Se conocieron en un vuelo que partía desde Argentina a Europa, tras un encuentro de miradas y muchas cartas a la distancia, lograron consolidar su amor y formaron una hermosa familia. Después de varias vueltas por el mundo, hoy continúan su historia de amor en la provincia de San Juan.
Transcurría el año 1939 y la sangre de la Segunda Guerra Mundial recién comenzaba a derramarse en Europa. En el seno de una familia alemana nació una niña que se convertiría en la mayor de tres hermanos. Su madre letona y su papá alemán le desearon la mayor de las felicidades del mundo, pero lo que no sabían era que el azar haría que encontrara 30 años después al amor de su vida de la manera más inesperada del mundo.
A sus 8 años, Mikaela Ingrid Ursula Helfrich emigró junto a su familia a Argentina al finalizar la guerra, huyendo de la extrema pobreza en la que se sumergía Europa en ese entonces. Sus padres vivenciaron no solo el régimen nazi en su vida adulta, sino también la Gran Guerra en su niñez; por lo que el sacrificio y el duelo eran palabras mayúsculas.
La pequeña rubia de ojos azules se había convertido en una niña curiosa, coqueta e inteligente, de una belleza excepcional. A su llegada al país albiceleste, residió poco tiempo en Córdoba para después trasladarse junto a su familia a la ciudad de las luces.
En Buenos Aires comenzó a recibir educación primaria en el colegio Echeverría, una institución destinada a niños y niñas extranjeros; mayoritariamente inmigrantes de Italia, España, Alemania y Polonia debido a la guerra. Sin embargo, entre el primer y segundo gobierno de Perón, la escuela pasó por un proceso de nacionalización que hizo que el alumnado dejara de ser exclusivamente europeo.
Entre las complicaciones por entender el idioma y adaptarse a la vida argentina, transitó una adolescencia normal dentro de las circunstancias. Las amistades que hizo en esa etapa, la mayoría europeos, siguen presentes en su vida hasta el día de hoy.
A sus 18 años, su papá muere repentinamente de un infarto, dejándola a ella, como hermana mayor, a cargo de la casa y los gastos, ya que su madre nunca había trabajado. Entonces, Mikaela comenzó a trabajar en una casa de venta de muebles y decoraciones para mantener a su mamá y sus dos hermanos menores y solventar la casa.
Logró sacar su hogar a flote e hizo que nunca faltara nada para su familia. Sin embargo, ya en sus 30, sentía la necesidad de darle un giro a su vida. Un giro de 180°. Sentía un vacío que solo podía llenar con una simple, obvia pero a la vez inesperada cosa.
Cómo comenzó la historia de amor de la mujer alemana y el argentino que formaron su familia en San Juan
Eran los 70´, y con un ticket en mano, se dispuso a tomar un avión de regreso a Alemania con la intención de instalarse allí. Resulta que el pasaje estaba reservado en un vuelo inaugural, cosa que la tomó por sorpresa.
En ese mismo vuelo se embarcaba Eduardo Alonso, un joven porteño que, al igual que Mikaela, perdió a su padre de muy joven y tuvo que hacerse cargo de su mamá, su hermano y del campo que poseía la familia. Amaba la naturaleza y era jugador de polo.
Eduardo se dirigía a jugar a un club en Italia junto un amigo de la vida; casualmente, en el mismo avión que la joven alemana deseosa de reconocer sus raíces. Al ser un vuelo de inauguración, antes de embarcar había un cóctel en donde se reunían todos los pasajeros, asistentes de vuelo y pilotos.
El intrépido porteño no pudo evitar mirar a Mikaela ni correr la vista de su profunda belleza. Codeando a su amigo, le expresó “vas a ver como a esta rubia me la levanto” de una manera no muy romántica, pero anecdótica al fin.
Una vez arriba del avión, Eduardo buscó incesantemente la oportunidad para poder hablarle. En un momento, se acercó al asiento de la joven que estaba varias filas más adelante que él. Inclinándose sobre el apoya brazos de la butaca, se presentó ante ella con un “Alonso, mucho gusto”, y esa frase fue suficiente para iniciar una charla que se extendería todo el viaje.
Despegar los pies de la tierra hizo que todos sus planes se transformaran. Al aterrizar, prometieron mantenerse en contacto a pesar de la distancia. Ella, intentando comenzar desde cero su nueva vida en Alemania; y él, triunfando en el polo italiano pero con su vida en pausa en Argentina.
Durante su estadía en Europa se escribieron cartas cotidianamente. Conversaban, se contaban que habían hecho ese día, que se extrañaban mucho y declarándose ese amor que, una vez que se verbaliza, se hace real; y de la realidad no hay marcha atrás.
La gran última carta
Un día, Mikaela recibe una peculiar carta de Alonso. En ella, le pedía que se casara con él y que volvieran juntos a Argentina. La locura del amor fue más fuerte que cualquier plan creado por la razón y, sin pensarlo dos veces, la joven alemana agarró una birome, un papel, y le escribió desde lo más profundo de su corazón el monosílabo más esperado de Eduardo.
Regresaron a Argentina, se casaron y formaron una hermosa familia. Hoy en día viven en San Juan y tienen 2 hijos, Sonia y Martín, y 5 nietas: Petra, Ema y Sol, hijas de Sonia y su esposo José; y Catalina y Agustina, hijas de Martín y Carolina.
Cuenta su nieta Petra, a Vía San Juan, que cada vez que la familia se sube a un avión, recuerdan la historia de amor de sus abuelos y le hacen honor saludándose al sonido de un “Alonso, mucho gusto”, la frase que marcó sus vidas para siempre.