Por Laura Giubergia.
El ladrido de un perro es el único sonido que interrumpe el silencio. Obradores con candados, packs de ladrillos cerrados y el ingreso al corazón de manzana bloqueado con un portón de malla sima oxidada, improvisado.
De fondo, las casas de los hermanos Perdiguero a mitad de camino: revocadas, pero sin aberturas ni terminaciones, sin pintura, pisos ni sanitarios. "Están en un 80 por ciento", aseguraron desde la Municipalidad hace dos meses. Desde entonces, no hubo obreros trabajando para concluir el 20 por ciento que aún falta.
El 29 de junio pasado, Día a Día publicó nuevamente la historia de Débora y Camila Luna, nietas de don Ramón Perdiguero. El hombre, cuya casa fue demolida junto con la de su hermana tras la explosión de la Química Raponi en noviembre de 2014, murió en enero pasado sin ver cumplida ninguna de las promesas que le hicieron desde el estallido.
"Nos quedan detalles, estamos trabajando para poder entregarlas aproximadamente dentro de un mes", había dicho el subsecretario de Desarrollo Social, Adrián Casati. A casi dos meses de aquella promesa, la obra de barrio Alta Córdoba sigue sin avances.
Este diario intentó conocer en qué estado están los pagos que debería haber librado el municipio para que continúen las obras, pero esa información no estuvo disponible porque el funcionario está de licencia.
Desesperanza. Camila profundiza su desesperanza, consolidada tras 33 meses de promesas.
“No me quiero dar por vencida porque se lo prometí a mi ‘abue’, pero hay días en los que la cabeza se me explota pensando qué más puedo hacer…”, dice, resignada, la joven. Y llora. Llora de impotencia, de bronca y de tristeza.
“En cuatro meses se nos vence nuevamente el contrato de alquiler en la casa donde vivimos, y no sabemos qué va a pasar. Lo último que nos dijeron es que hay que completar unos papeles por la muerte del nono; ya no sabemos a quién recurrir”, lamenta.
Según los vecinos, algunos materiales que habían llevado para terminar la casa fueron robados en estos meses. "No va nadie a trabajar. Estamos cansadas de que nos mientan", refuerza.
Una historia sin final
Después de 966 noches lejos de su casa, finalmente en junio pasado Teresa Sanger, Mariela Puddini y su hija Lucía volvieron a habitar la casa de Avellaneda 2985.
Dos meses después detectaron que el sistema de cloacas no estaba desagotando correctamente, y que el olor de los líquidos había invadido el patio de la casa.
“Tuvimos que llamar a un plomero para ver si estaban bien hechas las conexiones, y resultó que adelante había un ladrillo tapando la conexión de la cloaca a la calle”, contó Teresa.
“Ahora por lo menos ya corre el agua. Nos estaba saliendo toda la porquería por el patio”, relató.