Por Javier Firpo
“Es la última, pero en serio. Te lo juro por Dalma y Gianinna, y Benja y Dieguito Jr. y Jana...”.
Así, por redes sociales, Roberto Moldavsky asegura e hiperjura que esta vez sí será el último fin de semana de su rotundamente exitoso espectáculo en las entrañas de la Broadway porteña. Es que el vendedor de camperas devenido standupero -se trata de la revelación humorística más importante de 2017- venía anunciando el epílogo de su elogiado show que, debido a la cuantiosa demanda, prorrogaba una y otra vez. "No puedo creer todo lo que estoy viviendo. Esto de que te paren por la calle, te saluden, te pidan un autógrafo o... ¡una selfie! me sorprende, me gusta también y lo estoy disfrutando como un pibe".
¿Imaginabas semejante respuesta del público que colma cada fin de semana el teatro Apolo?
No era algo que imaginaba a esta altura de mi vida, después de los cincuenta pirulos, y menos que mi faceta humorística se disparara así. Apelás al humor judío, pero partís de la base de burlarte de vos mismo.
¿Cuál es la razón de este suceso?
Creo que lo que estoy haciendo tiene que ver con ser natural y espontá- neo, sin recurrir a una formación paisana rígida, y sacándome el cuero a mí y a la religión a la que pertenezco antes que nada. Y como ex comerciante del Once, la habilidad para vender, el regateo, la guita y el ahorro siempre surten efecto...
¿Sos practicante del "humor judío"?
Yo hago un humor que tiene como centro reírse de las propias desgracias.
No necesito mirar al pueblo de enfrente. El humor es distintivo de la religión judía y se basa en todo lo que hemos sufrido en la vida. Somos miles los que lo practicamos.
¿Por qué pensás que tantos judíos se dedican a esa faceta?
No es casualidad, por supuesto. Creo que hay algo que tiene que ver con la historia, con la educación, con esto de resistir y con el sufrimiento, porque... -piensa un segundo- que te la corten a la semana de haber nacido y lo divulgues a los cuatro vientos tenés que tener mucho humor, sino te tenés que suicidar.
¿Por qué un comerciante de camperas largó todo y hoy vive del humor? “Todo empezó gracias a mi ex mujer, que me aconsejó hacer un curso de lo que sea... Ella quería que me fuera de casa varias horas: yoga, pilates, un curso de cocina o de stand-up, al que elegí por dos motivos fundamentales: lo organizaba la AMIA y era gratuito”, describe Moldavsky, que además forma parte del staff de Fernando Bravo, en Radio Continental, y de “La peña del morfi”, junto a Gerardo Rozín.
¿Prosperó ese curso de stand-up?
De la manera más insólita. A Jorge Schussheim (músico, letrista y humorista) le llegó un dvd sobre doce estudiantes. La verdad es que estaría muy al dope Jorge, porque ponerse a verlo enterito hay que tener una voluntad de fierro… ¡Encima yo era el número doce, imaginate!
¿Te vio y te llamó?
Gracias a su paciencia hoy estoy aquí. Me vio y me convocó a un show en un café-concert donde Jorge cantaba y yo monologaba. Ese fue el puntapié inicial...
¿Y cómo llegaste al ciclo radial de Fernando Bravo?
Fernando asistió a ese espectáculo de Schussheim y me invitó a su programa para una entrevista. La idea era una charla de diez minutos y me quedé media hora. Cuando terminó, Bravo me invitó a ir los viernes a contar unos chistes, que funcionaron, y así me sumó los miércoles.
Hoy estoy de lunes a jueves, durante las cuatro horas del ciclo.
En estos momentos de volar en las alturas, Moldavky no se quiere olvidar de quiénes le dieron una mano, como el propio Fernando Bravo, quien lo introdujo a los medios y con la gimnasia diaria del aire pudo modelar a esta criatura que se fue curtiendo con puestas más austeras como “Goy Friendly” y “La vida según Moldavsky”, hasta erigirse en este monstruo que cada fin de semana es ovacionado de pie.
¿Qué fue lo más difícil cuando dejaste Corrientes y Pasteur para mudarte a Corrientes y Paraná?
Domesticar el susto. Porque tenía la incertidumbre de no saber si lo que pasaba era algo transitorio, si se trataba de una primaverita o de si el escenario resultaría mi nuevo medio de vida. Pero tuve una señal positiva de Sebastián Wainraich.
¿Por qué de Wainraich?
Porque hace unos años, después de un show que yo hacía en Boris, me invitó a almorzar y me dijo sin vacilar.
“Largá todo lo tuyo, tu negocio de camperas en el Once y ponete a hacer stand-up. Te la tenés que jugar”.
Para mí fue un espaldarazo, porque que te lo diga Wainraich no es lo mismo que un amigo.
¿Se conocían ustedes?
No, justamente. Me sorprendió su generosidad, no es habitual que alguien con quien no tenés una amistad, y que no saca ninguna tajada, te invite a almorzar y te estimule así.
Gustavo Yankelevich pensó en vos para el Apolo, Schusseheim te descubrió, Wainraich confió en vos, Rozín te acercó a la tele... Sólo falta que otro paisano como Adrián Suar te ofrezca un personaje...
Uy, me muero... Sabés que se me cruza la posibilidad, pero también tengo en claro que no soy actor. Lo que yo hago en el escenario es hacer de mí, me queda cómodo, no me cuesta nada... Pero admito que fantaseo con la posibilidad de actuar. Y ojalá que Suar se fije en mí, porque yo no soy de los que dicen “hasta llegar al programa de Tinelli no paro”. Creo que no tengo nada que ver con el show que hace Marcelo, pero hacer una ficción, un personaje, sí me gustaría, a pesar de que no está bien que sea yo quien lo esté pidiendo.