Quienes en el gobierno de Mauricio Macri tienen a su cargo la tarea de evaluar a tiempo completo el escenario político, están convencidos de que con sólo no empeorar de aquí a octubre la actual situación económica, será suficiente para no perder las elecciones. No dicen que van a ganar con mucha comodidad, porque reconocen que habrá factores adversos con incidencia en los resultados, pero arriesgan que les alcanzará para redondear un triunfo meritorio, en una contexto difícil.
Lo interesante del razonamiento no es solamente el ejercicio de imaginación que hacen, sino las razones que argumentan para ser optimistas. “La economía hoy no está peor que a fines del 2015”, afirman con datos en la mano sobre la recuperación paulatina de varios sectores productivos. A eso agregan que el gasto social que realiza el Estado es mayor que el del último período kirchnerista, que los planes de ayuda se han incrementado y que las mejoras en infraestructura le llegan en forma directa a los que más las necesitan.
Reconocen, sí, que el nivel de consumo no es el mismo, pero alientan la esperanza de que con las recomposiciones salariales que aportarán las paritarias en marcha y otros beneficios adicionales , habrá una mayor holgura en el gasto de las familias. Además, entre la obra pública y los incipientes planes de producción que se están conociendo en áreas de mano de obra intensiva, el empleo ha comenzado a crecer.
Vamos a suponer que este panorama que despierta entusiasmo en los despachos oficiales sea una realidad incontrastable y que la economía, aun siendo poco generosa, no se convierta en el factor decisivo en la mayoría de los votantes. ¿Cuáles serían entonces los otros motivos por los cuales la sociedad le daría al gobierno de Macri el respaldo de confianza que necesita a la mitad de su mandato?
Las claves
La respuesta corresponde en exclusiva al terreno de la política, y a pesar de sus conocidas limitaciones en ese aspecto, la dirigencia de Cambiemos advierte que también allí sopla un viento muy favorable. La primera carta que exhibe es la fragmentación del peronismo, con posiciones internas en muchos casos irreconciliables. La segunda es un dato aportado por las encuestas que se reitera con continuidad y que dice que, salvo un hecho por demás extraordinario, la sociedad no está dispuesta a volver hacia atrás con prácticas y personajes a los que ya castigó en 2015.
La tercera carta que el oficialismo considera ganadora junto a las otras, es una aspiración elemental en la política: generar confianza en el electorado para que los candidatos resulten creíbles. Los especialistas aseguran que eso se consigue diferenciándose de lo peor que tienen los adversarios. En este caso, el Gobierno ya está desplegando su estrategia al poner especial énfasis en la transparencia, como una manera de polarizar con la corrupción.
A la luz de este optimismo oficial, que por cierto en la Argentina de estos tiempos debe considerarse "colgado de alfileres", se han producido la última semana algunos hechos de relevancia. La aceptación de Elisa Carrió de encabezar la lista gubernamental de candidatos a diputados nacionales en la Ciudad de Buenos Aires, y no en la provincia, fue la consecuencia de un plan que se gestó y ejecutó con precisión.
Carrió tiene hoy una imagen positiva en todo el país que ha crecido de manera exponencial. Su lucha contra la corrupción y hasta sus rebeldías internas en Cambiemos generan adhesiones impensadas. La condición que ha puesto es no llevar en la misma lista ni hacer campaña con candidatos sospechados, aunque se trate de dirigentes macristas. Ella sabe que eso la hace todavía más creíble.
Ese futuro
Aun dentro del oficialismo, hay quienes se preguntan por qué Carrió encabezará la lista de la Ciudad cuando el mayor problema que tiene el Gobierno es la estratégica provincia de Buenos Aires. Los armadores políticos ofrecen varias respuestas, pero una es que de ese modo neutralizan a Martín Lousteau, quien ya está provocando un resquebrajamiento del radicalismo en el distrito.
La otra respuesta es que se trata de la Capital Federal, la principal vidriera comunicacional del país, donde la presencia de Carrió haciendo campaña en los medios nacionalizará el discurso de Cambiemos. Aunque los candidatos no sean tan conocidos, el territorio bonaerense será fogoneado por la gobernadora María Eugenia Vidal, quien ostenta el privilegio de ser la dirigente con mejor imagen en el país, todavía superior a la de Macri.
La indefinición sobre la candidatura de la expresidenta Cristina de Kirchner, más la atomización que afecta al peronismo está provocando consecuencias internas. El jueves, después de reunirse con el exministro Florencio Randazzo y otros senadores, el jefe del bloque PJ-FPV Miguel Pichetto, reiteró conceptos que calan hondo en una porción extendida del peronismo no kirchnerista. Dijo que el futuro inmediato pasa por convertir al peronismo en un partido democrático, con responsabilidad institucional, preparando cuadros políticos y técnicos para ser alternativa de poder.
Para alcanzar esos objetivos, Pichetto reconoció que debe abrirse un proceso de renovación generacional y dejar atrás “algunas taras ligadas al autoritarismo”. Semejante definición, a escasos meses de las elecciones, llevan a pensar que deberá abrirse un gran debate interno que no se resolverá con facilidad y que el peronismo no tendrá ahora tiempo suficiente de procesar un cambio.
Pero esto es política, un territorio donde casi todo puede ser considerado imprevisible y en especial los sueños alimentados más por deseos que por realidades.