“Calafate”, era una hermosa y obediente joven de ojos dorados. Pero las cosas cambiaron cuando el clan de Calafate recibió a un joven de origen selknam para que estuviera a prueba entre ellos en donde se le asignó un ritual de iniciación para convertirse en hombre, un ritual conocido como el Hain.
Prontamente los dos jóvenes se enamoraron y planearon escapar juntos, pues según la tradición de los tehuelches estos solían menospreciar a los selknam, motivo por el cual el jefe y padre de Calafate decide oponerse a dicha unión.
Debido a sus tradiciones, los tehuelches no podían dañar al iniciado durante el Hain y para evitar que la relación entre su hija y dicho forastero durase, al padre de Calafate no le quedó más remedio que pedir la ayuda del chamán de la tribu. Quien respondió que no podría hacer que su amor acabara más sin embargo, podía mantenerlos separados para siempre.
Luego de la visita al chamán, Calafate fue transformada en una planta espinosa con flores doradas como sus ojos, nunca antes vista en esas tierras.
Por muchos meses el joven vagó por la estepa buscando a su amada Calafate y debido a su gran amor, se dice que los espíritus apiadándose de él, lo ayudaron convirtiéndolo en una pequeña y rápida ave con el fin de recorrer con más velocidad las grandes extensiones patagónicas.
Así pasó el invierno y la primavera, hasta que un día de verano, el joven pájaro se posó en un arbusto que no había visto antes y al probar sus frutos se dio cuenta de que eran tan dulces como el corazón de Calafate logrando reencontrarse después de años de búsqueda.
En la Patagonia se cuenta que el embrujo de Calafate permanece en los frutos de este típico arbusto localizado al sur de la región y quien los coma una vez, siempre regresará al lugar donde lo hizo por eso la leyenda dice: “El que come Calafate, siempre vuelve por más”.
Fuente: Confesiones de Magallánicos (Facebook)