ganando la emoción: “No sé exactamente por qué razones, porque a toda la historia no la tengo en detalles, sino solo algunas pinceladas que me explicó mi abuela, un día hicieron una saca (una razia) de todos los católicos, digamos conservadores, que estaban ahí veraneando. Eran estos elementos de patrullas de los más radicales de la FAI”.
Una vez que los llevaron con la idea de fusilarlos, les hicieron cavar una fosa frente a la pared del cementerio, para que ellos mismos las usaran. Al terminar, y ya puestos en fila, les dijeron a todos "pueden rezar el padrenuestro si quieren". En esos minutos, el silencio del patíbulo era aterrador y solamente quebrado por los movimientos de los hombres armados.
"Mi abuelo –sigue el relato del periodista- que era una persona muy discreta y muy tranquila pero también tenía su punto de orgullo respondió: "el padrenuestro ya me lo traigo rezado desde casa pero, en cambio, les cantaré". Y entonces quiso despedirse de esta tierra cantando el aria de Tosca "El adiós a la vida", de Giacomo Puccini, y ante la sorpresa de todos, lo hizo".
(Aquí Xavier colocando voz de tenor entona brevemente ¡Elucevan le estelle, ed olezzava la terraaaaa!).
Bien, curiosamente el jefe de la patrulla era un tipo muy aficionado a la ópera, porque una cosa que se desconoce bastante de la cultura anarquista es que tenía un aspecto muy positivo, y es que había producido mucha autoeducación de las clases populares.
Habían creado ateneos alternativos, ateneos libertarios, toda una especie de subsistema de autoayuda, educativo, familiar, de actividades diversas, sociedades higienistas, naturistas, de promoción social, de atención a la mujer, etc.
Tenían también novelistas preferidos, músicos preferidos y entre las obras admiradas de este caballero estaba Tosca. ¿Por qué?, se pregunta Xavier y se responde: “Porque Tosca es, podríamos decir, la gran ópera del liberalismo italiano, de la lucha contra la autocracia de los estados pontificios, y claro, el gran argumento es la resistencia contra la policía corrupta, venal y dictatorial que era desde lejos el apoyo de los ejércitos libertadores franceses de Napoleón. Vete tú a mirar la cosa, pero era así”.
La dramática historia se define cuando el periodista construye una conclusión: "Ese jefe de patrulla que mataba católicos debe haber dicho ´no puede ser que este tipo al que voy a hacerle disparar y matarle, sea un enemigo del pueblo como yo creía. Un hombre que adora como yo y se sabe las arias de esta ópera, no puede ser fusilado´, y por tanto le ordenó: ´váyase, y no vuelva por aquí´. Y así mi abuelo se fue y salvó la vida…" Aunque haya relatado el episodio decenas de veces, Xavier tiene los ojos húmedos.
Cuando todos quedamos conmovidos por el desenlace, él agrega: “Pero luego, hay otra historia que yo conecto siempre con esta, y me emociona bastante porque quiere decir que incluso una guerra civil tan enconada, en la que la vida y la muerte tienen una frontera interna muy pequeña, al mismo tiempo me da pie a otro hecho que ocurre cuando acaba la guerra y es cómo de alguna manera mi abuelo devuelve, digamos con generosidad, aquella especie de tolerancia que le habían aplicado a él y no a todos los demás que murieron”.
Esto es que el 26 de enero de 1939, cuando entran las tropas de Franco para ocupar la Barcelona derrotada, y se están yendo por la otra esquina de la ciudad los republicanos hacia el exilio, la mayoría hacia Francia y otros a la América latina, las organizaciones quemaban los papeles comprometidos. Y hete aquí que una de estas organizaciones había requisado (expropiado) el palacete donde vivía el bisabuelo de Xavier, que tenía también un teatro para representar sus obras, y había allí mucha vida cultural de la burguesía ilustrada del momento.
Ese lugar había sido ocupado y utilizado por una de esas organizaciones republicanas, y cuando se fueron tenían allí todos los archivos, toda la documentación, todas las listas de asociados, y le prendieron fuego. Entonces los bomberos de la ciudad, fueron a buscar al abuelo del periodista y le dijeron: "La casa de su padre está ardiendo, ¿qué hacemos?". Y él les respondió: "que arda, que se queme todo, no sea que algún día tuviéramos un mal pensamiento", es decir, de abrir, de mirar, de denunciar a esas listas y actas.
Xavier Vidal-Folch reflexiona finalmente: “Yo estoy muy orgulloso de este gesto de mi abuelo, porque incluso dentro de este mundo también había guiños o gestos humanitarios. Esta es una bonita historia que en realidad debería profundizar un poco más, porque la sé de tradición oral de mi abuela cuando era chiquito. En una guerra civil la gente quiere olvidar y no explica las cosas. Yo como un día antes de ser periodista ya era muy curioso, pues les preguntaba y no hablaban, pero mi abuela como me tenía mucho cariño, pues sí me explicó. Mi abuelo no vivió mucho tiempo, murió poco después de los 60, yo creo que bastante ya tocado de los sustos del corazón ocasionados por la guerra, ¿no?”
Una fantástica y emotiva historia de vida personal que no cabe en los 140 caracteres de un tuit, ni puede ser relatado por uno de los robots que ya ocupan las redacciones. Fue contada en rueda de amigos, tomando una copa, nada menos que por uno de los mejores periodistas de habla hispana, que se apasiona al defender el oficio frente a los “putos algoritmos”.