Madre de Malvinas: Gladys y el reconocimiento por del Ejército por su hijo, héroe de la guerra

A los 80 años, 35 después de perder en la guerra a su hijo, el soldado cordobés Eduardo Sosa, Glayds Albarracín fue distinguida por el Ejército. Es un orgullo para mí, dijo.

Madre de Malvinas: Gladys recibió el reconocimiento del Ejército en nombre de su hijo.
Madre de Malvinas: Gladys recibió el reconocimiento del Ejército en nombre de su hijo.

Por Mariano Iannaccone

Una medalla dorada, en forma de cruz griega. En el centro de la cruz, el emblema del Ejército Argentino. Además, un diploma; enmarcado también en dorado y con una cinta celeste y blanca que lo rodea, trazando en el ángulo superior izquierdo un perfecto moño.

El cuadro dice: "El Jefe del Estado Mayor, Gran Maestre de la Orden a los Servicios Distinguidos, Al Mérito Civil, con el voto favorable del Consejo confiere el Grado de Comendador a la Sra. Doña Gladys Albarracín. Por lo tanto, se le conceden los honores, distinciones y uso de las insignias que corresponden de acuerdo a los estatutos de la Orden" .

Al pie, lleva las firmas del Secretario, del Gran Canciller y del Gran Maestre de la Orden.

De todas esas honrosas palabras, que constituyen solemnes frases reproduciendo un legado histórico de más de dos siglos de la institución que nació con la patria, Gladys interpreta lo esencial: que el Ejército se acordó de ella y le brinda un sentido homenaje.

Ella es civil. Es madre. Acaba de cumplir 80 años. Y hace 35, en 1982, uno de sus hijos, el soldado conscripto Clase 61 Eduardo Sosa, murió durante la guerra de las Malvinas.

"Para mí, es un gran orgullo. Todo, muy lindo. Muy lindo. Muchas gracias, gracias". Son las primeras palabras, a través de las cuales expresa gratitud; pero, sobre todo, humildad y fortaleza.

Desde su lugar en la primera fila del palco, pareciera bendecir con sus lágrimas a cientos de soldados que están formados en la Plaza de Armas del Regimiento de Infantería Paracaidista 2, ubicado en el Camino a La Calera.

Todos, incluso el Comandante de la IV Brigada Aerotransportada, General Guillermo Olegario Pereda, que encabeza el acto, le remiten a su hijo. Pereda, de hecho, comenta en su discurso oficial, que tenía la edad del soldado Sosa, cuando Argentina fue a la guerra con Gran Bretaña en defensa de la soberanía nacional.

Pide también perdón a Gladys por un homenaje que debió hacerse hace mucho tiempo.

Y destaca: "Despegadas de las circunstancias que llevaron a sus hijos a las islas, hoy las madres de nuestros héroes conforman un mudo testimonio de suprema entrega a la Nación; son ellas quienes soportaron estoicas la tensión dela partida de sus hijos y el dolor por su sacrificio".

En todo el país, el Ejército está cumpliendo con similares homenajes, en cuarteles próximos al lugar de donde eran oriundos los soldados caídos.

Siete hijos, un héroe. Gladys o Coca, como le dicen en el barrio 1º de Mayo, tuvo siete hijos. Eduardo era el tercero.

“Mi vida ha estado signada por los golpes”, nos confiesa.

“Primero, perdí a mis padres cuando era chica. A mi hijo mayor, en 1978, me lo trajeron muerto cuatro días después de que se había ido de pesca; más adelante, en la guerra de las Malvinas, perdí a otro. Hoy, hace dos días, me diagnostican cáncer de páncreas. Seguramente, este es el golpe definitivo. No sé por qué Dios, el destino, o qué me mandó todo eso”, cuestiona.

"Y lo que les puedo decir es que al dolor por la muerte de un hijo no se lo deseo a nadie". La acompañan cálidamente varias mujeres; parientes. Entre ellas, una de sus nietas; "mi adoración", resalta Coca, que también tiene bisnietos.

Durante el acto, abraza a cada uno de los soldados veteranos de guerra que fueron compañeros de su hijo Eduardo y que quisieron estar presentes en el acto.

"Verlos, conocerlos, abrazarlos; fue algo muy emocionante. Cuando me llamaron para invitarme a este homenaje, no imaginé que iba a ser tan lindo".

Viajes a las Islas. Gladys pudo viajar ya tres veces a las Malvinas. Integró el primer grupo de familiares que visitó las islas, a comienzos de los '90.

“Todo era muy tenso”, nos cuenta. "Nos sentíamos muy controlados, vigilados. Nos gustara o no, ellos (por los británicos) ponían las órdenes. Nos advirtieron que ni las flores que llevábamos podían ser celestes y blancas. Los siguientes viajes fueron más amenos. Nos recibieron muy bien; todo fue más distendido”.

También recuerda que cuando preguntó a las autoridades argentinas si podían trasladar los restos de su hijo al continente, le respondieron que no, porque descansaban en su patria, que repatriarlos significaría justamente aceptar que las Malvinas no formaban parte de su patria.

Después de la guerra, los sucesivos gobiernos argentinos rechazaron el pedido británico de trasladar los restos de los caídos al continente.

"Mi Eduardo está allá. Y bueno; debe permanecer allá", nos dice con profunda y ejemplar aceptación.

"Sosita era un tipazo". El día anterior al acto, Día a Día se reunió en Villa Allende con los veteranos de guerra Mario Cano y Ricardo Basilio. Ambos compartían con Eduardo Sosa el servicio militar en el Regimiento de Infantería 8 General O'Higgins, de Comodoro Rivadavia, adonde les había tocado la colimba.

“Nosotros éramos nuevitos, de la Clase 63, recién incorporada. Uno de los soldados que nos recibió fue Sosita (Clase 61), un tipazo. Morocho, petizo, muy macanudo”, comparten.

“Él ya estaba por salir de baja; andaba muchas veces de civil en el cuartel; de zapatillas, vaquero y camisa. Y cuando los jefes dijeron que dieran un paso al frente los que querían ir a las Malvinas, él lo dio. Más adelante nos confesaría que jamás dudó en darlo”.

Los registros oficiales indican que Sosa falleció en el marco de un accidente, el 9 de mayo de 1982, en Bahía Fox, Isla Gran Malvina. Cano y Basilio nos acotan:

"Se les prendió fuego la cabaña en la que pernoctaban una noche que estaban de patrulla".

En el trágico suceso, fallecieron, además, los soldados Sergio Nosikoski, también cordobés, y Simón Antieco, chubutense, descendiente de mapuches.

Cano nos aporta: “Fui uno de los soldados que llegó a la mañana siguiente al lugar. Recogimos los restos que encontramos; los colocamos cuidadosamente en mantas verdes, los envolvimos, cosimos las frazadas y los trasladamos hasta donde se encontraba la base del Regimiento 8. La cabaña estaba a unos 15 kilómetros. En una altura, al pie de unos ligustros, muy cerca de la playa, los enterramos, con cruces que fueron hechas con maderas de cercos. Cada uno tenía su chapita de identificación, con el nombre y el DNI”.

Con los años, los restos serían trasladados por los británicos al cementerio de Darwin, donde están claramente identificados.

Un misterio. Jorge Racca, ex intendente de Brinkmann, formó parte –también como conscripto Clase ´63- de aquella patrulla, bautizada “Mancha” (a dos patrullas, se las había nombrado respectivamente “Gato” y “Mancha”, en referencia a los dos caballos criollos que unieron Buenos Aires con Nueva York en 1925, junto al inmigrante suizo Aimé Félix Tschiffely). En una pausa de las Olimpíadas de Veteranos de guerra, que este año se realizan en Posadas, Racca atiende nuestro llamado.

Nos aporta: "Habíamos caminado unos 15 kilómetros; llegamos a esa casita, que en los mapas figura como Leicester House (visitó años después las islas y constató que fue reconstruida), y el subteniente Mario Díaz, a cargo de la patrulla, decidió que pernoctáramos ahí. Estaba deshabitada. Era un eventual refugio de dos plantas, utilizado por criadores de ovejas. Lloviznaba y había nevado; más tarde, se despejó. El frío era muy intenso. Pasada la medianoche, durante el turno de guardia que hacíamos en ese momento con el soldado Córdoba, escuchamos como un crujido afuera. Como si fueran pasos. Quizá por inexperiencia, a la guardia la hacíamos desde el interior de la cabaña, habiendo tapado con mantas las ventanas. Fui hasta la puerta que daba a la salita donde los lugareños suelen sacarse el calzado y la ropa húmeda antes de entrar; la abrí y estaba todo en llamas. El fuego y el humo negro, producto de la combustión de los materiales aislantes altamente inflamables del refugio, ingresaron rápidamente a la cabaña. Tratamos de ayudar a los que dormían y salimos como pudimos. En menos de 45 minutos, la construcción, completamente de madera, estaba consumida por el incendio. Además, explotaba la munición que llevábamos, todo. Arriba, descansaban Sosa, Nosikoski, Antieco y Gómez (también cordobés). De los cuatro, solo sobrevivió Gómez, que cayó desvanecido desde la ventana de arriba. Se sabe que todos trataron de romper los vidrios fijos".

Con los años, Racca pudo visitar a Gladys y contarle lo sucedido; también, a la madre de Nosikoski y a familiares de Antieco.

"¿Cómo recuerdo a Sosa? Era nuestro hermano mayor; entre los ocho soldados de la patrulla, el líder. Nos protegía, nos enseñaba".

Los efectivos del Regimiento 8 nunca encontraron evidencias de la causa del fuego. Cierra Jorge:

"Quizá, una patrulla enemiga provocó el incendio. Quizá, habitantes de las islas, que se sabe eran muy reacios a la presencia argentina y colaboraban con las tropas británicas".