A 11 días de la dolorosa experiencia de enterrar a quien pensaba que era su hijo, Frank J. Kerrigan recibió un espeluznante llamado: "Está vivo". Un vecino se lo pasó al teléfono. "Hola, papá", escuchó, sin poder creer lo que pasaba.
Funcionarios de la oficina forense del condado Orange habían identificado erróneamente el cuerpo, cuando hallaron un cadáver atrás de una tienda en Fountain Valley. Así, a Kerrigan, de 82 años y residente de Wildomar, le dijeron que el cuerpo era el de su hijo, Frank M. Kerrigan, de 57 años, quien tiene una enfermedad mental y que había estado viviendo en la calle.
Al preguntar si debía identificar el cuerpo, una mujer dijo (incorrectamente) que se había realizado la identificación a través de huellas dactilares, por lo que no era necesario.
El 12 de mayo la familia realizó un funeral con costo de 20.000 dólares que atrajo aproximadamente 50 personas de lugares tan lejanos como Las Vegas y el estado de Washington. John Kerrigan, hermano de Frank, dio el discurso laudatorio.
A partir del llamado de su vecino, la situación dio un giro de 180 grados. Nuevos análisis sobre el cadáver confirmaron lo que ya había quedado claro: sus huellas pertenecen a otra persona.