Claudia cuenta que fue consagrada al ministerio pastoral en 1992. “La Iglesia Valdense, iglesia protestante, llegó a Uruguay y a Argentina con los movimientos migratorios de fines del siglo XIX; por entonces muchas familias procedentes del norte de Italia, de los llamados “valles valdenses” decidieron migrar a la región del Río de la Plata. “La vida y el trabajo en y con la tierra es parte de nuestra identidad”, explica Tron.
–¿Cómo fue tu proceso de consagración como pastora? ¿El hecho de ser mujer la condicionó en algún punto?
–Cuando me consagré al ministerio pastoral, ya había varias mujeres pastoras en la Iglesia Valdense del Río de la Plata. Si bien en sus orígenes (siglo XII), el movimiento valdense se caracterizó por la predicación de varones y mujeres laicxs, con la adhesión a la Reforma en el Siglo XVI muchas de esas prácticas que dieron identidad al movimiento en sus inicios, cambiaron. Fue desde entonces y hasta mediados del siglo 20 que al ministerio pastoral lo desempeñaron varones, mientras que las mujeres en ese período realizaban tareas vinculadas a la enseñanza, al servicio y al cuidado. Prácticas que hoy, analizándolas e interpretándolas con categorías de género, podríamos identificar como los roles y estereotipos en los que el patriarcado colocó a varones y mujeres. “Ser mujer desempeñando una tarea que por mucho tiempo sólo desarrollaron varones exigió, sobre todo en los comienzos de mi ministerio, sobreponerme a situaciones en las que, por ejemplo, se esperaba que un pastor varón hiciera determinadas tareas”. En estos años se ha avanzado mucho en el acceso a una nueva sensibilidad, que avanza sin pausa en la búsqueda de la justicia de género.
–¿Cuál es el nivel de participación en la lucha por los derechos de las mujeres?
–Desde las herramientas que nos brinda la perspectiva de género para una relectura bíblica liberadora, inclusiva, superadora de interpretaciones patriarcales, intentamos una contribución en los caminos del acceso a los derechos de las mujeres. Desde la comunidad valdense de Paraná acompañamos un espacio de mujeres que es ecuménico y en el que releemos la Biblia a la luz de nuestras realidades, desde la confianza y esperanza en una vida plena, en otro mundo posible. Esas son experiencias que animan, liberan, transforman. También estamos desarrollando seminarios donde nos informamos y estudiamos los fundamentalismos políticos y religiosos en América Latina. Esta experiencia es una iniciativa de capacitación del liderazgo joven. Es imprescindible aportar para una lectura crítica y el desarrollo de experiencias comunitarias que acompañen caminos de cambios concretos.
–¿Qué posición tiene sobre la legalización del aborto?
–Nuestra iglesia atribuye un valor muy preciado a la libertad, tal vez por el largo tiempo en el que fuimos privadxs de ella, por la persecución sufrida en los primeros siglos de historia del movimiento. Por tanto, en relación al tema del aborto como de otros, desde el espíritu del pensamiento crítico, intentamos ofrecer información y espacios de reflexión comunitaria para que cada miembrx tenga herramientas de análisis que le permitan decidir en libertad. Mi posición es que es necesaria una ley que permita el acceso igualitario a la interrupción voluntaria del embarazo. En lo personal, desearía que ninguna mujer tenga que abortar. Quisiera que todas pudiéramos acceder a una educación sexual para decidir, a anticonceptivos para no abortar y al aborto legal, para no morir.
De ahí la importancia de contar con un marco legal que garantice el acceso igualitario a la interrupción voluntaria del embarazo. Y por supuesto, el garantizar la educación sexual integral y los métodos de anticoncepción. Cuantos más resultados se logren desde la ESI y el acceso a los programas de anticoncepción, menos necesitad de llegar a la instancia del aborto. Tener una ley de IVE no obliga a nadie a abortar.
–¿Qué opinión tiene sobre la Educación Sexual Integral en las Escuelas?
–Por todo lo ya expresado considero que es imprescindible profundizar y asegurar el trabajo en ESI. No podemos desconocer la influencia de algunos sectores religiosos intentando frenar el avance y la implementación de leyes que garanticen los derechos sexuales y reproductivos de nuestras poblaciones, como si las políticas públicas de un país debieran estar sujetas a principios que, en todo caso, sólo deberían regir para quienes forman parte de esos grupos.
–¿Qué rol considera que puede tener la iglesia contra la violencia de género?
–Las comunidades de fe, basadas en el proyecto de vida buena que atraviesa la historia de la salvación, desde prácticas de contención, de encuentro con palabras y gestos de esperanza, desde el amor por la verdad y la justicia, son espacios que deberían facilitar el autoconocimiento, el encuentro con las propias capacidades, el reconocimiento del derecho a una vida digna, el fortalecimiento de la autoestima. Y por tanto, el desarrollo de sensibilidades necesarias para prevenir, acompañar y denunciar toda situación de violencia de género.
–¿Qué relación posible ven entre Iglesia y Estado? ¿Cuál es el rol de las mujeres allí?
–Creemos que es muy importante articular con el Estado; siempre desde una distancia crítica. Creemos que es muy importante asumir una tarea de incidencia pública. Las mujeres tenemos mucho para decir y hacer en la lucha por lograr las leyes que aseguren los derechos necesarios para una vida en plenitud, y en el acceso efectivo a la Justicia.
Por: Soledad Soler.
Este texto fue publicado originalmente por La Voz. Se reproduce aquí con la autorización correspondiente.