La muerte por desnutrición de un niño wichí de casi dos años vuelve a mostrar el gran abandono y de pobreza en que viven las colectividades, especialmente nativas, en el norte salteño.
En marzo de este año falleció un joven wichí de 14 años en la misma situación. En el medio quizás hubo otros casos que quedaron en el anonimato, tal como viven las poblaciones en el Chaco salteño profundo.
El pequeño que murió días atrás pertenecía a la comunidad El Chañar del pueblo de Coronel Juan Solá, a 440 kilómetros de la ciudad de Salta. Había nacido prematuro y con bajo peso pero, según explicaron desde el Ministerio Primer Infancia de la provincia, le habían realizado controles médicos en diferentes oportunidades. También detallaron que había alcanzado un buen pesaje, sin embargo hace días llegó al Hospital Materno Infantil de la Capital con un severo cuadro de diarrea y deshidratación. Antes estuvo internado en los hospitales de Morillo y Orán. No sobrevivió.
Por otra parte, el caso del chico de 14 años, que se llamaba Fidel Frías, tuvo diferente versiones. Pesaba 30 kilos cuando falleció. En febrero de este año ingresó al Hospital de Santa Victoria con un evidente cuadro de desnutrición. Una versión cuenta que, a pesar de su estado, le dieron el alta y tuvo que volver a su casa en bicicleta porque no había ambulancias. La versión oficial, proveniente del Ministerio de Salud de la provincia, sostiene que el paciente se había fugado del hospital el 28 de febrero. Los cierto es que el joven acarreaba un grave diagnóstico de desnutrición que sufría desde hace años y del que no logró reponerse.
A pesar de que el gobernador Juan Manuel Urtubey destacó hace unos meses que la reducción del índice de mortalidad infantil en Salta fue del 9,6 por 1000 el año pasado, la pobreza y, por ende, la mala alimentación con que diariamente conviven los niños y niñas de las comunidades originarias.
El último anuario estadístico publicado por el Gobierno en 2018 sobre el tema, detalla que en el departamento Rivadavia se registró 2,9% de chicos con malnutrición en 2017, según un informe del diario La Gaceta.
Todo esto sucede en un lugar remoto y olvidado donde, cada vez que llueve y crece la corriente del río Pilcomayo, el agua hace estragos en sus precarias viviendas. En febrero de 2018 hubo una devastadora inundación en la zona. Hubo alrededor de 322 personas evacuadas, todas pertenecientes a comunidades originarias.