Cerca de la medianoche, cuando faltaban unos minutos para que finalizara el día jueves y en Buenos Aires no quedaba ni un solo rastro de lo que había sido el paro general, Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña suspiraron aliviados y se saludaron con un triple apretón de manos. El gesto de los triunviros que conducen la CGT no tuvo el carácter de una celebración por el éxito de la huelga, ni porque los incidentes fueron mínimos. En realidad, representaba el haberse sacado un enorme peso de encima y el inicio de una etapa diferente.
Salvo por las presiones de los sectores más radicalizados que conviven en la central obrera, sumado el kirchnerismo que nuclea la CTA y las clásicas posiciones de la izquierda, era sabido que el paro iba a tener la contundencia que tuvo por la ausencia de transporte, y se iba a convertir en una válvula de escape para que la Casa Rosada gane tiempo. Ocurre que varios de los grandes sindicatos como Smata, UOCRA, UOM o Petroleros tienen o están negociando convenientes acuerdos sectoriales por actividad con el Gobierno y los empresarios.
Por eso ninguno de ellos quiere que la relación con Mauricio Macri pierda fluidez por exigencia de los sectores gremiales opositores. Hasta Camioneros sigue de romance con el poder, aunque por razones ajenas al salario de sus trabajadores. El arreglo al que se llegó para normalizar la Asociación del Fútbol Argentino tuvo como sello de garantía un abrazo entre el jefe del Estado y Hugo Moyano, seducido por el titular de Boca, Daniel Angelici, operador e íntimo de Macri.
Los especialistas en las internas del fútbol dicen que la elección de Claudio “Chiqui” Tapia al frente de la AFA representó un negocio que les cerró a la perfección tanto a Moyano como a Macri. Negocio por cierto muy lejano de las necesidades obreras, pero de gravitación en el mundo del trabajo.
Menos ruido
Pasará ahora un largo tiempo hasta que se ponga otra vez en jaque al Gobierno desde los gremios. No se descartan de todos modos expresiones aisladas de protesta, en especial de aquellos sectores con intereses más políticos que sindicales. Los filtros contenedores serán las discusiones paritarias, los acuerdos de productividad, los dineros para las obras sociales, y hasta el tiempo que deberán dedicar los dirigentes al cierre de las listas de candidatos en sus respectivas fuerzas políticas.
“El movimiento obrero se une cuando tiene al frente un enemigo común, y el gobierno de Macri hoy no significa eso”, admitía antes del paro el conductor de uno de los gremios con influencia en la cúpula cegetista. Esas palabras suenan como música maravillosa en la Casa Rosada, donde a menudo se exagera el optimismo. “Hay que pensar que cada día que pasa las cosas están un poco mejor”, se ilusionan en los despachos oficiales y echan a volar la imaginación sobre los resultados electorales de octubre.
Con esta nueva realidad gremial abierta tras el paro general, parece quedar desactivada la posibilidad de que sea la rama sindical la que se convierta en el factor de unidad del peronismo. Es una preocupación menos para el Gobierno, que está convencido de que la economía ha comenzado a repuntar, que los beneficios de la recuperación se verán bastante antes de la primavera y que tendrán una influencia decisiva en las elecciones legislativas. "Si perdemos será un fracaso", se animó a decir hace unas horas el propio Macri.
El arreglo con las más importantes organizaciones sociales y el nuevo panorama gremial, le permiten al Gobierno disfrutar, al menos en el corto plazo, de un notable descenso de la conflictividad.
Esa serie
Quizás por las expectativas y tensiones que rodeaban al paro del jueves, no todos han calibrado debidamente la dimensión de un episodio que tiene marcada gravedad institucional. La semana pasada, cerrábamos esta columna diciendo: "La victimización de la jueza Servini se puso en línea con el cuestionamiento que Elisa Carrió viene haciendo del presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti. Pero esa es una serie que promete futuros y apasionantes capítulos". Bueno, esos apasionantes capítulos han comenzado a sucederse.
Lorenzetti les envió sendas cartas documento para que dejaran de afectar su imagen y la diputada contraatacó ingresando a la Cámara un pedido de juicio político para él que tenía preparado para después de Semana Santa. Traducido, quien representa a una parte importante de la alianza política del Gobierno, se enfrenta nada menos que al titular de otro de los poderes del Estado con el objetivo de destituirlo mediante un mecanismo constitucional.
Surgen al respecto varias preguntas: ¿Cambiemos y el Gobierno apoyan esa intención? Por el momento guardan silencio, pero de hecho están involucrados en el problema. ¿Hasta donde Carrió puede actuar a título personal sin comprometer a sus aliados en este episodio? ¿Recibirá Lorenzetti el respaldo público del resto de los integrantes de la Corte?
En el máximo tribunal parece que va a prevalecer el criterio de no pronunciarse al respecto. Primero, porque sus colegas creen que Lorenzetti debe y sabrá defenderse solo; y luego, porque en sus fundamentos el escrito de Carrió sólo se refiere en forma personal a Lorenzetti y en ningún momento al conjunto de la Corte. En el Congreso, incluidos los bloques oficialistas, nadie se arriesga a vaticinar que la gestión de Carrió tendrá un trámite favorable. Pero todos se acercan a calificarlo como un escándalo político, aunque de repercusión más mediática que institucional.