El 8 de junio a la mañana recibí en mi puesto de comando una comunicación radial de mi observador adelantado de artillería ubicado en el monte Harriet con el Regimiento de Infantería 4. Me informó que al disiparse la bruma había detectado dos buques británicos en dirección a Bahía Agradable. Y también movimiento de helicópteros.
La poca precisa información inicial fue confirmada por el capitán de comunicaciones Alfredo Frisoli, que concurrió personalmente a mi unidad. De inmediato se informó al Comandante de la Agrupación "Ejército" Puerto Argentino, quien solicitó al continente apoyo de fuego aéreo, ya que el objetivo estaba fuera del alcance de nuestra artillería.
Después del mediodía, dos oleadas de nuestros Skyhawk A-4B atacaron a los buques Sir Tristram y Sir Galahad. La acción se vio facilitada por la rapidez de su ejecución y el error de los británicos de no haber instalado previamente en tierra misiles "tierra-aire" para proteger y defender el desembarco.
Tres pilotos argentinos dejaron su vida en esa arriesgada misión: José Arrarás, Danilo Bolzán y Alfredo Jorge Vázquez.
Los ingleses declararon haber sufrido más de 52 muertos y 62 heridos. Ese día fue recordado como el más negro para la flota real.
Los dos buques, de 3.250 toneladas cada uno, tenían capacidad para transporte logístico y de tropas, pero carecían de armamento antiaéreo. A mi juicio fue una operación innecesaria que ocasionó importantes pérdidas y que los británicos llamaron "el desastre de Bluff Cove".
El almirante Sandy Woodward lo reconoció con hidalguía: "Debí haberlo impedido, por supuesto. Es mi culpa". Y agregó: "Una de mis profundas tristezas acerca del desastre de Bluff Cove es que siempre será la imagen viva de la guerra de las Falklands para muchas personas, ya que la televisión estaba allí filmando las terribles imágenes en vivo de los soldados quemados y gravemente heridos". ¿Fue un error el desembarco en Bahía Agradable? "En mi opinión sí, pero también los vencedores los cometen".
El estrangulamiento y cerco total del último y principal reducto argentino era inevitable, y los británicos podrían haber prescindido de dicho desembarco. Pero lo hicieron. Quizás porque originalmente el plan general inglés consistía en que las fuerzas de tierra pudieran avanzar desde dos zonas diferentes, en un movimiento de pinzas, sobre Puerto Argentino.
Apenas oscureció concurrí al cerro Sapper Hill, donde mi unidad tenía destacado un pelotón de observación adelantado de artillería, agregado al Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5), y pude observar el resplandor que originaba el incendio de los buques ingleses.
Momentos después, el general Mario Benjamín Menéndez —con su característico quepis y abrigo civil— concurrió a una de mis posiciones al sur de la ciudad porque quería ver el incendio.
Le indicamos que para ello tenía que concurrir al cerro, pero era conocido por todos que no se trataba de un lugar muy apacible durante la noche: los cañoneos navales británicos eran incesantes hasta el amanecer. Me informaron que no concurrió.
No existían posibilidades de contraatacar el desembarco británico con fuerzas terrestres. No había reservas, ningún contraataque había sido planeado, se carecía de movilidad terrestre y helitransportada, la artillería propia estaba fuera de alcance y sin movilidad.
Ese mismo día, en horas de la tarde, un avión Sea Harrier atacó el sector de mi puesto de comando al sur de Puerto Argentino. La artillería antiaérea abrió fuego con misiles y cañones. Sobre un diáfano cielo azul se vio nítidamente un hongo de color negro petróleo, del cual se desprendió en tirabuzón la inconfundible figura del Harrier. Segundos después vimos el paracaídas con el piloto que se había eyectado.
Con mis binoculares observé que el cuerpo estaba inmóvil, probablemente muerto. Cayó al mar, y uno de nuestros helicópteros despegó para intentar rescatarlo, pero debió aterrizar de inmediato por un nuevo ataque de dos aviones similares al derribado.
La acción fue saludada con los clásicos sapucay de los soldados litoraleños. Fue el último derribo de los trece aviones que el Reno Unido perdió en la guerra.
Desde ese día era fácilmente apreciable que al cerco naval y aéreo -materializado a fines de abril- inexorablemente estrechaba el cerco terrestre sobre Puerto Argentino. Los ingleses seguramente también experimentaban el rigor del combate, pero se hallaban en mejores condiciones y disponían de reservas frescas, mientras que nosotros estábamos inmóviles y desgastados, en posiciones prematuramente ocupadas desde mediados de abril.
La posición defensiva de Puerto Argentino tenía un extenso y débil perímetro, era una "tela de cebolla", solo un incompetente como el general Cristino Nicolaides—antes que se iniciara la guerra—la calificó como "una fortaleza inexpugnable".
El avance inglés encontró débiles resistencias, excepto en el sector defendido por BIM 5, apoyados por los grupos de Artillería 3 y 4. Los ingleses calificaron a esa unidad como un "Batallón de élite de Infantería de Marina". Doy fe de su profesionalismo y de la de su jefe el capitán de fragata Hugo Robacio.
Los combates se intensificaron, y los días 12 al 14 de junio fueron definidos por el periodista inglés Bob Mc Gowan, del Daily Express, como "un episodio terrorífico, desesperado y al mismo tiempo trágico, que aparejó un número no especificado de muertos y cincuenta heridos entre los ingleses".
La dislocación psicológica y material era evidente al amanecer del 14 de junio. Nuestras tropas estaban cercadas y acorraladas por el ataque enemigo desde el oeste, y por el mar desde el norte, el sur y el este. El aniquilamiento había sido logrado por los ingleses.
Nuestro adversario seguramente confiaba en la victoria, pero no ahorró sacrificios para obtenerla. El heroísmo fue el mismo en los dos bandos.
Durante la guerra los ingleses fueron mis enemigos, pero con el más alto respeto. Quizá muchos de nosotros seríamos olvidados excombatientes el resto de nuestras vidas sin el respeto ni reconocimiento de quienes nos enviaron a la guerra y nos ignoraron cuando regresamos al continente. Me refiero a la superioridad insensible e ingrata.
Nunca más volvería a ver a muchos de mis bravos veteranos de Malvinas. La guerra había terminado, pero sus secuelas recién empezaban. Era, "el fin del comienzo", pero de un comienzo que continúa. Narró a Infobae entre dolor y lágrimas un ex jefe del ejercito argentino.