Todos tienen momentos de crisis.
A veces son cortas y superficiales.
Otras largas y existenciales.
Pueden ser mezcla de las dos.
Repito, todos tienen crisis.
Incluso a diario.
Cada persona que te cruces tiene una historia.
Sus ojos esconden relatos.
Problemas, cargas, amores y desamores, sueños y temores.
Nadie se salva.
Es normal tener momentos en los que no sabés qué carajo querés o dónde estás.
Todo ser humano tiene permitido perderse de a ratos.
No lo quieras controlar.
A nadie le gusta transitar sus crisis.
Pues, no es para nada placentero.
Sentirse totalmente conflictuado sin saber cómo solucionarlo no suele ser considerado “el plan”.
Pero es tan necesario hacerlo como lo es respirar.
Fundamental.
Verás, son las crisis las que te moldean.
Las que agregan arrugas a tu cara y canas a tu pelo.
Es a través de cada uno de esos momentos catastróficos que te toca enfrentar que crecés.
Lo cierto es que jamás se trató de los años, sino de los daños.
Y es por eso que dicen que ningún mar en calma hizo experto a un marinero.
Hay que respirar hondo, mirarse al espejo y aceptarlo.
Y hacerle frente a eso que te mantiene despierto por las noches.
A lo que te hace arrugar la frente y entrecerrar los ojos de a ratos.
Que evitarlo no te sirve de nada.
La clave está en transitarlo.
Lleve el tiempo que lleve.
Cueste lo que cueste.
Hacerle frente e intentar aprender la lección.
Que al final del día, de toda crisis, sea existencial o superficial, se aprende algo.