Buenos Aires mostró al límite de la exasperación durante estos días las dos caras que la distinguen. Como ciudad cosmopolita por excelencia, albergó delegaciones de 164 países, 3500 representantes que colmaron capacidades hoteleras, y fue vidriera internacional como sede de la Cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Y fue también una olla a presión al borde del estallido, al mismo tiempo y en el mismo perímetro céntrico, por los cortes de calles -previstos e imprevistos-, el colapso del tránsito y el transporte público, las protestas y movilizaciones que convergieron sobre la 9 de Julio y el Congreso, en contra de la Cumbre de la OMC y de la reforma previsional impulsada por el Gobierno que finalmente culminaron con los episodios de violencia de ayer y el levantamiento de la sesión en la que debía tratarse el proyecto oficial.
Nuevamente, como ya es tradición en diciembre, Buenos Aires se "recalentó", el caos se apoderó de las calles y avenidas, y las columnas de piqueteros que vuelven a recordarnos que no vivimos en una burbuja urbana sino en una gran metrópolis integrada por la Ciudad Autónoma y el Conurbano, un área metropolitana habitada por más de 13 millones de personas, surcada por fronteras sociales que no podemos ignorar y que urge suturar.
Coincidiendo con la Cumbre de la OMC, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, informó esta semana que un tercio del país vive en situación de pobreza estructural. Los datos del estudio del último trimestre del año indican que en Argentina hay 13,5 millones de pobres, lo que equivale a un 31,4% de la población. El informe señala además que la indigencia alcanza los 2,5 millones de ciudadanos y que el 48% de la población que vive bajo la línea de pobreza son niños de entre 0 y 14 años. Los datos oficiales del INDEC son bastante parecidos. Indican que la tendencia se ha revertido este año, que la pobreza, medida por ingresos, bajó de 30,3% a 28,6% pero la indigencia creció de 6,1% a 6,2%.
Con este trasfondo, las calles céntricas de la Ciudad fueron el escenario de una "tormenta perfecta" en estos días. Con los ojos del mundo posados sobre Buenos Aires, que mostró que está en condiciones de acoger una cumbre internacional, aún al costo de perturbar la movilidad de sus habitantes, el Gobierno nacional debería haber puesto especial cuidado en aliviar tensiones, prevenir incidentes y evitar provocaciones y episodios de violencia como los ocurridos ayer en el Congreso. Los logros quedaron empañados. La vidriera internacional de nuestra Ciudad tiene también esos ingredientes: hay problemas de acción colectiva que nos afectan como sociedad y una deuda social que persiste, y que nos muestran así, como un país complicado y una Metrópolis que por momentos se sale de su cauce normal en la Cabeza de Goliath.