Volví a cruzarme con mi amigo Juan, como en tantas veces me dijo “te cuento algo”, y solo hizo falta eso para conocer a alguien más. Lo escucho le dije... “muchas veces nosotros, los padres, quizás nos equivocamos al pretender que nuestros hijos después de haber terminado el secundario sigan estudiando alguna carrera para que sean, el día de mañana un profesional que les asegure un bienestar económico y la felicidad, olvidando que para ello seguir su vocación es lo necesario”.
Debo confesar que eso lo sentí muchas veces, y agregó “esto lo pensó, igual que muchos, un gringo grandote, pinta de bonachón, cuyo oficio era el de zapatero, uno de los oficios más antiguos y hoy poco atrayente para cualquier joven. Estar convencido de eso, se sacrificó para hacer estudiar a su único hijo hasta que se recibiera como Técnico en Construcción, pero Diego, el hijo de este gringo grandote, como solemos decir los criollos, con pinta para el arado, cumplió los mandatos en los que su papá creía”.
Ahí caí en la cuenta, que yo conocí a ese gringo grandote con pinta para el arado, si habré llevado mis zapatillas y los zapatos puntudos del Coco... pero continúa Juan, “su único hijo, criado entre tacos, zapatos rotos y pedazos de suela, llevaba desde niño el gusto por el oficio de su padre, pero la vida lo sorprende y en poco tiempo parten en el viaje celestial su papá y su mamá, lo que sacude la vida a este joven profesional con un cargo medio trabajando en una de las empresas más importantes de la cuidad”.
“Para no defraudar a los clientes, comienza tímidamente y con mucha precaución a reparar o cumplir con los compromisos ya asumidos por quien fuera su papá. Al poco tiempo se involucra tanto en el tema, que decide dejar su trabajo y dedicarse a lo que es ahora su vocación: zapatero. Fue así que continuó con el oficio de su papá, a quien recuerda con mucho cariño y respeto. Para muestra sobra un botón: va a trabajar en la bicicleta que lo hacía su papá”.
Esas cosas son las que hacen a los hombres diferentes, honrar a los viejos como uno de los mandatos principales, sigue Juan “como logros personales nos contó lo orgulloso que se siente, primero de haber sumado al taller a su esposa, lo que les permite dividir las tareas, que no siempre se realizan en absoluta paz y armonía, porque como ellos mismos reconocen, a veces entre tacos, clavos y fana alguna discusión se genera”.
“Se reconoce amante del deporte al aire libre, optando por elección ser un triatleta constante, que nada, corre y practica semanalmente ciclismo, tratando de ser un ejemplo para sus hijos e inculcarle los beneficios del deporte. Corona esta charla con una frase muy argentina y ejemplificadora: ¡NO TIRO MANTECA AL TECHO, ¡PERO VIVO BIEN, ESO SÍ HAGO LO QUE ME GUSTA!. De eso se trata ser feliz con las simples cosas”.
Autor y Fotografía: Juan O. Ávila.