Con la decisión de habilitar el debate sobre la legalización del aborto, Mauricio Macri se anticipó al escenario que la oposición le preparaba para la inauguración de sesiones del Congreso, donde, pese al triunfo en las últimas elecciones, continúa en minoría.
Un reclamo transversal en todos los bloques, similar al que lo sorprendió cuando al oficialismo le impusieron la paridad de género en las listas legislativas, venía en crecimiento para instalarse como prioridad alternativa a la agenda que el jueves el Presidente le propondrá al Parlamento.
Es cierto que en la cresta de esa ola navegaba la oposición más radicalizada. No menos previsible es que el peronismo mayoritario en el Congreso dejaría otra vez pasar el tiro mirando desde las bancas.
Al liberar ese debate y abrirlo a la discusión social, Macri recuperó la posibilidad de plantear sus iniciativas. ¿Que otra cosa es el poder, sino la posibilidad de plantearle a la sociedad qué problema se atacará primero?
En rigor, la resolución tomada sobre la discusión del aborto indica que no es el primero de los temas que preocupa al oficialismo. La decisión indica más bien que la Casa Rosada no obstruirá al Parlamento si los congresistas consideran esa cuestión como la de mayor urgencia institucional.
Si se advierte esa diferencia de grado, también se entenderá que la jugada de Macri no implica necesariamente una ruptura con el Vaticano, ni el aporte de los votos necesarios para que finalmente la legalización del aborto se apruebe en las dos cámaras del Parlamento.
Aún se desconoce si la sorpresiva movida del Gobierno en este tema fue la parte inconfesada del diseño estratégico que se propuso el oficialismo en Chapadmalal.
Sus principales espadas en el Congreso evaluaron después del diciembre pedregoso que el año parlamentario despuntaba complicado para demandar herramientas de gobernabilidad. Y el Ejecutivo exploró con un megadecreto la vía de un reformismo menos gradual y más efectivo.
También es posible que la jugada sobre el debate del aborto haya decantado con el envión que el Gobierno tomó tras la marcha de Hugo Moyano y sus aliados.
Conviene repasar los momentos previos.
Macri acaso intuyó que debería haber despedido por su propia iniciativa al entonces subsecretario general de la Presidencia, Valentin Díaz Gilligan, antes de viajar a Chapadmalal. El funcionario ya había ensayado una primera explicación pública de su incursión financiera por Andorra. Despejó todas las variables posibles, menos dos: hizo algo mal o algo peor. Eludió informar una inversión en un paraíso fiscal o prestó el nombre para que otro la hiciera.
Desde la investigación internacional conocida como Panamá Papers, el Presidente conoce a la perfección el protocolo de actuación pública en denuncias por el estilo. El Gobierno prefirió esperar a que Díaz Gilligan renuncie. Empañó la cumbre oficialista en la costa atlántica y dilapidó capital político.
Macri le recriminó con acidez esa indecisión a su equipo. Con un ojo en la cumbre radical donde Alfredo Cornejo inauguraría su presidencia en el radicalismo, el cordobés Mario Negri y los alfiles de Elisa Carrió ayudaron a acelerar los trámites.
Cuando Moyano desembarcó en el Obelisco, la cuestión ya estaba resuelta.
La molicie con la que el Gobierno abordó el caso Díaz Gilligan contrastó con la eficiencia para aislar a Moyano. El líder camionero quedó rodeado del sindicalismo que no quiere y abandonado por el peronismo al cual aspira. Habló poco de paritarias, nada de cláusula gatillo y casi todo en defensa propia.
En las oficinas cercanas a Marcos Peña entendieron que ese tropiezo abrió una ventana para pasar al frente y endurecer posiciones, con el discurso de apertura de sesiones a la vista.
En otras áreas políticas del Gobierno, donde el diálogo con la oposición no es un insumo optativo, hubo una evaluación diferente. Los ministros Rogelio Frigerio y Jorge Triaca advirtieron que el discurso de Moyano dejó abiertas las puertas para una negociación. En el palco frenó a los que reclamaban el anuncio de un paro y morigeró a su modo los insultos contra Macri, aunque su hijo Pablo quedó disconforme.
En las horas posteriores, trascendió que ya había contactos entre abogados de Moyano y operadores del oficialismo como Diego Santilli y Daniel Angelici.
Las gestiones para tender puentes de contacto que le eviten al Gobierno escenarios donde queda expuesto en soledad con su plan de reformas no sólo se activaron con el mundo sindical.
Al resignar la pelea por la estratégica comisión de Asuntos Constitucionales del Senado, el macrismo contuvo el disgusto de Miguel Pichetto. En la Cámara Alta, Macri necesita anudar acuerdos de inmediato para saldar otras deudas, como el reclamo que le llega como sordo ruido desde la Corte Suprema de Justicia por la vacancia de la Procuración General que resignó Alejandra Gils Carbó.
La Corte abrirá el año judicial con un encuentro el 6 y 7 de marzo con jueces federales. Ricardo Lorenzetti anunciará un plan de reformas que el ministro Germán Garavano se apresuró a convalidar.
Un esfuerzo de articulación similar intentará ensayar el Gobierno puertas adentro de las Fuerzas Armadas. Tras el reemplazo en la jefatura del Ejército, no se descartan cambios en la Fuerza Aérea.
Desde lo ocurrido con el submarino San Juan, la inquietud de los militares -por cuestiones estrictamente vinculadas con la organización y los recursos- está en la agenda de las preocupaciones oficiales.