Su familia nunca bajó los brazos, luchó junto al niño, le cumplió todos sus sueños y dejó su salud en manos de la ciencia. Pero el día más terrible llegó. Braiden tenía siete años cuando falleció, y no fue su corta edad lo que llamó la atención de la prensa, sino su deseo de inmortalizar su último suspiro con una fotografía.
Era de madrugada, Steph estaba durmiendo junto a su hijo en su casa de Manchester cuando se sobresaltó al escuchar que el pequeño se estaba ahogando. "Lo desperté a Wayne. Se suponía que debía sostenerlo, pero no pude, entonces lo sentó sobre sus rodillas. Wayne lo abrazó mientras yo estaba sentada a su lado sosteniéndole la mano", contó la mamá.
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