En 1832, el joven de 23 años, un estudiante de teología aficionado a las ciencias naturales y embarcado en el bergantín HMS Beagle, hizo una serie de descubrimientos en la barranca de la Punta Alta: algunas conchillas y huesos de animales que estaban incrustados en las piedras.
Solamente su ojo avizor pudo comprender que se trataba de restos fósiles, de miles de años de antigüedad.
No conforme con lo hallado, y atraído por la riqueza paleontológica del lugar, retornó los días 23 y 25 de septiembre y el 1º, el 8 y el 16 de octubre ¿Por qué volvía con tanta frecuencia a Punta Alta? ¿Qué despertaba su interés? Ante todo, los hallazgos de fauna extinta.
Éstos constituyeron las primeras evidencias fósiles que posibilitaron el desarrollo posterior de su afamada Teoría de la Evolución.