Un lunes 14 de junio finalizaba la guerra de las Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña. La disputa por la soberanía del archipiélago del océano Atlántico Sur arrojaría el triste saldo de 907 muertos entre ambos lados (oficialmente, 649 argentinos y 255 británicos), y contando también tres civiles.
Más adelante, la posguerra sumaría una cifra mayor de bajas, producto de las secuelas físicas y psíquicas del conflicto para los combatientes de los dos países, hasta hoy con graves falencias en su atención.
Aquel 14 de junio, los sentimientos fueron muy dispares. Y bien vale la pena, en función de ser realistas, de aceptar las cosas como son, conocer algunos aspectos.
EL TESTIMONIO DE LOS PROTAGONISTAS DE LA GUERRA DE MALVINAS
Jorge Racca, cordobés de la localidad de Brinkmann, fue a la guerra como soldado conscripto del Regimiento 8 de Infantería (RI8), con asiento de paz en Comodoro Rivadavia. Tenía 18 años durante la contienda, que lo llevó a pasar “77 días entre el valor y el miedo”, tal como se llama su libro-diario de Malvinas escrito por él mismo durante aquellas difíciles jornadas de 1982.
Para el final de la guerra, se encontraba en Bahía Fox (Fox Bay), donde estaba apostado el RI8, en la isla Gran Malvina (West Falkland, para los habitantes de las islas). De las horas en que todo terminaba, le recuerda a Vía Córdoba: “Estábamos de patrulla por los alrededores del núcleo de la unidad (su regimiento), cuando nos avisaron por radio que volviéramos, que se había producido el cese del fuego. Entendimos lo que desde hace días sentíamos inevitable, nuestra rendición”.
Lejos de la capital isleña (Stanley para los lugareños, Puerto Argentino según la denominación simbólica que determinó el gobierno nacional no democrático de aquel momento), Racca y sus compañeros experimentaban sentimientos encontrados. “Mientras sentíamos la tristeza por la derrota, también teníamos la sensación de haber ganado el premio mayor: volver a casa”.
César Moreno, también cordobés, fue uno de los cientos y cientos de conscriptos que regresaron con heridas de consideración. En su cuerpo. Porque en el alma y en el espíritu, todos los combatientes y de ambas naciones que volvieron estaban gravemente heridos.
“La sensación que tuve cuando debimos aceptar la derrota es inexplicable. No la puedo describir con palabras, aún hoy. Sí puedo referirme a lo que significó que íbamos a volver a ver a nuestras familias, a nuestros padres, a nuestras hermanas y hermanos, a nuestros amigos. Uno en la guerra no tiene en ningún momento la certeza de que va a volver a verlos. Aquel 14 de junio del ’82, la tuvimos. Cuando debimos deponer las armas, en el marco de una gran decepción. Una decepción que en la posguerra se fue haciendo cada vez más profunda, cuando constatamos el abandono de los políticos y la utilización de los veteranos de guerra para fines electorales”.
Guerra de Malvinas: el Día de la Liberación
En las islas, hoy y como cada 14 de junio, tiene lugar el acto cívico y social más importante del año para los habitantes, algunos de ellos de hasta décima generación de descendientes de británicos; todos, con la voluntad manifiesta de querer pertenecer al Reino Unido: el Día de la Liberación.
Una mujer que vivió el conflicto bélico con 10 años de edad, le expresó a un periódico inglés durante una de las recordaciones de este día: “Los invasores (se refiere a las tropas argentinas) nos detuvieron, nos obligaron a dejar nuestros hogares y nos encerraron en el salón del pueblo, en Goose Green”.
Y continuó: “Allí, nos mantuvieron a 113 personas durante 29 días. Teníamos un solo baño, entre tantas otras penurias por las que pasamos. Recuerdo cuando los paracaidistas (británicos) llegaron y nos liberaron. Siempre estaré agradecida. A ellos, y sobre todo, a quienes dieron su vida por nuestra libertad”.
LAS CONSECUENCIAS EN EL PUEBLO INGLÉS
En su libro recientemente publicado The last letters from Stanley (-Las últimas cartas desde Stanley-, en el que resalta el valor de los combatientes argentinos, pese a todas las dificultades que vivieron tanto como los británicos), el historiador militar escocés Ricky Philips recuerda también a las tres mujeres civiles que murieron en los últimos días de la guerra, como consecuencia del impacto de un misil disparado erróneamente desde el barco británico HMS Avenger.
“... El proyectil cayó directamente en una casa de civiles en el extremo oeste de Stanley, cerca de las posiciones de la artillería argentina (allí, se encontraba el grueso del Grupo 4 de Artillería Aerotransportado, con cuartel de paz camino a La Calera, Córdoba). Mató a dos personas instantáneamente: Doreen Bonner, tercera generación de las islas, conocida por ser una dama muy valiente y amable, muy respetada en la comunidad y distinguida por su meticulosa presentación personal; y Susan Whitley, una maestra de escuela de 32 años, proveniente de Llandrindod, Gales, y que se había casado recientemente con Steve Whitley, el veterinario local. Fue descrita como ´una dama encantadora y vivaz´, que enseñó Economía Doméstica en la escuela superior de Stanley. Era muy popular, dedicada a los niños y reconocida como ´maravillosa y hermosa´. Durante la guerra, se destacó según los pobladores como una mujer valiente, que se negó a esconderse, refugiarse, incluso en lo peor de los bombardeos”. El mismo 14 de junio, y por las heridas, falleció también Mary Goodwin, de 83 años...”
Continúa Philips en su libro: “...Días antes, Susan le había confiado a su conocido John Fowler (isleño que también resultó herido en el incidente) que valdría la pena la muerte de ella y de cincuenta más de los pobladores, si eso significaba que volvieran a ser libres”.
¿Qué significa la palabra liberar, en este contexto? Hacer que alguien o algo quede libre de lo que lo sometía u oprimía. Y eso fue lo que sintieron los isleños desde el 2 de abril del ´82 cuando se produjo el desembarco de las tropas argentinas. Ni más ni menos. Nos guste o no. Lo aceptemos o no. Si no lo supimos, es hora de conocerlo. Nunca es tarde. Aunque sea, 42 años después. Todo lo demás ya lo sabemos.