Si queremos mostrar los cambios que ha sufrido un lugar con el paso del tiempo, Miramar de Ansenuza no puede quedar afuera. Intensas sequías y arrasadoras inundaciones, han ido cambiando la fisonomía de un pueblo que se ha resistido siempre a ser vencido, y que ha sido capaz de dar batalla, sabiendo sobreponerse a todo, más allá de que las circunstancias fueran devastadoras.
Miramar es el único pueblo costero de la Laguna Mar Chiquita, y las bondades curativas de sus aguas y fango la hicieron reconocida en todo el mundo. Desde Europa llegaban enfermos a curar sus dolencias en las aguas salubres de la Mar de Ansenuza.
En muy poco tiempo, la localidad disfrutó de su época de oro, con más de 110 hoteles y un casino, en una localidad que prometía mucho. Sin embargo, la condición cíclica de la Laguna, en aquel entonces desconocida, traería tiempos de extremada sequía seguidos por inundaciones que sepultarían bajo el agua los sueños, proyectos y esfuerzos, de varias generaciones.
Y no solo eso. En la inundación del 77/78, se produjo además una gran emigración de más del 60 por ciento de su población, que en aquellos años superaba los 4500 habitantes (hoy apenas supera los 2000).
Muchos años se requirieron para ser tenidos en cuenta por los gobiernos provinciales de turno, y así encarar un estudio serio del comportamiento de la Laguna. Eso permitió volver a apostar a la localidad, reinvertir, sabiendo cuál es el pico máximo de la Mar Chiquita.
Con la demolición de las ruinas que habían quedado bajo el agua y que teñían el paisaje de tristeza y melancolía, Miramar pudo resurgir y comenzar de nuevo, una vez más, después de tantos intentos fallidos.
https://youtu.be/Z1n8eB5Uez0
Hoy se muestra más pujante que nunca, y fiel reflejo de eso fue la inolvidable temporada vivida este verano, cuando registró la visita récord de turistas de todo el país y el mundo.
Con la promesa de ser el próximo Parque Nacional y el más grande del país, MIramar de Ansenuza se consolida, siendo el destino turístico elegido por la calidez de su gente, los múltiples atractivos, su riqueza natural, sus atardeceres incomparables e irrepetibles, una gastronomía abundante y distintiva, y sus rincones que invitan a volver.
Hablar con el miramarense es conocer su lucha, es llenarse de una enseñanza que no se imparte en las escuelas, es saber que aunque todo parezca estar perdido siempre habrá una salida. Hablar con un miramarense es una lección de vida.
Fotos de Mariana Zapata y Florencia Castro. Agradecimiento infinito.