Vía Tres Arroyos te presenta una nueva entrega de Pinceladas Literarias, en esta ocasión con el cuento “La nada misma” de Eliana Amado y seleccionado por la responsable de esta sección, Valentina Pereyra.
LA NADA MISMA
Los anteojos, con una cadenita antaño dorada que cuelga de las patillas opacas por años de uso, hacen equilibrio a media nariz. Igual, la mujer se acerca al monitor del cajero autogestión como si el aumento de las rayadas lentes no fuera suficiente. La punta de la lengua apretada entre los dientes indica el grado de nerviosa concentración.
Expectante y con una mueca de fastidio y agitación marca los números en el teclado. Luego espera de pie, aunque algo encorvada y como inerte al lado de esa suerte de tótem omnipotente que ella como tantas otras cosas, no puede manejar.
Le pregunto sin ocultar mi prisa que está esperando. Quizás debiera haber preguntado si necesita ayuda. Pero el banco no es un buen lugar para sacar lo mejor de nosotros, me inclino a pensar que suele promover justamente lo contrario.
Su mirada se ve cansada. Una mirada puede acariciar, juzgar, seducir, interrogar, compadecer y tanto más, pero esta no hace nada. Como su dueña, solo muestra tal agotamiento, que no muestra nada en una cara de nada.
Por fin con voz un poco molesta me dice que espera que la máquina le “escupa” el papelito. Le aviso que no lo espere. Que el comprobante impreso era de otras épocas más florecientes o de otros bancos privados donde los escalones de ingreso no muestran hundimientos por desgaste y el ambiente es más claro y luminoso. En este, de escalinatas gastadas por muchas peregrinaciones y con paredes grises del hollín que se cuela de la calle no tendrá papelito.
Recuerde usted las últimas cuatro cifras de su documento nacional de identidad. Cuando las vea en el monitor de turnos podrá pasar a la caja, le digo con suavidad.
Balbucea unas gracias casi inaudibles y se encamina a la fila de butacas. Me guardo para mí contestar como dice una amiga gracias hacen los monos pues la señora está lejos de entender la humorada.
Tipeo mi documento para ingresar en el llamado de turnos. Tomo asiento junto a ella. La mujer ya más relajada suelta su enojo. “Mi marido me manda al banco y yo hace años que no entro en uno. Estas cosas las hace él. Cobra mi jubilación y más aún la suya. Hoy no sé qué le atacó. Me larga a mí, que no sé cómo hacer. Que no espere que me ocupe de la cocina. Comerá lo de ayer. Bueno al menos no se va a quejar por la carne dura. Al recalentarla se va a ablandar. Parece que fuera mi culpa que la carne sea dura. Siempre voy a la misma carnicería, pero…a veces sale buena y a veces es un garrote…que va a hacer una.
El teléfono interrumpe su monólogo con un timbre que suena insolente. Lo toma y sin escuchar palabra le espeta en voz demasiado alta como para que de las otras sillas no se volteen cabezas curiosas. Estoy en el banco que te pasa. ¡Ah! ¿Vos? ¡Que querés que haga si estoy en el banco no puedo estar en casa! Le da dos o tres golpes con su índice a un esquivo y pequeño telefonito rojo en la pantalla de su celular y logra finalmente cortar la comunicación.
Lo que faltaba, me aclara, mi hija que no sé qué se ha comprado por internet y lo llevaran a la casa ahora. Y pretende que se lo reciba. Yo estoy en el banco que vea ella que puede hacer. Que le avise a internet que no hay nadie que Carmen, la mujer maravilla y para todo servicio está en el banco. Que se arregle.
Guarda rabiosa el arcaico aparato de telefonía celular
Le digo que seguramente volverán a pasar con el pedido, que no se preocupe. Me dice que no, que no se “calienta”, que ella ya está más allá de todo.
En la pantalla de turnos aparecen nuestros llamados. Como era de esperar son casi simultáneos. Planteo en la caja mi retiro de efectivo y firmo el recibo. Mientras el cajero busca el dinero y completa la operatoria la escucho argumentar con voz que raya el llanto.
- ¿Cómo que tengo que traer el documento de identidad del titular de la cuenta? Te digo que mi marido me mandó con este encargue y te traigo mi propio documento. El de él lo tiene él en su trabajo. ¿Como va a andar sin documentos? ¿Para qué después le hagan problemas por indocumentado? Yo te digo que soy la mujer y te digo el número de caja de ahorro y ya está. Él me dijo que soy su apoderada. Fíjate en esa pantalla que ahí te debe decir. Que como que lo necesitas para saber si el señor vive. -
La voz subía cada vez más de tono. La mujer se desquiciaba y revolvía papeles en una vieja cartera de cuero que abría y cerraba compulsivamente. ¿Que como que lo sentís, que sentís? Acá lo que está claro es que mi marido, que está bien vivo, me mandó al banco y que a mí no me gusta. Que no recibí la encomienda de mi hija y no sé si pudo avisarle a internet. Que almorzaremos comida recalentada. Que perdí la mañana y todos enojados con Carmen que no sirve para nada. Como dice mi marido vivir conmigo es un purgatorio. Según él, cuando se muera va derechito al cielo, San Pedro se hace a un lado y pasa de una. Te repito que está vivo, te lo aseguro porque ya cumplimos 30 años de casados. Esperé que los festejara. Al menos un asadito, pero no. ¡Me dijo festejaaaar! ¿El qué? Más que festejo un tiro acá…y se apuntaba los de abajo.
Bueno… si, me voy… para que seguir hablando si siempre al final …nada… la nada misma.
Sobre la autora
Eliana Amado nació en Tres Arroyos hace 65 años.
Reflexoterapeuta en actividad desde hace 31 años.
Escribe desde su adolescencia porque entiende que escribir es ir al encuentro del otro, completarse en el otro.
Primera Mención en Concurso de cuento Breve 26 Feria del libro en Biblioteca Sarmiento.
Publicó tres cuentos en la Antología “Cuentos De Mentes ” de editorial Rubin.