Vía Tres Arroyos presenta una nueva entrega de Pinceladas literarias, la sección a cargo de Valentina Pereyra, en esta ocasión con un nuevo cuento de su autoría.
Cenicienta, la abanderada
El matrimonio con el príncipe le dio a Cenicienta un lugar en la sociedad del Reino y, con la muerte de sus suegros, ocupó el trono sin olvidarse de sus orígenes. No tomaba ninguna decisión sin antes conversar con todas las partes involucradas: analizar los pro y contra de lo que tuviera que legislar; preguntar a la mayoría de los que iban a ser afectados por sus mandatos si aceptarían lo que ella dispusiera y por qué.
Después del análisis detallado, que compartía con el príncipe y con sus cortesanos, le dictaba a su secretario las nuevas leyes o las viejas enmendadas.
Al principio de su mandato se tentó con poner a trabajar en la cocina del palacio a su madrastra y hermanastras. Faltaba gente que ayudara a pelar cebollas y papas, a fregar los pisos y a lavar en el río las enormes ollas de hierro. Las tres mujeres se habían quedado en la casa en la que ella vivió hasta que el príncipe la encontró. El Reino las había indultado por sus comportamientos abusivos en contra de Cenicienta y les había encomendado el trabajo de ceremonial y protocolo.
Fue así como la madrastra se acercó a otros cortesanos y súbditos que no estaban de acuerdo con las políticas democráticas del príncipe y de Cenicienta y empezó a organizar un partido opositor.
Cuando la noticia llegó a Cenicienta supo que había sido una mala idea dejar a su madrastra libre en la campiña y no encerrada en el palacio. Le pidió al príncipe que la apresara, también a las hermanastras por conspirar en su contra. El cardenal del palacio la hizo entrar en razones. Había tomado la comunión en su boda y era famosa por adoptar animalitos del bosque heridos o perdidos. En todas las fiestas populares bailaba con los súbditos a pesar de saber que el príncipe no le hablaría durante días por esa actitud tan populista. Trabajaba como voluntaria en los hospitales de campaña y más de una vez se había contagiado alguna peste.
En sus confesiones hablaba de su lucha entre hacer bien su trabajo en el Reino y controlar la ira que le daba el poder que su madrastra había conseguido entre sus adversarios políticos. A Cenicienta no le preocupaba la imagen que tuvieran de ella los cortesanos, quería ayudar a los recolectores y a los campesinos a los que su madrastra había convencido de que Cenicienta sólo los usaba para seguir disfrutando de las ganancias que le dejaban sus cosechas.
Cenicienta reinaba, pero no gobernaba. La monarquía era parlamentaria y el príncipe había tenido que acceder a los reclamos de la madrastra que lideraba al partido que tenía la mayoría de los votos. Cenicienta lo había convencido de bajar el monto que los campesinos le entregaban al final de las cosechas. También de que las cabecitas negras, así llamaban en el pueblo a las sirvientas y trabajadoras rurales, pudieran descansar los domingos pero recibir igual la paga.
El príncipe había promulgado las leyes en defensa de los súbditos más pobres del Reino, pero los cortesanos y nobles se la pasaban pidiendo audiencias para erradicar esas leyes que los dejaban sin servidumbre y les bajaba el costo de sus ganancias.
La madrastra, elegida primera ministra por segundo mandato consecutivo, formaba parte, junto a sus dos hermanastras, del partido que se oponía a esas leyes laborales más dignas para las mujeres.
Impulsada por el deseo de controlar su ira, tal lo conversado con el cardenal, comenzó un tratamiento psicológico. Su terapeuta, dada la importancia pública de su paciente, aplicó los últimos métodos de la ciencia para personas con altos índices de estrés: La introdujo en la burbuja de inteligencia artificial y le implantó en la memoria el novedoso chip que permitía alojar automáticamente en el hipocampo las respuestas a sus preguntas.
El terapeuta condujo el interrogatorio. Cenicienta preguntó a la inteligencia artificial por cuestiones palaciegas y del Reino: cómo dejar conformes a los trabajadores de la campiña, a los feriantes y a los soldados que publicaban panfletos en los que pedían por sus derechos. Cómo hacer entrar en razones al príncipe y que no vetara las leyes que ya había promulgado a favor de las cabecitas negras.
El problema la desvelaba. No lograba conciliar el sueño; le picaban las sábanas de algodón y el camisón de lino le daba calor. Se despertaba en medio de la noche sobresaltada por las pesadillas que la perseguían: antorchas sostenidas por una horda de nobles y cortesanos encabezada por su madrastra. Daba tantas vueltas en la cama que el príncipe se mudó a la habitación a la otra ala del palacio.
Se levantaba cansada y con ganas de volver a acostarse. No terminaba de desayunar las últimas frutas de estación cuando el paje, su secretario, la atormentaba con reclamos de todos los sectores del palacio: los soldados querían tener una hora de descanso, las sirvientas reclamaban por más personal que las ayudara con la limpieza del palacio; los cortesanos pedían más trabajadores para completar a tiempo con las cosechas; los campesinos no querían pagar la renta cuando la cosecha se estropeaba por la sequía. Hubiera preferido que el príncipe no encontrara su pie para aquel zapato.
El tratamiento duró cinco sesiones. Durante los encuentros el terapeuta abordó otras técnicas: memoria emotiva, recuerdos antropológicos virtuales, hipnosis literaria, electroshock de resoluciones, leyes, normativas libertarias, populistas.
Le pesaban los últimos años del gobierno. Los súbditos se inclinaban a su paso y le besaban la mano en señal de respeto cada vez que se acercaba al mercado del pueblo. Los soldados refunfuñaban cuando se le ocurría dar esos paseos. Cenicienta no los dejaba usar la fuerza para alejar a los pobladores que se quisieran acercar a pedirle algo. Les había ordenado hablarles pacíficamente para que hicieran fila o esperaran su turno para dejar sus reclamos. Los hijos de los campesinos y sirvientes corrían y jugaban alrededor de sus padres mientras ellos se entrevistaban con Cenicienta.
En su último paseo antes de la revuelta, su paje le había dicho que para las nuevas generaciones ella era solo un cuento. Lloró todo el camino de vuelta: un cuento, sólo soy un cuento, se dijo. No podía imaginarse cómo aquellos niños no podían reconocerla reina. No se inclinaban, no mostraban la más mínima reverencia hacia ella; no levantaban la mano a su paso ni dejaban de juguetear para escucharla.
Nadie en el reino cuestionaría su lugar en el palacio; no tenía linaje, pero eso no la convertía en un personaje. El paje la calmó recordándole el baile y cómo el príncipe la había sacado de su calvario.
Por su terapia se enteró que cada vez que, en una escuela o en alguna obra teatral o en los estudios Disney, se revivía el cuento de Charles Perrault, la realidad virtual lo absorbía. Su imagen 4D podía dibujarse en cualquier país del planeta, en la imaginación de los niños y hasta en las películas porno o en los disfraces para las despedidas de soltero. Tuvo que lidiar con ese karma hasta que la hipnosis literaria arrojó resultados no conocidos.
Durante una de esas sesiones de hipnosis recordó a su madrastra gritándole sobre cómo su padre era el culpable de su vida de sirvienta. El sistema del chip grabó en su memoria artificial el relato de su infancia: la muerte de la esposa de Charles, autor del cuento que la catapultó a la fama, lo obligó a cumplir todos los roles de la casa.
Su pasatiempo preferido era contarles cuentos con moralejas a sus hijas cada vez que salían de picnic los domingos. Las palabras que le dieron vida a Cenicienta deleitaron a los pequeños que no pararon de contar la historia una y otra vez. Su hermano Pierre trabajaba como recaudador del reino y lo había ayudado a conseguir trabajo también en negocios gubernamentales. Charles juró, y así lo hizo, que no lucharía nunca contra el sistema.
La segunda sesión de hipnosis para Cenicienta fue un shock. Descubrió que su zapato no era de cristal y que las malas traducciones de la época equivocaron, por su fonética, la palabra verre –cristal- con vair-cuero- Supo que su padre fue perseguido por denunciar atropellos y oponerse a pensamientos “antiguos” con propuestas novedosas sobre el trabajo femenino y manifiestos en los que escribió sobre cómo eran tratadas las mujeres.
Francia estaba muy convulsionada políticamente y cuando los opositores del Reino lograron imponer el sistema de monarquía parlamentaria amenazaron con colgar en la plaza principal a los favoritos del Reino. Charles escapó al bosque y rehízo su vida sin que se volviera a saber sobre su paradero.
Al finalizar el tratamiento Cenicienta volvió al palacio y reunió a sus súbditas. Las interrogó respecto a cómo las trataban sus jefes, todos hombres a pesar de la deconstrucción creciente, qué pasaba en sus hogares con la división del trabajo y cómo era la remuneración que recibían en comparación con sus pares hombres. También ordenó a sus sabios el estudio de los comportamientos de madrastras y hermanastras con relación a las herencias y a los vínculos extramatrimoniales.
Una vez que recogió la información contrató a dos especialistas transgénero. Les pidió organizar la Confederación para trabajar nuevas alternativas que terminasen con viejas costumbres, cinco siglos y, tal vez más, de obturación de derechos.
Las conversaciones que había tenido en su adolescencia con los campesinos le habían rondado en la cabeza desde que se había convertido en reina. Cómo podía olvidar las manos callosas, los achaques a temprana edad, las muertes por hambrunas. Cada vez que salía al balcón a mirar el prado no veía sólo colores y sembrados que salpicaban el verde infinito del Reino. Ella también veía a su gente, a los lomos doblados sobre los arados y las mulas; a los chicos con los mocos caídos pidiendo limosna en la puerta del palacio.
No había convencido al príncipe de que podían vivir con menos sirvientes, o lujos ni de que los nobles sólo pensaban en banquetes y en cómo casar a sus hijas con un noble que los salvara de sus deudas. El príncipe le había confesado al cardenal que temía que la primera ministro le quitara más poder del que ya le había sacado vetando algunas de sus leyes. Estaba harto de recibir en la sala de audiencias del palacio a los nobles y comerciantes reclamando por más tierras, más sirvientes y menos paga.
Los camaradas de Cenicienta le informaron sobre una posible revuelta. No hubo tiempo para organizar una contraofensiva. Así que, sin dudarlo, usó lo aprendido en terapia y puso a trabajar a la Inteligencia Artificial que le recomendó salir a la calle a protestar con la Confederación General de trabajadoras de hogares y afines.
La ciudad despertó inundada por mensajes pro-mujer, por trabajo digno y reconocido, por la igualdad de derechos. La madrastra alistó a las tropas afines al parlamento y ordenó hacer una barricada en la puerta del palacio. A los viejos nobles y cortesanos les pareció tema antiguo, pero se inquietaron cuando vieron que eran tantos manifestantes. Se alinearon detrás de la madrastra.
A los opositores modernos: comerciantes y burgueses, les pareció un tema no resuelto. El Parlamento ordenó la investigación de los hechos y la posible destitución del príncipe. Cenicienta, salió al balcón del palacio, aclamada por las cabecitas negra.