Por cuatro días locos que vamos a vivir.
Por cuatro días locos, te tenés que divertir.
Así cantaba Alberto Castillo muchos años antes de que Claromecó fuese Claromecó y que la Fiesta de la Primavera en Claromecó llegase para ya no irse, pero es la canción más adecuada para graficar este relato.
La historia del inicio de la primavera en Claromecó es harto conocida. Fue a principio de los años ‘80 cuando José Luis “Oso” Suarez y ‘Serapio’ Serafini, se aburrían en las noches claromequenses, lugar al que habían asistido para celebrar la primavera y que, por aquellos años, solo se limitaba a ofrecer actividades deportivas diurnas en el ex camping.
La idea de sumar una movida nocturna y un espacio para que la juventud se divierta, fue lanzada al aire, y el guante recogido por estos pioneros.
El primer año superó todas las expectativas, una noche se convirtió en varias y la primavera en Claromecó se convirtió en un clásico que aún hoy perdura.
Al año siguiente de aquel pionero 1981, la oferta nocturna se duplicó.
En Tres Arroyos, apenas iniciado el mes de septiembre, las calles céntricas de la ciudad se embanderaban de pasacalles y se empapelaban de afiches publicitarios promocionando la primavera en nuestra principal villa balnearia.
Como si se tratase de una campaña política electoral, cada “boliche” hacía su cruzada para atraer a la mayor cantidad de adolescentes a sus establecimientos. Las “barras o hinchas” de uno u otro lado tiraban “toda la carne al asador” para convencerte que la mejor movida, la mejor música y la mejor diversión la tenían ellos y no la competencia.
Aquel “mini viaje de egresados”, que se repetía año tras año mientras duraba tu estadía en el colegio secundario, me tocó vivirlo en los años ‘90.
Quienes la vivieron saben que las primaveras son inolvidables, la primera por ser la primera, testigo directo de nuestra “libertad” inicial, de hacer o deshacer “a gusto y piaccere”; la última por ser el final de una etapa imborrable en nuestras vidas, la última antes de que cada cual, cada amigo o compañero tome un rumbo distinto de cara a su futuro.
Las del medio, aunque de anécdotas imborrables, se van mezclando.
Los recuerdos se confunden y entran en una nebulosa. Ya no recordamos en cuál fue que se nos voló la capota del Citroën o en cual otra caminamos 40 cuadras para auxiliar a un amigo pasado de copas, tampoco en cual convertimos en “momia” a un compañero y lo sentamos en la vereda por un largo rato o en que otra nos sorprendieron los golpes en la puerta de los padres de la dueña de casa y aún semidormidos, aunque despiertos por el susto, tuvimos que correr para mudarnos de habitación para que los nenes vuelvan a quedar con los nenes y las nenas con las nenas.
Otras épocas sin dudas.
Épocas de ahorrar para comprar el bono “del mono” ubicado en su local frente a la placita y al lado de La Terraza o en su próxima ubicación de calle 5 donde antes estaba Yamo.
Épocas para averiguar todo sobre ella/él: si iba a la primavera, a dónde iba a ir a bailar, donde paraba.
Épocas en la que esperabas que el amigo que tenía casa en Claromecó, te invitara, o en su defecto, que te permitiera instalar una carpa en algún rinconcito de su terreno, porque a veces el lugar físico no alcanzaba.
Y eso que, donde entraban 4, habitaban 8. En colchones de dos plazas dormían 3.
Épocas donde dormir en el piso o debajo de la mesa del comedor no resultaba ninguna incomodidad, donde los bolsos oficiaban de almohadas y las camperas de frazadas.
Eran días de libertad absoluta, sin la supervisión de los adultos; días que comíamos cuando teníamos ganas y nos abrigábamos si queríamos, para después volver a Tres Arroyos todos enfermos y mocosos sin que nadie nos pueda quitar lo bailado.
Eran días para dormir poco; para salir del boliche, comprar facturas calentitas y desayunar en la playa; y por la tarde, con la poca fuerza que nos quedaba, participar de la cinchada y de los distintos juegos que se realizaban en el ex camping municipal, para ganar algún premio.
Eran días de citas en las esquinas, para esperar al resto de la banda que habían quedado en un “rancho aparte”, para entrar todos juntos, en masa y a pura fiesta al boliche.
Eran días de fulbito o siestas en la playa, de paseos que ni el viento ni la lluvia lograban detener.
Eran días de desafíos “por el fichín” en el Chipi Chipi, al Pool, al Metegol o a los Flippers. Ganador queda, perdedor pagaba la próxima ficha.
Eran tardes de ronda bajo el sol en el camping municipal, de guitarreadas y agua para el mate que nunca alcanzaba en rondas cada vez más grandes, donde se iban sumando otros grupos o, a medida que iban cayendo, los “trasnochados de turno”.
Eran días de escuchar a “Los Arcanos” o un poco más acá en el tiempo a “Los Kinotos” y “0KM”.
Eran días de cosquillas en la panza, de amores que duraban cinco días, una primavera o para siempre.
Lejos han quedado aquellas primaveras. Me han contado que son distintas, que por las tardes a veces las calles están vacías.
El saldo positivo es que hay más controles y seguridad y que los chicos están más cuidados.
El saldo negativo dependerá de la visión de cada uno, sin caer en esa trillada frase que solemos repetir a medida que nos ponemos viejos “todo tiempo pasado fue mejor”.
Probablemente la manera de divertirnos y de pasar el rato eran distintas. Ni peores ni mejores, distintas; porque lo eran las circunstancias y el contexto; y porque la calle, el barrio, el ir y venir de un lado al otro formó parte de nuestra infancia y adolescencia sin caer o tener la posibilidad de caer “presos” de los estímulos tecnológicos que hoy incitan al encierro.
Imposible juzgar. Quizás los adolescentes de hoy, recuerden mañana los cuatro días locos de la primavera como la mejor de las aventuras, tal cual como hoy nosotros recordamos las nuestras, tan diferentes a las actuales.