“Este cuento lo escribo en memoria de Miguel Pato Alarcón que me llevó a conocer “el bosque encantado”, como lo llamó él. Las historias de sus aventuras de chico en el lugar, la tragedia que lo envolvió y, la casualidad de una goma flotando en el aire, me inspiraron” - indicó Valentina Pereyra.
La Hamaca del Orellano
Cachito toma la delantera. Los otros dos, Gillette y el Bagre, todavía tienen las alpargatas puestas. Llegaron a la cancha del barrio Olimpo después del almuerzo y enseguida, como lo hacen cada sábado, se pusieron a patear piedritas, colgarse de los árboles, de los arcos, correr de un lado al otro del potrero intentando hacerse caños o pases a lo Bochini.
Del otro lado del arroyo una goma de auto se zarandea amarrada a un eucaliptus de una cadena gruesa y oxidada. Cachito la distingue a pesar de la luz que lo encandila, no tarda nada en llamar a sus amigos para mostrársela. Le da por pegar gritos sordos y tirar palabras que se pierden entre el viento y los motores que pasan por la ruta. Bagre y Gillette se sientan en un tronco y le dicen que se deje de joder. Cachito los empuja por la espalda hasta que los levanta, los sobrepasa y de frente a ellos mueve la mano arriba y abajo para que apuren el paso. “Hay que hamacarse”.
Cachito cruza el alambre destartalado que no ofrece resistencia. Cuando está del otro lado levanta los brazos como el Lole Reutemann dando saltos victoriosos. Gillette y el Bagre pasan por debajo de los hilos con la cola pegada a los yuyales. Los tres bajan por la barranca hasta el arroyo. Las alpargatas del Bagre se hunden en el barro pegajoso y lo ayudan a frenar. Cachito se tranca entre los juncos después de un resbalón y Gilette logra alcanzar la orilla en cuatro patas. Los abrojos se les meten entre los dedos. Se anudan las remeras en la cabeza y buscan el árbol que tiró la última tormenta.
Cachito los anima, les dice, que si se agarran bien, van a cruzar por ahí para el otro lado del arroyo Orellano. Los obliga a armar una cadena humana, él al frente, y asiéndose del follaje los arrastra, primero al Bagre y después al Gillette. Ninguno dice: tengo miedo. Eso no se dice en el barrio.
Cachito inventa una historia sobre un malandra que había colgado la hamaca para atraer a los pibes y hacerlos trabajar para él. Acompaña cada palabra con movimientos ampulosos y entusiastas mientras se hunden en el monte que forma un triángulo entre la cancha de Olimpo, la Ruta 3 y el Camino de Cintura.
Cachito estudia el terreno, la goma parece inalcanzable. Piensa en voz alta todas las maneras posibles para llegar hasta la hamaca. “Capaz, por la barranca”, dice. Los otros dos le señalan la cantidad de troncos que cortan ese camino y se alejan de él siguiendo una huella que se mete en el monte. Los sábados al mediodía no pasa ni el gato por la ruta, piensa Cachito y se alivia que nadie les pegue el grito para que echarlos.
Cachito decide que el mejor camino es el que va por la línea de las acacias. Gillette y Bagre jadean y paran a aspirar el aire fresco que le regalan esas copas tan altas. Insultan a su amigo que los mete entre las hiedras y los hace andar a los tumbos. Si vuelven a sus casas con rasguños les van a dar patadas en el culo apoteóticas. Cachito se les ríe y les dice que no mariconeen.
Un poco más adelante les pega el grito desde adentro de dos troncos donde encuentra sombra. Arman un círculo en el piso para recuperar aire. El Bagre y Gillette quieren quedarse durmiendo la siesta y, cuando baje el sol, ir a pescar. Cachito junta los dedos en montoncito y les dice que se inventen otra de cowboy. Tira para atrás la espalda y con el sol en la cara piensa cómo llegar hasta la hamaca. Apoya las manos arriba de unos hongos blancuzcos que le dan escalofríos cuando los toca. “¿Se comen?” Bagre pone el labio inferior sobre el otro y levanta los hombros.
Cachito levanta su brazo derecho como un capitán que reúne a su tropa. Les da golpes suaves en la cabeza con una rama de sauce llorón y les recuerda para qué están ahí. Se meten por el monte buscando la orilla, caminan despacio, no hablan entre ellos. El Bagre hace visera y descubre por qué hay tantos caminos zigzagueantes.
Atrás de una palmera se asoman dos caballos, uno blanco y otro zaino. Gillette se sienta entre las retamas para secarse con la remera que tiene atada de pañuelo las gotas de sudor que le resbalan por la frente. Bagre se saca los abrojos que le quedaron metidos entre los dedos de los pies y sigue a las chuequeadas por la huella. Se acerca despacio a los caballos: “Son mansos, viven acá”, piensa. “Si no son de nadie me los llevo”, dice en voz baja.
Cachito los adelanta por varios metros y refunfuña. Cada tanto los insulta, se queja de que lo dejan solos y les advierte que él se va a hamacar primero. Bagre y Gillette lo cargan con el malandra de la historia que se inventó: “Mejor para nosotros, si vas primero te va a agarrar a vos”. Cachito pone las dos manos y levanta sus genitales. Para llegar a la hamaca tienen que saltar por un tronco de diámetro tres veces la altura de cada uno de ellos. Gillette se queja porque tienen sed y al Bagre le tiemblan las piernas cada vez que apoya un pie en las raíces enmarañadas que usa como escalones.
Cachito, en la cima, se sacude las hojas, plumas y babosas que se le pegaron en la subida. La goma se mueve suave sobre el arroyo. El Bagre pregunta cómo van a subirse, Gillette se fija en el óxido de la cadena, “Cachito, el malandra ese que contás la debe haber colgado hace rato, se pudrieron los eslabones”.
Cachito camina para un lado y el otro, alza ramas, las elige, las descarta hasta que encuentra un palo largo. Su pelo pegado al cuero cabelludo por la grasa y la transpiración contrasta con la paja brava de la margen opuesta que se despeina con el viento. Las nubes amenazan con tormenta. La hamaca va y viene, viene y va, giro y contragiro. Cachito alcanza la goma con el palo, lo pasa por el centro y la mece hacia él.
Se acuerda de que su hermano le contó que en los remansos no se sabe dónde está el fondo y le da un escalofrío. Logra agarrarse de la cadena con las dos manos y pasa medio cuerpo por la goma. Se impulsa con las piernas para adelante y atrás, abre los brazos y gira, gira, gira. Boca abajo pude ver las piedras y las algas. Gillette, con las manos en jarra lo espera, desanuda la remera de su cabeza y se la pone.
Al Bagre lo distraen los relinchos que escucha detrás de él. Busca una ramita con mucho follaje y la extiende hacia el hocico del caballo blanco, lo conquista con la comida y enseguida lo tiene a tiro. Se sube a otro tronco y lo monta. Se agarra de las crines, apoya su pecho al cuello del animal y le presiona fuerte la cabeza que revolea hacia atrás.
Los dos enfilan para el lado de la hamaca. Bagre queda con el cuerpo ladeado, pero no cae. Aprieta las piernas contra la verija y logra enderezarse. Su cuero negro traspirado reluce contra el lomo blanco del caballo. Las manos le sudan y se le da por estirar las piernas para adelante como si fueran frenos. Gilette los ve pasar.
Cachito gira boca abajo intentando acariciar al arroyo con la punta de sus dedos. Vocifera sobre los pejes que salan y le quieren comer la trompa. Levanta apenas la cabeza y se encandila con el reflejo de las gotas de agua que salpican las rocas que sobresalen del lecho.
El relincho interrumpe su pensamiento sobre cómo será ahí abajo, quién habita la oscuridad o dónde está el fondo. El ruido seco de los pies de Bagre contra la cola de Cachito espanta a las palomas y los cascos del caballo se agarran a la tierra suelta.
El golpe sacude al Bagre que rebota contra el anca del caballo y cae encima de Gillette. Los eslabones oxidados y gruesos se entrelazan y rechinan. La hamaca va y viene, sube, sube, para, para. El salpicón abre un hoyo en el curso del arroyo y descubre la negrura del fondo. Del eucaliptus cuelga la goma vacía.
Sobre la autora
Valentina Pereyra nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1965. Como redactora de La Voz del Pueblo de Tres Arroyos recibió dos menciones de ADEPA por las notas “Las Gringa” y “Las casas mueren de pie”. Obtuvo mención en los concursos Expedientes en Letras por “Salir de Pobre”, en el Concurso de la Fundación Banco Provincia por “La Cruz” y por “El horno” en el concurso “Mar Abierto”.