A medida que las personas crecen, cada vez se hace más difícil generar conciencia sobre la importancia del cuidado del medioambiente. Por ejemplo, un chico que toda la vida vio cómo su familia tira basura por la ventanilla del auto, difícilmente deje de hacerlo cuando sea grande.
Por el contrario, si desde pequeños (muy pequeños) se les habla de ecología, de proteger la naturaleza, de que el planeta es uno y hay que cuidarlo, el futuro será otro. Y un dato clave: es importante que aprendan a través de experimentar con hechos reales y concretos.
Un gran ejemplo de esto es la casita ecológica que hicieron este año los alumnos de la salita "C" de 5 años del jardín del colegio Nuestra Señora de las Mercedes, en Unquillo. Reciclando botellas de plástico, aprendieron las llamadas "tres R"; reducir, reciclar y reutilizar, además de albañilería y hasta matemáticas.
–¿Matemáticas también?
–Así es. Hubo que juntar muchísimos envases. No te imaginás cuántos. Tuvimos que pedir colaboración a todo el jardín para hacer el proceso de aplastado y hubo que calcular para saber cuántos necesitábamos para cada ecobloque.
La que responde es Mabel Castellanos, la docente que encabezó el proyecto llamado "Vida sustentable por un planeta mejor". "Por lo general, hacia finales de año, siempre trabajamos alguna problemática relacionada con el ambiente, y observamos la cantidad de envases que se acumulan y se tiran. De allí surgió esta experiencia de construcción de un prototipo de casita que les permitiera a los chicos jugar en ella y, a la vez, generar conciencia ecológica", explica a Día a Día la maestra. Mabel es la misma que hace unos años, cuando Facebook recién empezaba a ser masivo, les enseñaba a sus alumnos a usar las redes sociales.
Para saber cómo construir la casita, los chicos buscaron información en Internet, vieron videos, aprendieron de las casas ecológicas de Salsipuedes y hasta de viviendas de emergencia en México. "Además, nos reunimos con los chicos de 6to grado, que también estaban con un proyecto ecológico de armado de ecobloques, y les pedimos que nos contaran cómo se hacían", explica la maestra.
En el desarrollo participaron todos, hasta un padre de uno de los alumnos que es constructor y ya había hecho una vivienda sustentable. “Se sumaron varios papás para apoyar el proyecto, y de esa forma dieron ejemplo a sus hijos de coherencia entre lo que se dice y se hace”, argumenta Mabel.
–¿Se hizo como una casa de verdad, pero tamaño "mini"?
–Queríamos que la casita fuera segura, así que se realizó el proceso como el de cualquier casa: cimientos, columnas, luego las paredes que fuimos armando con ecobloques y ecoladrillos y el revoque con adobe. Después techamos con cañas y chapa con la idea de transformarlo en techo vivo. Ahí vamos a sembrar pasto y verduras, como lechuga.
Experiencia y motivación
Mabel valora la participación de los chicos y el compromiso con la construcción. “El interés por colaborar, las ganas de concretar algo que sólo parecía una idea. De una buena experiencia, se logró un aprendizaje significativo; cómo será la motivación que tenían, que hasta un libro de construcción me trajeron un día”, cuenta la maestra que está convencida de la importancia de estas estrategias para proteger el planeta.
“Me alienta la idea de que se conviertan en agentes de transformación del ambiente a través de lo que después cuenten en sus casas. Quizás ‘contagien’ a otros o ellos mismos inicien, en el futuro, sus construcciones sustentables que modificarán el paisaje”, finaliza.