Última serenata a la luz de la Cañada

El club de jazz La la lá reunió a los mejores músicos de Córdoba. Sus dueños no pudieron afrontar la suba de impuestos y cerraron.

Última serenata a la luz de la Cañada
Lucho Ruiz y Teo Lobos, en guitarra\u002E

Por Natalia Lazzarini

Medianoche de jueves en Córdoba. En esta antigua casona de barrio Güemes, suenan las estrofas de Black and Blue. La canción que una vez inmortalizara el trompetista negro Louis Armstrong rebota entre las paredes y sube como torbellino, erizándote la piel. Una cantante cierra sus ojos como si evocara los recuerdos más recónditos de su memoria. Y un clarinetista acompaña las voces con su melodía melancólica.

La elección del tema no fue casual. Los músicos no ocultan su tristeza. Después de cinco años de actividad ininterrumpida, el club de jazz La la lá cierra sus puertas por no poder afrontar la continua escalada de impuestos, entre otras cosas.

Este centro que convocó a los mejores músicos de Córdoba tira la toalla, dispuesto a convertirse en leyenda. Cierra con la consigna de haber acercado a las nuevas generaciones este particular arte de la improvisación sin palabras.

“No cerramos por un solo motivo –explica su dueño, Diego Carmona–. Principalmente está la cuestión impositiva. En 2015, el alquiler aumentó un 50 por ciento. Y ahora se suma el incremento en el resto de los servicios. Además hay una cuestión cultural. La gente no elige estos lugares para asistir habitualmente. Y a veces nos sentimos muy solos”.

Creado en septiembre del 2012 por Tomás y Javier Arinci, Gastón Visotsky y Mario Revol –cuatro amigos egresados del colegio Domingo Zípoli de Niños Cantores–, el club congregó a músicos de jazz, así como de otros estilos.

“De repente comenzaron a aparecer artistas jóvenes que necesitaban foguearse. Y un público que descubrió que el jazz no era cosa de viejos, aburridos o eruditos. Sino que era algo que todos podían disfrutar”, agrega Francisco Castillo, clarinetista de la Small Jazz Band, grupo que tomó el bar como propia casa.

Con el paso del tiempo, el club comenzó a derribar mitos en relación al jazz. Y acercaba la obra de la década de 1920 a las nuevas generaciones. Sin embargo, el constante aumento de los servicios públicos y el valor del alquiler hicieron inviable este espacio de “culto”. Sin ayuda estatal, el cierre se hizo inminente.

“En Barcelona, los bares con música en vivo tienen descuentos impositivos y líneas crediticias con bajo interés. Acá en cambio, lejos de apoyarnos, nos persiguen. Clausuran, meten multas y nos pasan las cosas más insólitas”, agrega Carmona.

Hasta luego, quizás. La del jueves pasado fue la última sesión de jam o enjambre, oportunidad donde artistas invitados subieron al escenario a improvisar. A acompañar a los músicos de siempre: Roberto Bastiani (batería), Andrés Coppa (teclado), Guillermo Acosta (contrabajo) Lucho Ruiz y Teo Lobos (guitarras), Jorge Gornik y Pancho Castillo, en el clarinete.

Felices por lo logrado. Tristes y melancólicos por el final. El baterista, gorra azul que esconde canas y calvicies, toca con sus dos palos en una silla. Y entonces te das cuenta de que el jazz no envejece. Tengo Ritmo, último tema.

Aplausos, fotos de despedida. Puertas que se cierran. Un hasta luego, quizás. Estas fueron las imágenes de la última serenata a la luz de La Cañada.