Grave denuncia de una joven: "Me dejaron 9 horas con mi bebé muerto en la panza"

Johanna Piferrer denunció y contó el maltrato que le tocó vivir tras perder a su hijo. 

Grave denuncia de una joven: "Me dejaron 9 horas con mi bebé muerto en la panza"

Su historia es traumática y desgarradora. Johanna Piferrer estaba embarazada de Ciro, su primer hijo, y -faltando un mes y medio para su nacimiento- fue a hacerse un monitoreo de rutina.

En un momento, creyeron que el aparato andaba mal, fueron a buscar otro, y tampoco. Luego, los médicos y la ecografía, hecha de urgencia,  confirmó que el corazón de Ciro ya no latía.

En diálogo con Infobae, Johanna, que en ese entonces tenía 32 años, recordó los detalles del momento en que la ecografista les confirmó que no había signos vitales: "Yo empecé a llorar, le dije que no podía ser, que diera vuelta la pantalla que quería ver a mi hijo. El papá de Ciro se desplomó. Yo me levanté de la camilla y fui a abrazarlo. No sé cuánto tiempo nos quedamos abrazados en el piso. No lo podíamos creer, tampoco sabíamos qué hacer".

"La autopsia reveló, unos días después, que el bebé llevaba 48 horas muerto", detalló el artículo.

"Nos mandaron a esperar al obstetra a la maternidad, en el quinto piso. Nos dejaron solos esperándolo en una sala llena de mujeres con panzas enormes, familiares que llegaban con regalos y flores, abuelos felices. Se oían los llantos de los recién nacidos", contó Johanna.

"Unas horas después me internaron y me dijeron que me iban a inducir el parto. Que era mejor un parto natural así podía tener otro hijo rápido y, además, evitaba que me quedara una cicatriz. Yo les decía que no estaba en condiciones psicológicas de tener un parto natural, que no podía parir así, que por favor me hicieran una cesárea. Me dejaron 9 horas internada en la maternidad con Ciro muerto en la panza. Cuando pregunté por qué tardaban tanto me dijeron que lo mío no era una urgencia", amplió la mujer.

Johanna recordó que fue la llegada a la clínica de una amiga de ella, abogada, lo que aceleró el proceso. "Me hicieron una cesárea y me preguntaron si quería verlo. Les dije que no, no podía. Cuando terminó la cesárea, en vez de llevarme a una sala común me volvieron a llevar a la maternidad. Me acuerdo que iba en la camilla, dopada, y veía los carteles con los nombres de los recién nacidos colgando de las puertas. Adentro de mi habitación había dos carteles: uno decía: "señora mamá, si va al baño no deje a su bebé solo', el otro decía: 'señora mamá, dele de amamantar a su bebé", expresó.

"Nosotros también teníamos que tomar decisiones. Había que decidir si hacer una autopsia o no, si lo queríamos ver en la morgue o no, si teníamos o no plata para que una cochería retirara el cuerpito. Pedimos que nos asistiera un psicólogo y mandaron uno recién a las 72 horas. Después mandaron a otra, le tuve que contar todo de nuevo", relató.

"Se lo dieron en una caja azul de archivo, de esas que se usan en las oficinas. Para la medicina era un feto NN, para nosotros no, era nuestro hijo, lo estábamos esperando, tenía un nombre", dijo.

Johanna empezó a pensar que la muerte de su hijo no era culpa de nadie pero todo lo que había sucedido alrededor había sido una forma de violencia obstétrica: una de las seis formas de violencia contra la mujer estipuladas en la "ley de violencia de género".

Fue por eso que hizo la denuncia en la CONSAVIG, que pertenece al Ministerio de Justicia y DDHH de la Nación. Y luego demandó a su prepaga -de primera línea- y a la clínica (por consejo de su abogada, prefiere que no se sepa cuáles son). Se trata de un juicio civil por daños y perjuicios.