Las cifras provienen del banco de datos sobre incendios creado por un grupo de investigación del Instituto Gulich, dependiente de la UNC y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), al que tuvo acceso UNCiencia.
Se trata de una cartografía histórica de las áreas quemadas. Su propósito es proveer información científica sobre los patrones espaciales y temporales que sigue la ocurrencia de estos disturbios en las sierras de Córdoba.
Conocer las zonas más propensas a sufrir este tipo de eventos es un insumo crucial. No solo posibilita gestionar el riesgo de incendios y delinear planes preventivos, sino prever medidas de rehabilitación para los espacios degradados.
La base consta de 31 archivos vectoriales georreferenciados, uno por cada año. En ellos, las superficies alteradas por las llamas están delimitadas mediante polígonos, cuyos vértices corresponden a pares de coordenadas (latitud/longitud).
Cada registro fue producido a partir de imágenes capturadas por satélites del programa Landsat, del Servicio Geológico de Estados Unidos, a las que se accedió a través de la plataforma Google Earth Engine.
Especialistas del Instituto Gulich efectuaron un primer análisis sobre ellas y luego las sometieron a un procesamiento semiautomático en la nube para generar las “cicatrices” (polígonos) provocadas por las llamas.
Actualmente, esa treintena de documentos atraviesa un proceso de revisión exhaustiva para incrementar su precisión, corregir falsos positivos y agregar incendios omitidos. La idea de crear una base de datos de incendios surgió originalmente como propuesta de un grupo de profesionales como proyecto integrador para la Maestría de Aplicaciones en Información Espacial que imparte el Instituto Gulich.
Posteriormente, la iniciativa continuó su desarrollo hasta alcanzar su envergadura actual. El proyecto se inscribe dentro de una línea de investigación sobre la temática que integrantes de ese centro científico vienen impulsando hace años.
Vale tener en cuenta que el trabajo solo consideró los incendios iguales o mayores a cinco hectáreas. Áreas menores suelen corresponder a falsos positivos y resultan escasamente significativas para la cuantificación final del espacio quemado.1988 fue el peor año del período analizado, con 961 focos que se extendieron más de 350 mil hectáreas. Si bien 2015 registró el menor número de incidentes (45), el ciclo con menor superficie degradada fue 2014 (2.135 hectáreas). Del relevamiento surge que el 2,2% de los incendios fue responsable del 71% del área total quemada entre 1987 y 2018. Se trata de disturbios de gran escala, que superaron cada uno las mil hectáreas. En el extremo opuesto, más del 86,3% de los siniestros –todos menores a 100 hectáreas– afectaron un 11% de la superficie total afectada por el fuego.
La frecuencia con la que ocurren es otra de las lecturas que habilita el material producido. En el período estudiado, un 21% de las sierras (585.861 ha) se quemó una vez; un 9,5% (264.126 ha) en dos oportunidades; y un 3,2% (89.966 ha) tres veces. Además, 44.996 hectáreas quedaron bajo las llamas en cuatro o más oportunidades durante el lapso analizado.
El inventario de consecuencias adversas asociadas a la ocurrencia de estos eventos podría alimentar una lista interminable. Un documento elaborado por el equipo responsable de la cartografía histórica señala que el fuego contribuye “a la disminución de la diversidad y distribución de los bosques, favorece la erosión del suelo, reduce la infiltración y aumenta el arrastre de materiales”.
Los últimos puntos resultan cruciales, ya que ambos “modifican la calidad del agua, así como el servicio de regulación hídrica que prestan los ecosistemas”, según explican.
Con todo, tener una radiografía precisa de cuándo y dónde se desata un incendio, o qué extensión perjudica hasta ser extinto, resulta una tarea prácticamente imposible desde el terreno.
Allí es donde el sensado remoto satelital puede aportar información de vital importancia. En esencia, porque permite el monitoreo sistemático de la superficie terrestre desde el cielo, así como el análisis del estado de la vegetación.
La base de datos histórica creada en el Instituto Gulich, por caso, utiliza información registrada por distintos satélites del programa Landsat .En Argentina, esas imágenes y las de más de 16 satélites se reciben en la Estación Terrena Córdoba del Centro Espacial “Teófilo Tabanera” (Conae), en la localidad cordobesa Falda del Cañete. Tras su procesamiento, todo ese material queda a disposición en un catálogo al que se accede desde el portal de la Conae. Para el desarrollo de la cartografía histórica, el equipo de investigación utilizó imágenes satelitales del 1 de junio al 31 de diciembre de cada año, período considerado como la estación de incendios en Córdoba.
En un primer paso, especialistas del grupo analizaron cada imagen y fueron colocando marcadores (muestras de píxeles), tanto en sectores que corresponden de manera inequívoca a eventos relacionados con el fuego, como en sitios sin evidencia de haber sido afectados por las llamas.
Con esos marcadores, las imágenes fueron procesadas en la plataforma Google Earth Engine. El uso de este servicio en la nube responde al extenso volumen de información que debió ser procesada computacionalmente.