En el último tiempo, la situación del narcotráfico en Rosario se asentó, convirtiéndose en una realidad difícil de ignorar. Incluso para los más chicos, vivir cerca de ciertos asentamientos es sinónimo de acostumbrarse a escuchar tiros y de realizar tareas que lejos están de lo que se imagina para un niño de esa edad.
Chicos de alrededor de 8 años empiezan a "cuidar" los bunkers y avisar si viene la policía, y cuando eso les sale bien, comienzan a hacer “mandados”, con los que ganan un dinero para ayudar en su casa y para comprarse algún juguete propio.
"En la villa hay que comer. Hay algunos que necesitan el dinero y la delincuencia es el camino más fácil. Como no hay suficientes comedores ni trabajo, no les queda otra", explica Mariana Inés Segurado, la fundadora de Núcleos Inclusivos de Desarrollo Óptimo Sustentable (Nidos).
Mientras tanto Pablo Suárez, Director de Seguridad Comunitaria del Ministerio de Seguridad de Santa Fe, explica que si bien hay estructuras delictivas que se han desmembrado producto de la justicia, se generan nuevos liderazgos porque el consumo de estupefacientes no ha disminuido.
Estos niños naturalizan la violencia y no han visto trabajar a sus padres en una ocupación tradicional por mucho tiempo. Según explican especialistas, "El no tener un acompañamiento fuerte a nivel familiar y la falta de oportunidades hace que pongan en riesgo su propia vida y su seguridad". Así lo dice al diario La Nación Lionella Cattalino, coordinadora general del Plan Abre.
Los otros
Mientras que esa es, quizás, la realidad de la mayoría de los niños en los asentamientos cercanos a Rosario; también están los chicos que, con ayuda de sus familias, buscan escapar a ese destino. Van a la escuela e imaginan un futuro diferente. Pero igual viven, por ahora, en un contexto de pandillas, y con miedo.
Por ejemplo, la mamá de Lázaro Cardoso cuenta su caso Tiene 8 años y vive en el asentamiento Cullen, en la zona norte de Rosario. Allí viven 365 familias en estado de alerta permanente. Su papá trabaja en un corralón y su mamá cuida 7 hijos.
"Lázaro es como un pequeño hombre, siempre está pensando cómo ganarse un mango y es muy emprendedor", resume su madre, y explica que aunque tiene solo 8 años Lázaro sabe que no puede andar solo, que la Policía siempre está dando vueltas por las esquinas y que lo que escucha de fondo son balas.
"Mi mamá no me deja salir a la calle a la noche porque se agarran a los tiros", dice tratando de poner en palabras esa cotidianeidad. Su deseo es ser policía, y tiene el motivo en claro: "ellos se llevan a los hombres que pelean y que se agarran a los tiros, a los que roban motos y autos".