Por Natalia Lazzarini.
"¿Qué hago yo acá?" Esa es la pregunta que a Olga Gallardo se le pasó por la mente en su primer día de clases.
El profesor del secundario de adultos de Villa Azalais notó su cara de desconcierto y, para darle ánimos, le pidió que resolviera un problema matemático.
“Miré el ejercicio y recordé la fórmula que enseñaba a mis hijos cuando iban a la escuela. Porque nunca fueron a una profesora particular”, cuenta la mujer.
Al cabo de un rato, lo había logrado. El resultado era correcto, aunque el método que hoy se usa para resolver problemas matemáticos, claro, es más moderno.
Este fue el primer gran paso de Olga, una mujer de 73 años que en la tarde de este miércoles egresa del nivel medio en el Cenma anexo del Consejo de la Mujer. Cuando esta tarde le entreguen el diploma, recibirá mucho más que un papel. Ese certificado será la concreción de un sueño mil veces pospuesto, pero al fin alcanzado gracias a su perseverancia y apoyo de sus familiares. Amor que no tiene fin.
Corte y confección. Miembro de una familia de 11 hermanos, Olga creció en la zona rural de Traslasierra, a un kilómetro de Mina Clavero, cruzando el río que lleva ese mismo nombre. Allí cursó el primario y aprendió a sembrar, cosechar y alimentar sus animales de granja. Esos aprendizajes, grabados a flor de piel, ayudarían años más tarde a terminar el secundario con una calificación de 10 sobresaliente. Pero ya llegaremos a eso.
"En aquel entonces, nuestros padres nos mandaban a dactilografía y costura. Nadie te obligaba a hacer el secundario, aunque varias veces lo pensé", recuerda la mujer de 73 años, madre de tres hijos y abuela de cinco.
Un día, su padre se accidentó en las cervicales y se vio imposibilitado de cumplir en el campo. "Mi mamá nos juntó a todos y nos dijo: 'Miren, vamos a tener que trabajar porque el papi no puede". Y así fue cómo a los 13 años Olga arrancó como empleada en una casa de artículos regionales de Mina Clavero.
Y cinco años más tarde, se mudaba a la ciudad de Córdoba para dedicarse a cuidar niños en casas particulares. Más tarde se enamoraba y, a los 25 años, se casaba por Iglesia.
"Tuve tres hijos y el secundario quedó a un costado. No me arrepiento, fui muy feliz porque los disfruté muchísimo. Hoy las mujeres no tienen esa posibilidad porque tienen que salir a trabajar. No es mejor ni peor. Es diferente".
Sus hijos abandonaron el nido, como era inevitable. Y Olga se quedó sola después de que su matrimonio se disolviera. Nunca fue una mujer de quejarse, tampoco de quedarse quieta.
Por eso se puso al frente de Cáritas en la parroquia del barrio, la Preciosísima Sangre. También se anotó en un taller de teatro y otro de gimnasia. Y así, como regresan las cuentas pendientes, la mujer comenzó de súbito a pensar en terminar el secundario.
"Ya de grande me dije: 'Quiero hacer algo por mí. Quiero terminar el nivel medio'. Y ahora que lo hice, estoy muy feliz por haberlo logrado".
Saber y hacer. Tras un breve paso por el Cenma de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), Olga se anotó en el secundario de adultos de su barrio.
“Es una escuela muy linda. Hay muchos jóvenes que retoman los estudios para poder conseguir un trabajo. Y las chicas que tienen bebés, también asisten porque hay una sala cuna”.
De todas las materias, que aquí se llaman “módulos”, ciencias naturales es la que menos le costó.
El campo le aportó la práctica que no encontraba en los libros. Y en el examen final, armó un emprendimiento con plantas aromáticas. Habló sobre las bondades del romero y dejó a los profes atónitos, así que le pusieron un 10.
Por la noche, cuando hacía los deberes, llamaba a sus hijos ante cualquier duda. María Laura, la más chica y flamante ingeniera agrónoma, ayudaba en ciencias naturales. En matemáticas, pidió consejos a Ivana, una conocida que daba clases de apoyo.
Inglés fue siempre su talón de Aquiles: “Hice renegar mucho al profesor”. Aunque como bien testaruda que es, no se dará por vencida y el año próximo retomará sus estudios de lengua extranjera.
"Reconozco que puse mucho de mi parte. No me gustaba pasar ninguna materia sin entenderla. Con las ecuaciones, me asusté un poco. Pero después dije: 'Qué bárbaro. Es impresionante como la mente se te abre a medida que vas aprendiendo cosas nuevas'".
Efecto contagio. En el Cenma de adultos también encontró nuevos amigos, compañía que ayudaba a pasar sus noches de soledad. Y fue tanto el entusiasmo que logró convencer a su nieto Leonel para que también retomara sus estudios.
El joven tiene hoy 19 años y antes había abandonado el tercer año de la secundaria de su Deán Funes natal. Hoy viaja tres veces por semana a la ciudad de Córdoba, y si la suerte acompaña, el año que viene también estará recibiendo su título de nivel medio.
Cuando este miércoles Olga reciba su diploma, aquel papel no sólo certificará el fin de sus estudios secundarios. También demostrará su tenacidad incansable.
Aquel título atestiguará que nunca es tarde para cumplir un sueño. Solo es cuestión de proponer una meta, cargar la mochila y no parar hasta alcanzarla.