A menudo, en Ushuaia, se concurre a los centros invernales, a las pistas de esquí y a caminar senderos por las montañas, pero muy pocas veces nos preguntamos ¿Quiénes fueron los pioneros que abrieron esos caminos, esas pistas, esos lugares para que hoy podamos disfrutar? Nombres como Antonio Wallner, Jorge Beltrame, Juan Carlos Begué o Gustavo Giró Tapper resuenan en los vientos que soplan entre las montañas, los valles y cañadones al sur de la provincia de Tierra del Fuego.
En particular, Antonio Wallner comenzó su vida en Ushuaia luego que su padre, don Wolfgang Wallner, llegara a nuestra ciudad, después de una fallida estadía en Buenos Aires. Esa estadía fue fallida, porque proveniente de Tirol - Austria, no le gustaba la vida de Buenos Aires. Entonces decidió venir a Ushuaia y aprovechar una propuesta de trabajo que se había presentado tras el cierre del Presidio y la instalación de la Base Naval. Desde aquellos tiempos y hasta la actualidad el apellido Wallner, es sinónimo de montaña en Ushuaia.
Wolfgang preparó la organización de las travesías a las montañas, llevaba gente a disfrutar lo que a otros les parecía una carga. Así es que junto a otros jóvenes, iniciada la década del 50, se enfrentaron a la geografía fueguina. Este legado de su padre fue heredado por Antonio. Recuerda que su padre, quien físicamente ya no estaba para hacer actividades de montaña, pero supo observar y enseñar a los jóvenes lo bueno de la vida en las montañas. “Él observaba y nos hacía notar de que, en la población de Ushuaia, de aquellos años, no existía contacto con la naturaleza por parte de los pobladores. Veían nevar, veían el hielo como una cosa más del lugar que había que soportarlo. No era una cosa que se disfrutaba; se soportaba. El hielo y la nieve era un fastidio para muchos”, dijo Antonio. Esta actitud era incomprendida por Wolfgang, ya que en su patria natal, el entorno geográfico es similar, aunque con montañas más elevadas, pero donde las actividades de montaña y nieve eran, y son, actividades muy desarrolladas y de disfrute.
Ante este escenario, concluyeron que el problema estaba en acercar a la gente a la montaña, como dice el refrán. Así, de a poco, se fueron reuniendo para comenzar a caminar por los bosques, salir a disfrutar a la naturaleza, y de esas reuniones se creó el primer club de montañistas. “Primero, mi padre ordenó un grupo de amigos y les dijo ‘somos un club, Club Andino’”, recordó Antonio.
Así comenzó la historia del club, que años más tarde, tras pasar las etapas de presentarse en sociedad y ante la ley, se estableció el club como tal, con estatuto, socios y su primera sede ubicada calle San Martin 627 (hoy hay una importante tienda comercial) y también Wolfgang creó el primer emblema que se conoce actualmente como el escudo del Club Andino Ushuaia. El escudo podemos ver un bastón hecho de caña de bambú con su roseta de caña y cuero, una piqueta antigua y larga, y las primeras sogas realizadas con fibra natural de caña. Hoy los materiales y las tecnologías cambiaron, pero lo importantes es que en ese logo perdura la esencia de aquellos años.
Luego de 6 años de haberse creado el club, un 4 de noviembre de 1956, hicieron la primera acta fundacional legal, el club ya existía desde el año 1950. “Tengo constancias de que existía desde 1950, porque hay antecedentes de primeras cumbres o cumbres alcanzadas por gente que se mencionaba como Club Andino”, dijo Antonio. En este sentido, Antonio recordó el momento donde hicieron cumbre en Monte Olivia con un grupo de hombres: Oriol Domenech, Dagoberto Reyes, Victoriano Peralta, Jorge Santamaría y un joven cordobés del cual no recordó su nombre.
A diferencia de los elementos actuales, Antonio recordó que en aquellas épocas era todo muy rústico. Las cuerdas eran de fibras naturales, por lo general de 12 milímetros y muy difíciles de manejar, ya que si se mojaban eran muy pesadas y o si congelaban, se ponían tensas como el acero. Así y todo, la osadía de aquellos jóvenes superaban los miedos y el ímpetu de lograr escalar y hacer cumbre ara algo que no refrenaban. Antonio reconoció que para la época fueron corajudos a la hora de emprender las travesías. “Nosotros aprendimos a escalar leyendo libros. En aquel tiempo no había internet. Leyendo y revistas, consiguiendo materiales que nos regalaban como clavos, porque la escalada nuestra era libre. Los elementos eran muchos, caseros”, explicó. Muchas fueron las veces que Antonio subió a la montaña, estuvo y vio lugares que hoy no existen, por el deshielo y el cambio climático. Subió, bajó, tuvo ascensos frustrados, desencuentros con sus compañeros, pero el espíritu montañés nunca decayó.
En un momento, y con un grupo de personas, pusieron manos a la obra y lograron armar un refugio en la montaña. En ese lugar, desde la perspectiva de Antonio, el club nació institucionalmente ahí. En ese lugar se reunían y con la luz de un farol “sol de noche”, pasaban horas hablando de las técnicas que debían emplear. “En invierno esquiábamos durante el día, en los faldeos del Martial. En verano nos juntamos a escalar y escalamos todo el anfiteatro del Martial. Todo fue escalado por nosotros y a la noche lo pasábamos en el refugio”, dijo. Así pasaban los días, las noches, los momentos entre los socios del club, quienes se convertirían en amigos. También fue recordada las veces que Wolfgang Wallner, ya entrado en edad y con alguna dificultad, subía al refugio a entregar presentes, en épocas navideñas. Eran pequeños presentes, pero hacían la diferencia y llenaba de alegría a los que recibían su regalo.
Otro “regalo” que aún hoy forma parte del paisaje ushuaiense, es la pista de esquí; denominada “Pista del Andino”. Un lugar que marcó un hito, ya que hasta el momento no había una pista marcada y delineada para andar, solo se seguían las huellas o se practicaba en lugares conocidos desmanotados. “En el Club Andino, la comisión en ese momento, designó a la pista que le decíamos ‘la Pista del Andino’, designó el nombre de “Wolfgang Wallner”, porque era mi padre, por ser fundador y socio número 1. En la misma época se puso nombre a la Pista Jerman. ‘Francisco Jerman’, porque fue el primer instructor e impulsor de los deportes de esquí de fondo acá en esta zona”, recordó Antonio y se desligó de todo crédito, dejando el mérito a su padre y a Jerman.
En relación a la pista, Antonio recordó que fue una tarea muy sacrificada y llevó mucho tiempo. También recordó que llegó a la ciudad un joven mendocino llamado Juan Carlos Begué, quien inmediatamente, el día después de su llegada lo fue a ver. “Hablamos mucho de esquí, de montañismo. A él le gustaba mucho el esquí”, dijo y comentó que comenzaron a trabajar en la reactivación del club, que había tenido un período bajo. “Entre todas esas charlas, conoció las historia, los anhelos nuestros de tener una pista algún día, una pista con medio de elevación”. Así fue que comenzó la labor, comenzaron a estudiar el lugar, las condiciones para el emplazamiento y concluyeron que la pista debía estar en un lugar accesible, cercana a la población y que mantuviera la nieve. Entre los estudios y lugares, notaron que en la zonas bajas, despobladas de vegetación, el viento barría rápido la acumulación de nieve, asique decidieron hacer la pista en el medio del bosque, con el amparo y el reparo de los árboles.
Luego de trabajar arduamente en el lugar, se pudo lograr concretar el sueño de aquellos “locos” y se pudo contar con la pista. Allí se instaló también un medio de elevación, precario, pero efectivo. Este sistema constaba de un cable de acero de 400 metros tensado y sin fin, que rodaba por roldanas y a través de unos ganchos especiales, los esquiadores que se lanzaban por la ladera podían volver a ascender mecánicamente, ahorrando tiempo y energía. Sin dudas un gran logro para aquellos “locos soñadores”. Ya con la pista inaugurada, faltaba quién enseñe a la gente a andar y así fue que se armó la primera escuela. “La primera escuela de esquí, que fue pública, la inauguramos Juan Carlos Begué y yo como instructores”, dijo Antonio y mencionó que se hizo a través de la Dirección de Turismo, pero el único requisito que exigían era que fuese gratuita. Años después, Jorge “Coco” Beltrame comenzó su proyecto de la Escuela de Esquí Ushuaia, la cual generó diversidad y más posibilidades de llegar a la actividad.
“Nuestra intención siempre fue darle a los jóvenes y a las familias, la oportunidad de compartir y conectarse con el mundo que los rodea y espero que nuestros objetivos y anhelos se hayan alcanzado. Deseo y espero que las personas no pierdan la esencia de practicar deportes en la naturaleza, respetándola y tratando de sacar un beneficio espiritual de todo eso, no para pasar un rato, sino que puedan detenerse y mirar un poco el alrededor la inmensidad de naturaleza que nos rodea, porque hay millones de personas en el mundo que están deseando estar en donde están ustedes”, reflexionó. muchos de sus compañeros ya partieron, pero él
Muchas experiencias tuvo Antonio junto a su padre, sus amigos y algunos hombres que periódicamente se sumaban a las travesías. “Siempre les digo a mis nietos, amigos, jóvenes ‘yo tuve suerte, conocí cosas que ustedes no van a conocer nunca’. El Glaciar con paredes de hielo enormes, con grietas azules. Era interesante ver todo eso”, remarcó. Hoy a sus 86 años, vive en la ciudad de Ushuaia y va entregando a las generaciones, el legado que su padre le dejó e instauró a mediados del siglo pasado y que cada día tiene más adeptos. Todo nació por el anhelo de Wolfgang y siguió con el sueño de los jóvenes de tener una pista como en los grandes centros invernales del país. Algo que lo veían muy lejano, ya que no tenían los medios, pero sin saberlo, tenían un herramienta más poderosa, un espíritu fortalecido y emprendedor que los llevó a eso y mucho más, y los frutos de ese esfuerzo se ve en cada lugar de Ushuaia, en los glaciares, en el sonido de los vientos que resuenan y soplan entre las montañas, los cañadones y los valles al sur de la provincia de Tierra del Fuego.