Si hay un sector que en la Argentina se distingue por su dinámica innovadora y por su capacidad de transformación, ese es el agro.
Con estas características, el campo está frente al desafío de profundizar la adopción de prácticas cada vez más sustentables y cuantificar los resultados obtenidos.
Hasta hace unas décadas, la mayoría de los establecimientos eran mixtos y esa era la mínima diversidad que tenían los sistemas, pero cuando la ganadería empezó a desplazarse y la producción se fue agriculturizando, la biodiversidad sufrió y se encendieron luces de alarma que muchos productores comenzaron a percibir. Esas alertas impulsaron la instrumentación de formas diferentes de producir.
“Hay que cambiar de tecnología de insumos a procesos; lo principal es el convencimiento con que se enfrenta el desafío, y el incentivo es empezar a ver los resultados de las prácticas –subrayó Julio Priotti, responsable de producción en campos propios Aceitera General Deheza (AGD)–. La primera barrera que hay que romper es la de entender que el agua es el primer nutriente. Hay que cosechar primero agua para después cosechar granos”.
Priotti repasó que, como ingeniero agrónomo, se formó con la idea de “controlar” insectos y malezas, y no de entender que son un pilar del sistema. “No veíamos que en la sustentabilidad estamos todos incluidos, que la biodiversidad es plena”, indicó.
AGD empezó a aplicar corredores biológicos en el campo El Manantial y las fue extendiendo a otros establecimientos. Priotti, responsable de la producción en 40 mil hectáreas, repasa que venían trabajando en un sistema insumo dependiente, hasta que observaron las malezas resistentes y, en paralelo, los consumidores empezaron a demandar alimentos inocuos.
“Hace 13 años empezamos a certificar soja con un programa muy exigente de la Mesa de Soja Sustentable y, desde ese momento, nos dimos cuenta de que la sustentabilidad era el eje”.
El especialista integró el panel de una nueva edición del ciclo “Voces que suman”, del que también participaron Pablo Borrelli (cofundador de Ovis 21); Paola Díaz (directora adjunta de Prospectiva de Aapresid), y Javier Ventura (gerente de Producción de Monte Buey Agropecuaria).
El diálogo fue moderado por el periodista Daniel Alonso, coordinador del ciclo que cuenta con la producción ejecutiva de Sebastián Gilli. El contenido se difundió por la plataforma de La Voz y por su perfil en YouTube, con réplicas en Los Andes y en Vía País.
Regeneración
Borrelli se involucró en la actividad a partir de su “obsesión”, como patagónico que es, por la desertificación de la región: “Tratamos infructuosamente de resolver ese problema usando el paradigma antiguo sin ningún resultado importante, con fracasos”.
Así, en 2008 comenzaron con el manejo holístico en campos de la zona, lo que les permitió “cubrir el suelo, aumentar la diversidad y la producción”.
En 2015 expandieron la aplicación fuera de la Patagonia y lograron resultados “excelentes”. Con Ovis 21 armaron una red de productores y técnicos, “de aprendizaje permanente” y empezaron a sumar casuística.
Explicó que, desde lo ambiental, la regeneración es “un proceso, una forma de hacer agricultura y ganadería en donde estamos aumentando el capital biológico en cada ciclo productivo. No se produce a costa del ambiente, sino que cada decisión de manejo acumula, como en una alcancía, cuotas biológicas de biodiversidad, de infiltración de suelos, de retención de humedad, de corredores biológicos”.
El especialista aseguró que la metodología, a favor del ambiente, “genera más ganancia” porque cuando se logra “que la naturaleza se exprese, se produce más a menor costo”.
Respecto del manejo holístico, precisó que es un modelo de planificación de predios, una herramienta para lograr la regeneración. Y advirtió que no hay barreras tecnológicas ni de tamaño de productores.
“Es tecnología de proceso; es básicamente cómo se decide manejar cultivos o pastoreo y con un monitoreo permanente ambiental, económico y nutritivo de los animales. Aprendemos con lo que tenemos, no hay una receta única; el modelo aprende de sí mismo”, afirmó.
La empresa Monte Buey Agropecuaria produce sobre 20 mil hectáreas en Córdoba y en Santiago del Estero; de ese total, ocho mil están dedicadas a la ganadería, con unas cuatro mil cabezas.
Ventura comentó que cuando empezaron a ver la degradación del ambiente productivo, tomaron conciencia de las consecuencias de una inacción. “Empezamos a buscar alternativas; empezamos a priorizar el suelo como el recurso por cuidar, por mejorar”, detalló.
Medir para saber
Ventura definió que para los campos de agricultura están en un esquema de transición en el que buscan la neutralidad, no solo en el balance de carbono, sino en todo el ciclo.
En cambio, en la ganadería es más simple. Uno de los pasos en el proceso fue “incorporar el herbívoro, integrar el bosque en el sistema ganadero, empezar a hacer cultivos de servicios agregando especies, con distintas familias botánicas”.
“Advertimos que no podíamos tener barbechos químicos tan largos –describió el productor–. Los cultivos de servicios hacen el puente verde, logran que el suelo esté siempre trabajando, que se mejoren todos los balances. Usamos vicia, nabo y centeno en cultivos de servicios de invierno. Nos fuimos dando cuenta del costo hídrico que podíamos tener, porque consumíamos agua del excedente de otoño, pero ese consumo se transformaba en más eficiencia. Cuando encontramos la sinergia con la naturaleza, produjimos más”.
Díaz, en tanto, repasó el impacto de la siembra directa hace más de 30 años, cuando esa práctica permitió innovar y ayudar a la conservación y la recuperación de los suelos.
“Era la práctica sustentable entonces, pero hubo cambios y siempre fuimos impulsando sistemas de manejo enfocados en la biodiversidad, basados en el aprendizaje en red, colaborativo. Claro que fuimos evolucionando con prácticas que promueven diversas alternativas adaptadas a cada zona. No hay una receta única”, explicó.
Planteó que, en un inicio, la siembra directa era “muy dependiente” de los insumos. “El sistema hoy es otra cosa; hay un manejo mucho más integrado, basado en ciencia, tomando indicadores biológicos y certificaciones. Aapresid tiene un sistema de certificación que ayuda a ordenarse internamente. Nos vinculamos con organismos públicos y privados, también a nivel internacional. Buscamos ser un organismo que pueda, a través de sus socios, testear tecnología”.
Díaz subrayó que, para los productores, es “complejo ver el largo plazo” por la forma en la que se produce en la Argentina, donde el 70% de las actividades se desarrollan en campos alquilados.
El caso de Monte Buey Agropecuaria es un buen ejemplo. Ventura dijo que trabajan en los campos alquilados con la convicción de que no pueden ignorar lo que ya conocen. “Aplicamos lo mismo que en los propios”.
Reconoció que hay dueños de tierras que no comprenden que los beneficios que se logren son para los dos. “No todos lo entienden, pero hay algunos que enseguida lo ven y confían”, sintetizó.
En Ovis 21 trabajan con unos 300 productores en forma directa y cubren 1,1 millones de hectáreas que tienen bajo monitoreo ambiental con el protocolo Grass –creado por la consultora–, con el que miden indicadores; además, cuentan con sistemas de certificación.
“Logramos resultados muy consistentes. Duplicamos el margen bruto en producción ganadera tradicional; para los campos más intensivos, no logramos aumentos en la producción física, pero bajamos a casi cero los costos, por lo que son más rentables. Además, al secuestrar carbono en el suelo, hay dos programas que permiten monetizar y generar ingresos adicionales”, remarcó Borrelli.
En el caso de AGD, Priotti apuntó que en la actualidad están haciendo énfasis en lo nutricional. “Nos pusimos como meta bajar el uso de fertilizantes de síntesis química sin bajar rendimientos, es un trabajo de sintonía fija. Empiezan a jugar los niveles de intensificación, un gran aporte de biomasa de los sistemas aéreos o radiculares, un gran aporte de fertilizantes de origen biológico, lo que en paralelo nos hace tener una menor huella de carbono”, resumió.
Repensar el agro
Pablo Borrelli, de Ovis 21: “El carbono es un mercado concreto”
“Creemos que los mercados de servicios ambientales, no solo carbono, van a ser retribuidos. Me imagino a los productores cobrando por milímetro de infiltración ganada o por los corredores ambientales. El carbono hoy es un mercado concreto, en la Patagonia vale más que la lana. La política pública debería estar alineada; el sistema bancario podría tener créditos para los productores que quieran hacer la transición. Deberíamos preguntarnos cómo puede contribuir cada uno a que este cambio sea más rápido. No tenemos mucho más que una década para cambiar la manera en la que producimos alimentos y fibras en el mundo. Nos estamos encaminando a una crisis ambiental sin precedentes”.
Paola Díaz, de Aapresid: “El foco es la salud del suelo”
“Desde Aapresid, buscamos que el productor vea el valor de aplicar prácticas sustentables, regenerativas, de trabajar en red, poner en valor la producción. Contamos con muchos programas y certificaciones, tanto nacionales como internacionales. El programa Chacras, por ejemplo, mide con redes el rendimiento actual y el potencial, y eso nos permite estar alertas a si se degradan los suelos, si caen los rindes, estar atentos a qué prácticas poner en valor. En el caso del mapa de carbono, en la Argentina medimos cuánto se va juntando en el suelo de materia viva y cuál es el potencial, a dónde podríamos llegar. Estamos muy enfocados en la salud del suelo”.
Julio Priotti, de AGD: “Vemos paisajes en lugar de lotes”
“Con la ayuda de biólogos construimos una arquitectura, empezamos a ver el campo como paisaje y no como lotes. Todo está medido. Ahora usamos más microbiología en el suelo, más productos de origen biológico que antes estaban, pero que los habíamos eliminado con malas prácticas. Los corredores biológicos son suelos en su estado natural, no intervenidos. Claro, primero aparecen malezas, después una gramínea anual y siguen perennes y nativas, hasta que las nativas empiezan a predominar y a ser visitadas por insectos nativos. Todo eso tiene un impacto positivo en nuestras producciones de maní, de soja. Hacer las cosas bien trae un beneficio económico”.
Javier Ventura, Monte Buey Agropecuaria: “Acercar la ciencia al productor”
“Contar con una red de productores es un incentivo. Ver y conocer más de cerca ayuda a mejorar. Una cosa es poder probar prácticas en poca superficie y otra es afrontar el desafío de escalar. En nuestro caso, el poder ensayar y generar datos en el campo en un equipo que formamos con el Inta (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) fue fundamental, porque veíamos lo que se iba dando y teníamos la certidumbre, la validación de los datos para escalar en la agricultura. El incentivo es traer la ciencia al productor, acercarla más a la práctica, que el conocimiento llegue y lo vean quienes trabajan en el campo”.