En la canción “Querida Mía, tendrá tus ojos” Piero se pregunta : ¿Qué sería de mí sin la música, cómo sería vivir sin la música? Y creo que todos, alguna vez hemos llegado a la misma conclusión.
La música y los bailes, existen en cada pueblo desde sus orígenes, en las ciudades más grandes y en los parajes más pequeños. Es parte vital para el desarrollo humano y para la interacción social, cada fundación de un pueblo fue seguido por un baile popular inaugural, cada acontecimiento popular o personal es festejado con música y baile.
En Tres Arroyos, en los años posteriores a su fundación, eran comunes las guitarreadas en los llamados “Boliches Criollos” y en los bares de paso. Las fiestas y los acontecimientos especiales eran amenizados por orquestas en vivo, que interpretaban Pasodobles, zarzuelas, Valses y Polcas, música a la cual se la consideraba “digna y adecuada” para la gente de bien que se reunía en diferentes celebraciones de la ciudad.
Fue allá por el año 1919, cuando apareció el primer rebelde, devenido en pionero con los años, que rompió los estereotipos de la época.
Alejandro “Pocho” Videla arribó a Tres Arroyos en 1919, estaba destinado a cumplir sin proponérselo una doble misión: imponer el tango como música y al bandoneón como instrumento en todas las escalas sociales de la ciudad.
El Bandoneón al igual que El Tango, era por aquellos años un instrumento indecente, de los barrios bajos, que evocaba a los cabaret de la época, por lo cual no tenía cabida entre el público masivo o de la alta sociedad.
Tampoco era aceptado ni en los bares ni en los cines donde las orquestas musicalizaban en vivo las películas mudas, mucho menos se lo aceptaba en los bailes que organizaban las diferentes Instituciones Sociales, ni en bodas ni bautismos.
Las orquestas de cuerda eran las que predominaban. Valses, Polcas y Mazurcas eran los géneros preferidos de los bailarines y de la sociedad en general. Pese a su enorme popularidad, ya que en 1918 Carlos Gardel había visitado Tres Arroyos, el Tango no tenía lugar.
Fue en el Bar “Castilla” donde Videla se le animó por primera vez al Tango y al bandoneón y a pesar del “escandalo” generado entre las familias que concurrían al establecimiento tras sus primeras apariciones, a pesar de los fervientes detractores que encontró a su paso, poco a poco el tango, Videla y su Bandoneón fueron encontrando su lugar y fervorosos admiradores. Con el tiempo su orquesta típica comenzó a amenizar con más frecuencia las fiestas de casamiento de los círculos más distinguidos de la ciudad.
El auge de los salones de baile
Con la llegada del tango los bailes sociales y populares se hicieron cada vez más frecuentes. Durante la década del 40 y del 50 los bailes de salón estaban en su apogeo. Los clubes de barrio y las entidades sociales más refinadas organizaban cada cual su baile.
Había en la ciudad 3 o 4 bailes por sábado organizado por diferentes clubes e instituciones. Bares y confiterías con la participación de Orquestas Típicas y de Jazz se sumaban cada fin de semana, y por qué no, muchas veces entre semana, a la movida nocturna.
“Lleno siempre hasta la cabeza” a tal punto que cuando la concurrencia superaba la capacidad del lugar, era común que “la milonga” se extendiera hasta la calle y al aire libre bailando los compaces de D’Arienzo y Anibal Troilo.
Los hombres elegantemente vestidos según la moda del momento, con sus trajes de solapa ancha, pantalones bombilla y corbata anchas y coloridas y la mayoría de las mujeres acompañadas de su “chaperona” aquellas acompañantes mujeres y mayores de edad, que supervisaban el accionar de las mujeres jóvenes y solteras durante una actividad social, con el fin de evitar interacciones inapropiadas para la época, por lo que, si un galán tenía suerte y conseguía la gracia de poder acompañar hasta su casa a una señorita, debía “arrastrar” también a su chaperona y hacer “buena letra” para aspirar a tener un pequeño momento a solas con la dama de su preferencia, y despedirse llevándose, a veces, el premio de un pequeño beso en la oscuridad de un zaguán.
Era frecuente en aquellos años, que los clubes extendieran una membresía a principio de año, a las familias más respetables de la ciudad, que los habilitaba a ingresar durante toda la temporada a los bailes que el club organizaba, que no solo servía como carta de presentación de las jóvenes solteras de la ciudad, sino que, le otorgaba prestigio a la institución que lograba captar la presencia de esas familias y en un efecto cascada, ampliar considerablemente el número de sus asociados. Las mujeres no pagaban entrada, eran el principal motivo de aquellas veladas multitudinarias.
Los Llaneros, Los Estudiantes y la Alexander’s Band eran las orquestas más solicitadas por aquellos años, y entre ellas había un fanatismo al mejor estilo River –Boca. Los aperitivos como el Gancia, el Cinzano, las bebidas blancas como el Anís y la Ginebra se imponían en la moda de aquellos años junto con la nunca desaparecida cerveza.
Con la aparición de las Discotecas a fines de los 60 poco a poco los bailes de salón fueron desapareciendo, las orquestas en vivo dieron paso a “las bandejas” y a los DJ.
Desaparecieron las chaperonas, el traje y la corbata como vestimenta obligada para ingresar a cualquier lugar, se impusieron los sweaters, los vaqueros llegaron para cambiar el mundo, los pantalones acampanados y los oxford de tiro alto era la tendencia para ellas y ellos, tanto como el whisky y las mezclas con gaseosa.
Nuevos aires, la juventud encontró otra manera de divertirse, con una mayor libertad, principalmente para las mujeres que comenzaban a salir solas, sin su “dama de compañía”, algunas se animaban a la minifalda, inspiradas principalmente en Twiggy modelo referente de aquellos años con un claro mensaje de independencia femenina.
Bobo, sobre calle Colón al 100 fue la primera discoteca de la ciudad, causando una verdadera revolución. Luego llegarían Esquimay, convertida luego en Tahona, sobre Av. San Martín y Ruta 3, Palebra en la Loma de Campano, Sayonara sobre la Av. Moreno; 2001 reemplazó a Bobo, Moreira y Juan Tenorio también sobre Colón, que luego se fusionaron y dieron paso a Juan Moreira, fueron algunas de las discotecas emblemáticas de la época.
Y un día fue el turno del rock
A los adolescentes de hoy en día que se interesen en esta nota, les resultaría muy difícil entender lo complicado y casi imposible que era organizar a principio de los años 80 un Festival de Rock, con la participación de varias bandas.
El solo hecho de llevar una guitarra sobre el hombro o tener el pelo largo, en plena dictadura militar, no solo era considerado un acto de rebeldía. A quienes se osaban a “tremenda ofensa” , con suerte solo les tocaría pasar alguna noche en un calabozo, sin ella, probablemente serían víctima de alguna paliza propinada por las fuerzas policiales.
Pese a eso, parte de la juventud tresarroyense comprendió que no eran tiempos para tibios y un 9 de julio de 1981 organizaron un Festival de Rock en la ciudad de Tres Arroyos, llamado “Tarde de Rock.”
El evento fue multitudinario y se realizó en Moreira Discoteque. Cientos de Jóvenes en busca de su identidad, buscando expresarse para encontrar en la música el sentido de pertenencia a una nueva juventud y a una nueva cultura que la dictadura militar se encargaba de pisotear e intentaba silenciar.
Video de Osvaldo Cirulli:
El Rock Nacional ya era como la fuerza de un río, caudaloso e indomable y se convertía en la voz de miles y miles de jóvenes a lo largo y ancho del país. Tres Arroyos no estuvo ajeno a ese despertar, algo tímido al principio pero derrumbando los muros de los prejuicios y de la intolerancia con el paso del tiempo.
“Tarde de Rock” tuvo varias ediciones, todas exitosas, de las cuales participaron bandas y solistas tresarroyenses, cada uno con su estilo y su impronta.
Entre ellos puede mencionarse a Guillermo Mónaco que por aquella época ya se animaba a interpretar sus propias canciones, el querido y recordado David Arevalo con sus versiones acústicas, de Moris, Arcoiris y Sui Generis; “Neurona” grupo integrado por tres mujeres: Andrea Maitía, Sandra Rey y Graciana Medina; “Brumas” integrado por Sergio D’Atri en primera voz, Mauricio “Tato” Guevara y Juanju Urquiaga en guitarras, Daniel Laik en bajo y Eduardo Re en batería que interpretaban covers de Spinetta, Vox Dei y Sui Generis entre otros; “Alpha- Un- Sigma” cuyos integrantes eran Tehuel Pérez, Gustavo Binetti, Jorge Consentino y Ernesto Blanco que también tenían como repertorio canciones del rock nacional, hoy llamados clásicos, de grupos como Pescado Rabioso y Alma y Vida y temas propios; “Blue Generation” integrado por Carlos Santamaría, Osvaldo Cirulli y Sergio Pessina y “Epoca” integrado por José Luis González Mendoza en bajo, Sergio Pessina y Osvaldo Cirulli en guitarras y Ernesto Blanco en batería.
El rock llegó para quedarse y ya no se fue. A lo largo de las décadas más y más bandas fueron sumándose a la movida musical tresarroyense, ya con el camino de la libertad de expresión allanado por aquellos pioneros en los que resta mencionar al grupo “Gin” uno de los grupos precursores de la movida joven tresarroyense.
Y como todo vuelve y las modas se repiten, a mediados de la década del 80 hasta mediados de los 90 los bailes con orquestas en vivo tuvieron su segundo aire, principalmente en el Club Colegiales donde se presentaron reconocidos artistas nacionales como “Los Moros”, Miguel “conejito” Alejandro, Lia Crucet, entre otros y se les dio la oportunidad a muchas bandas locales de presentarse y amenizar las veladas.
Otro de los lugares que apostaron a los bailes con grupos en vivo fue “ El Rancho de Chichi” donde cada fin de semana se presentaron diferentes artistas, algunos de la talla de Miguel Ángel Cerutti, y en donde debutó hace más de 25 años, Holocausto 2000… pero esa será otra historia.