Esta vez, fui a buscarlo a mi amigo Juan, porque muchas veces la virtualidad no es lo que uno piensa o imagina, y estoy seguro de que es mucho más reconfortante escuchar de su voz “hola, amigo, ¿cómo estas?” que tal vez un emoticón de la manito saludando desde el celular.
En estos tiempos donde al mirar al horizonte muchas veces uno pierde el norte, con Juan me di cuenta de que como dice la canción del maestro Vicentico “los caminos de la vida no son lo yo que pensaba, creía o imaginaba” y que “muchas veces no encuentro la salida”, y solamente me dijo que tenía una nueva historia, para poder conocer otra historia que tiene “otro camino de la vida”.
Me comentó Juan “¡Una tarde noche de estas, golpeé su puerta y me atendió su señora, le expliqué a qué iba y los porqués, su respuesta: No!. ¡Era lógico, no me conocían ni yo a ellos! Yo seguí insistiendo y ellos lo pensaron y fue así como dieron el “Si” y de pronto nos encontramos una linda siesta de otoño sentados alrededor de su mesa, mis compañeros de aventuras Luis Arias, Raúl Ferreyra y yo”.
“Fue ahí donde nos habló de su infancia, de las carencias que lo llevaron a empezar a trabajar a los 11 años en la panadería de su pueblo natal; que, por esas casualidades de la vida, estaba al lado de la canchita de futbol, donde jugaban sus amigos que era la parada obligada después de salir de trabajar. Nos comentó también lo orgulloso que se siente, de haber podido ejercer su profesión hasta hace poco y que es herencia de su tío, con el cual comenzó a trabajar a los 14 años: el ser Albañil. Para vivir por el camino de la vida hay que seguir”, fue así como en un baile donde cantaba Cacho Castaña conoció a Mary su señora, y fue en otro baile, esta vez con Gian Franco Pagliaro, donde reafirmaron su amor que los llevó a formar la hermosa familia que hoy tiene, compuesta por sus dos hijos y cinco nietos que orgulloso nos muestra en un portarretrato”.
Creo que el café de Juan se me enfrió, pero seguía escuchando su relato... “pero por el camino de la vida hay que seguir, escribió Cacho Castaña, y él lo siguió. Por invitación de un amigo y para complacer a su esposa, fue como llegó a Betania, donde por primera vez se reencontró con Dios. Según sus palabras él era hasta ese momento y por desconocimiento propio “anti iglesia y anti cura”, y allí en ese lugar es donde descubre la importancia de la fé en Dios en la vida diaria. Cuando un amigo suyo enfermó gravemente, concurrían él y algunos amigos todas las noches a verlo y junto a su lecho rezaban el santo rosario, convencido que la fe en Dios y acudir a él en su ayuda, era el camino correcto. El siguió por el camino de la vida, comenzó a concurrir asiduamente a misa, a participar de los sacramentos, hasta que un determinado día, el sacerdote le comunicó que por pedido de la gente sería ministro de la iglesia, una emoción muy grande lo invadió, pero como es tan grande su fe, entendió que era Dios quien lo llamaba para colaborar y seguir construyendo, pero ahora desde la fe”.
“Fue quizás en ese momento, donde mis amigos y yo, por su pausada forma de hablar y al hablar siempre de la importancia de la fe en Dios, que comprendimos que los caminos de la vida son los que Dios nos designa. La charla continua, café de por medio con anécdotas de su trabajo, cuando con sus temblorosas manos nos explicó cómo se debe usar la cuchara en la albañilería, me di cuenta que él y yo, teníamos un amigo en común: El Parkinson, pero eso es harina de otro costal, como dice el dicho, del cual no es necesario explayarse. ¡Fue así como conocimos al que todos tratan como El flaco Ferri, el albañil!! y a su señora. Nos despedimos, choque de puño de por medio, agradeciendo su hospitalidad y su rico café, con otra lección aprendida”.
Autor: Juan Osvaldo Avila
Fotografía: Luis Arias y Raúl Ferreyra