Colorinches tresarroyenses: ¡Hola, mami…!

Teléfonos fijos… teléfonos públicos… ¿Tenés cospeles?... “Operadora, buenas noches”…las bromas telefónicas… las interminables charlas de los enamorados, y mucho más, en este nuevo Colorinches.

Colorinches tresarroyenses: ¡Hola, mami…!
Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL

Sin repetir y sin soplar números de teléfono fijo que recordamos. Preparados, listos, Ya! 6361 (abuelos Coca y Cacho); 5582 (Fabrica Sode); 6578 (mi casa); 5778 (abuela Cachi); 4337 (tío Horacio) 2388 (campo de deportes Costa Sud)… y la lista continúa, como mínimo hasta 10.

Sin repetir y sin soplar números de celulares que recordamos: Cri cri…Cri cri; como máximo dos.

Sin duda alguna que de la necesidad nacen las habilidades y antes era quizás más difícil, pero más práctico, memorizar un número que andar para todos lados con una agenda. Hoy con la posibilidad de tener todos los números que necesitamos agendados en un dispositivo que forma parte esencial e indisoluble de nuestras vidas, esa habilidad ya no es necesaria, y salvo un par de números de emergencia, pocos son los que pueden recitar su lista de contactos, aunque sea los más cercanos a sus afectos.

Hablo de otros tiempos, antes del 2 y del 4, números que (primero uno y más adelante en el tiempo, el otro) comenzaron a encabezar todos los números telefónicos de la República Argentina, hablo de aquellas épocas en las cuales los teléfonos móviles eran cosas de películas futuristas y la telefonía fija, la única forma no presencial de comunicarse.

Tiempos en el cual nadie se alarmaba si alguien no contestaba una llamada, donde la “paranoia” iba por caminos totalmente opuestos a colgar un teléfono sin respuesta del otro lado de la línea.

Hablo de aquellos tiempos donde al atender una llamada no se corría el riesgo de caer en una ciber-estafa, de que te vacíen la cuenta de tu banco o de ser víctima de un secuestro virtual, a lo sumo, lo peor, era que te gasten una broma telefónica.

Todos los chicos y niños crecidos y criados en los 80, teníamos como pasatiempo jugar a las bromas por teléfono.

Llamar a la hora de la siesta era una de mis favoritas porque no se necesitaba hablar, y nuestra voz infantil no delataba nuestras “malas intenciones”, a lo sumo cuando atendían se ladraba, se gritaba cualquier cosa y se esperaba del otro lado, generalmente algún insulto de la fastidiada víctima.

Otra broma clásica, imposible para mí de realizar por la misma razón expuesta en el párrafo anterior, era hacerse pasar por empleado de Obras Sanitarias, preguntar a nuestro interlocutor si tenía agua y ante la respuesta afirmativa mandarlo a lavarse “las patas” o alguna parte más oculta de su cuerpo.

El papá de Ceferino nos enseñó una adecuada para nuestra edad: Llamar y preguntar por papá, sin dar nombres propios e intentando estirar la llamada lo más posible. La hice muchas veces, pero recuerdo una en particular (y su recuerdo fue el disparador de esta nota) cuya respuesta por aquel entonces no entendí hasta que con los años “me cayó la ficha” (referencia de la que hablaremos más adelante). Atendió una mujer, ya no puedo reproducir la conversación original, pero imaginemos que fue más o menos así:

- Hola ¿está mi papá?

- ¿Quién habla?

- Quiero hablar con mi papá

- No sé quién es tu papá si no me decís quien habla

- Mi mamá me dijo que estaba ahí

Del otro lado hubo un balbuceo y un silencio hasta que se escuchó en un susurro: ¡se enteró tu mujer, está llamando tu hijo! ¡colgá, colgá! Respondió una voz de hombre antes de que la conversación telefónica llegue a su abrupto final.

¿Qué susto no? ¿Cómo habrá sido aquel regreso a casa? ¿Se habrá delatado aquel infiel o habrá zafado? Preguntas sin respuestas que en aquel entonces, no sabía hacerme.

Como yapa para esta parte de la nota sobre las bromas telefónicas, les dejo con la más cruel de todas, relatada, escrita y quizás ejecutada por el gran Hernán Casiari.

Los teléfonos fijos

Suelo decir que los recuerdos personales son en realidad recuerdos colectivos. Que un único recuerdo, personal en muchos casos, abre en los lectores un abanico de nuevos recuerdos personales y colectivos a la vez; por eso sé que los fieles lectores de Colorinches, sabrán entender estas referencias individuales para continuar esta nota, porque seguramente a muchos de ustedes les ha pasado lo mismo.

El 6361 de los abuelos Cacho y Coca tenía una particularidad: era línea compartida. Ellos vivían en el primer piso de un departamento y en la planta baja vivía el tío Lilo. Debido a esa particularidad a quien siempre le tocaba atender el teléfono era a la abuela Coca en el piso superior y si la llamada era para “abajo” la forma de transferirla era golpeando con el pie el piso, en un pequeño, pero efusivo zapateo. De chico y hasta más de grande, evitar la tentación de escuchar la conversación, era difícil, no para hacer en este caso una broma telefónica, sino para “recolectar material” que nos sirviera para hacérsela después al tío Lilo. Y si había dos teléfonos en una casa ¿hubo algún niño que se haya resistido a levantar el tubo?

Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL
Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL

En cambio la abuela Cachi siempre se quejaba de lo mucho que gastaba en teléfono, eran escandalosas sus cuentas, “si no hablo casi nunca” solía decir, y era verdad, el pequeño detalle que nunca tenía en cuenta es que cada una de sus poquísimas llamadas podían durar más de una hora, sobre todo cuando se comunicaba con su hermana Kela que vivía en San Cayetano.

En casa de adolescentes enamorados, el eterno tiempo que pasábamos desparramados en el sillón, jugando a enredar el cable espiral en nuestros dedos, mientras poníamos voz melosa, y estimo que cara tonta, hablando con nuestra chica/o, solía exasperar a nuestros padres.

“Colgá de una vez que estoy esperando una llamada importante, pavote!” podía ser uno de los reclamos… “Vas a pagar vos la cuenta del teléfono” solía ser una amenaza habitual. Algunos, cansados de pagar cuentas telefónicas exorbitantes, terminaban optando por soluciones más drásticas: le ponían un candado al disco que trababa su accionar, cortando nuestras ínfulas amorosas como solía cortarse a veces, de golpe y porrazo, una comunicación.

¡Éramos valientes en aquella época los enamorados! No existían los mensajes de texto, las redes sociales, los whatsaap ni nada por el estilo. Debíamos “poner la voz” si hablábamos por teléfono, o la cara si nos decidíamos a tocarle timbre a nuestra chica/o, con el riesgo de que el teléfono o la puerta la atendiera, la madre mala onda, el papá “policía” o la abuela sorda. Buscar templanza, disimular nuestra voz nerviosa, aparentar locuacidad y seguridad.

Tomar la decisión de marcar su número podía llevarnos varios minutos. ¿Quién no ha llamado y cortado bruscamente cuando la voz esperada del otro lado no era la de ella/él o al contrario por ser la de ella/él y asustarnos?

Era común también en algunas casas, que algún vecino, en cualquier momento del día, golpeara la puerta y por confianza o llevados por la necesidad dispararan: “Doña, ¿me presta el teléfono?

Eran otras épocas. Épocas en que las comunicaciones de larga distancia se hacían por Operadora. Te comunicabas con la operadora, dabas el número de destino, colgabas y te sentabas a esperar, con la mayor de las paciencias porque para que sonara el teléfono con la comunicación solicitada podía demandar una espera de minutos u horas.

Lo mismo pasaba con los primeros Locutorios, que proliferaron igual o más que las canchas de Paddle y los Parripollos.

 En los lugares turísticos como Claromecó, las colas para hablar eran larguísimas, y en un principio el sistema era prácticamente igual que llamar desde tu casa, pero más económico: dabas el número de destino, te informaban de la demora y te sentabas a esperar. Con algo de suerte, algunos minutos después escuchabas el grito de la empleada: “Tres Arroyos, cabina 3”. Con el tiempo el sistema se modernizó y directamente te hacían pasar a la cabina indicada para hacer tu llamada.

Eran otros tiempos. Tiempos donde no era posible salir de casa si se esperaba una llamada importante.

Teléfonos Públicos

Hablo de otros tiempos. Tiempos de teléfonos públicos y cospeles.

“Hola mami, ¿A que no sabés lo que me encontré atrás de un árbol?” solía ser el latiguillo que utilizaba el personaje de Luisa Albinoni en la Peluquería de Don Mateo para iniciar sus conversaciones telefónicas desde el teléfono público instalado en ese local.

“Hola vieja, ¿A que no sabes de adonde te estoy llamando”? gritaba un gaucho de Clemente Onelli, Río Negro, en una publicidad, cuando la telefonía, ya privatizada, había instalado el primer teléfono público en ese pequeño paraje, frase que se viralizó, de manera diferente, pero como hoy se viraliza los contenidos de las redes sociales.

Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL
Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL

En Tres Arroyos, al igual que en todas las localidades, los teléfonos públicos, estaban colocados principalmente en lugares estratégicos de la ciudad, como oficinas gubernamentales, en el Automóvil Club Argentino de calle Lavalle, en el Correo Argentino, Hospital Pirovano, Sanatorio Policlínico e Hispano solo por mencionar algunos.

En la calle había cabinas telefónicas en la Plaza San Martín sobre calle Sarmiento, otro frente a Yamo, y en la vereda de la Escuela Nº 1 pocos metros antes de llegar a Belgrano. En Sarmiento al 200 donde funcionó muchos años el local de Telefónica, Maipú al 200 pegadito a la heladería, en la Plaza España y en la vereda del Colegio Jesús Adolescente sobre calle Betolaza, en avenida Rivadavia en la vereda de la Escuela Nº 3, en Betolaza casi esquina Colón, y en 9 de julio al 300 donde antes estaba el Club Boca y ahora funcionan los consultorios externos de la Clínica Hispano, solo por mencionar algunos o los que puedo recordar.

 Telefono de ENTEL
Telefono de ENTEL

Aquellos primeros teléfonos públicos naranjas y aparatosos que funcionaban con cospeles o fichas, que generalmente se compraban en cualquier tienda o kiosco y había para llamadas locales y de larga distancia, fueron reemplazados por teléfonos que funcionaban con monedas, luego con tarjetas telefónicas. ¡Quién no recuerda el sonido del cospel cayendo que daba inicio a la llamada!

¿Llevás cospeles? Era una de las preguntas preventivas que solían hacer los padres antes de que sus hijos salgan de casa rumbo al boliche.

Todo el mundo llevaba algún cospel en su bolsillo, situación que en la jerga del ingenio argentino derivó en la frase “no tengo ni un cospel” para referirse a que andaba “seco de guita”, frase hoy en desuso o que te delata la edad al usarla.

Cospeles telefónicos
Cospeles telefónicos

Una fiesta era encontrar un teléfono “pinchado” o liberado para llamadas, que te permitía con un solo cospel o muy pocas monedas, hablar mucho más tiempo, sobre todo para aquellos que tenían novios, hijos o amigos en otras ciudades (o para los enamorados con candados en los teléfonos de su casa)

La info sobre su ubicación se hacía viral, entre los adolescentes más que nada (el de Sarmiento al 200 estuvo mucho tiempo pinchado, dato que ya no le sirve a nadie, pero vale recordarlo. Siempre se sabía cuál era el teléfono público pinchado porque muchas veces había cola o gente esperando su turno para hablar, aunque la intimidad de la conversación era prácticamente nula y se corría el riesgo de que los chismes corrieran más de lo normal.

Cola en Telefono Público, Mendoza Argentina.
Cola en Telefono Público, Mendoza Argentina.

Algunos más osados directamente forzaban la “pinchadura”. Los teléfonos naranjas y aparatosos de Entel eran fáciles de alterar; bastaba con poner una lapicera trabando el brazo donde colgaba el tubo para que, al agotarse el tiempo predeterminado del cospel, no llegara hasta arriba y se pudiese hablar todo el tiempo que quieras.

Cuando la empresa Telefónica se hizo cargo y cambió los teléfonos públicos por otros más modernos, esta técnica ya no fue posible, pero apareció otra. Consistía en utilizar un cable con las puntas peladas. Una de las puntas con un rulito se enganchaba en la horquilla de donde colgaba el tubo del teléfono y la otra, se colocaba entre los agujeritos del tubo del micrófono.

Había que tener buen oído para bancarse el ruido de descarga permanente que hacía difícil la comunicación y templanza para bancarse las patadas si por descuido llegabas a tocar el cable pelado. No funcionaba en todos los teléfonos, pero en algunos se podía hablar durante el tiempo que se quisiera.

Eran otros tiempos. Tiempos donde se acuñó la frase “Me cayó la ficha” cuyo origen, quizás ya explicado es el siguiente: La conversación en un teléfono público iniciaba cuando alguien del otro lado atendía, entonces caía el cospel o la ficha que daba inicio a la conversación.

En un principio, “me cayó la ficha” significaba el inicio de algo, pero con el tiempo derivó y en la actualidad hace referencia a “darse cuenta de algo”.

Eran otros tiempos. Tiempos en los que ratearse de la escuela significaba recorrer los teléfonos públicos, revisar “la puertita” donde caían las monedas (si es que sobraban de la comunicación) y si había suerte y alguna quedaba, correr a “Relax” con nuestro tesoro hallado y jugarnos “un fichín”.

A mediados de los años 90, con la proliferación de los celulares, los teléfonos públicos comenzaron poco a poco a desaparecer.

Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL
Les Luthiers en Mar del Plata con un Telefono de ENTEL

Algo de historia

Para los gustosos de los datos y la historia solo resta mencionar que fue en el año 1878 que se realizó la primera comunicación telefónica de Argentina entre el diario La Prensa y la Administración de Telégrafos del Estado y que la primera llamada oficial se produjo en 1881 entre el presidente Julio Roca y su ministro de Relaciones Exteriores, Bernardo de Irigoyen.

 Aquel 4 de enero de 1881 se instalaron en Buenos Aires las primeras 20 líneas telefónicas, en los ya mencionados domicilios de Roca e Irigoyen, en los domicilios particulares de Torcuato de Alvear; del ministro de Guerra Benjamín Victorica, y de instituciones como la Sociedad Rural, el Club del Progreso y el Jockey Club.

Que el primer teléfono público se instaló en el año 1975 en la ciudad de La Plata por la empresa SIAP sigla de Sociedad Industrial Aparatos de Precisión.

SIAP trabajaba para ENTEL (Empresa Nacional de Telecomunicaciones) que nació en 1956. Anteriormente las telecomunicaciones en Argentina estaban a cargo de la Unión Telefónica, una empresa privada de capitales ingleses y franceses.

En 1948, el Estado nacional adquirió el 51% de las acciones. El 49% quedó en manos del sector privado. Esa sociedad no funcionó y en 1949 nació Teléfonos del Estado que funcionó hasta el año 1956, cuando, como ya mencionamos, pasó a llamarse ENTEL. Finalmente en 1990, la telefonía nacional se privatizó y se dividió entre dos empresas: Telefónica y Telecom.

Según estadísticas del Indec, Argentina tuvo un máximo de 164.832 teléfonos públicos (dato de julio de 2008) de los cuales hoy quedan alrededor de 8100, distribuidos en delegaciones municipales, hospitales, shoppings y estaciones de trenes, aunque lamentablemente, muchos, por no decir la mayoría, vandalizados.

NdE: Colorinches tresarroyenses fue declarado de interés municipal por la Municipalidad de Tres Arroyos en el mes de octubre de 2024.