El peor enemigo habita en el espejo… también ahí vive quien puede salvarnos

Pasar del autocastigo a retomar el rumbo. Una perspectiva desde donde mirarnos, en tiempo de balance de fin de año. Por Sebastián Mealla*

El peor enemigo habita en el espejo… también ahí vive quien puede salvarnos
Ciertos estados internos impactan en lo cotidiano. Pasar del autocastigo a retomar el rumbo cambiará lo que nos devuelva el espejo.

En mis shows musicales aquí en Jujuy, antes de cantar una de las canciones que más me apasionan -“El Témpano”, de Adrián Abonizio- suelo decir una frase que al público y a mí nos queda resonando: “El peor enemigo habita en el espejo… pero también ahí vive quien puede salvarnos”.

Hay peleas silenciosas que no se ve desde afuera: las que tenemos con nosotros mismos cuando no cumplimos, no logramos o no estamos siendo lo que esperamos. No necesariamente lo que el mundo nos pide, sino lo que nosotros nos proponemos desde nuestras propias expectativas.

Cuando eso aparece, suele aparecer también el autocastigo. Y a veces algo todavía más difícil de nombrar: esa sensación de quedar “en deuda” con uno mismo.

Lo que comparto en este artículo es desde una mirada construida en mi experiencia como consultor y coach organizacional, observando cómo ciertos estados internos impactan en lo cotidiano: la familia, el ánimo, la actividad física, el trabajo… y, especialmente, en cómo nos conducimos con nuestros equipos.

DOS FORMAS DE CAER: ESTÁNDARES IMPOSIBLES… O ESTÁNDARES INEXISTENTES

A veces el problema parece claro: nos proponemos estándares demasiado altos, idealizados o rígidos. Pero hay otra forma más silenciosa: ni siquiera tenemos estándares claros. Sabemos que “queremos lograr más”, pero no definimos qué significa eso.

Ahí suelen aparecer deudas abstractas:

“¿Por qué hice o no hice…?”, “Tendría que haber podido más…”, “Nunca es suficiente…”

Sin métricas mínimas para referenciarnos, se vuelve una carrera interminable: crece la autoexigencia y, muchas veces, también la exigencia hacia los demás. Sin cierre, sin definición de etapa cumplida y —en el mejor de los casos— sin celebración, el castigo y el autocastigo encuentran terreno fértil.

El autor de la nota, Sebastián Mealla, dice que “el peor enemigo habita en el espejo… pero también ahí vive quien puede salvarnos”.
El autor de la nota, Sebastián Mealla, dice que “el peor enemigo habita en el espejo… pero también ahí vive quien puede salvarnos”.

LA COMPARACIÓN INJUSTA: MEDIRNOS CON BASES DISTINTAS

Otra trampa clásica es compararnos sin contexto. Nos medimos con alguien que tiene otra historia, otro cuerpo, otro tiempo, otra red, otra estabilidad.

En el deporte suele verse, por ejemplo, cuando un atleta que vuelve a entrenar después de meses se compara con su mejor versión pasada, o con un amigo que entrenó todo el año. ¿Resultado? En vez de motivación, solemos generarnos bronca, culpa y resignación. Y eso, tarde o temprano, se paga en el ánimo, en la conducta… y también en los resultados.

En empresas puede darse cuando dueños de PYMEs se comparan con empresas de otro tamaño, otro capital, otra industria, otra red. Y terminan convirtiendo una diferencia de condiciones en una condena personal.

EL CIRCUITO: DEL IDEAL AL POZO

En la vida cotidiana suele repetirse una secuencia conocida:

1. Ideal o deuda difusa: “debería poder con todo” / “tengo que estar mejor”.

2. Incumplimiento real: algo no sale, lo postergo o lo dejo caer.

3. Culpa y arrepentimiento: “¿cómo pude?”, “otra vez”.

4. Enojo con uno mismo: frustración, bronca, desilusión.

5. Autocastigo: nos hablamos peor, nos endurecemos, nos quitamos permiso para disfrutar.

6. Estado de ánimo cerrado: resignación, pena, lástima, irritabilidad, apagón.

7. Derrame hacia los demás: impaciencia, exigencia, críticas, distancia o silencio.

Ese derrame es clave: deja de ser un tema íntimo y se vuelve relacional. Y cuando esto ocurre en quienes lideran —dueños, gerentes, jefaturas— impacta en equipos, decisiones y clima de trabajo.

CULPA NO ES RESPONSABILIDAD

Sentir culpa puede ser útil si nos conecta con un valor: “esto me importa”. El problema es quedarnos ahí. El autocastigo se parece a responsabilidad, pero suele ser lo contrario: es una forma de inmovilidad.

La pregunta que cambia la historia es simple:

¿Esto que me digo me ayuda a salir… o me hunde más todavía?

Porque hay una exigencia que construye y otra que destruye. La diferencia no está en querer mejorar: está en si existe o no reparación.

EL PUNTO DE INFLEXIÓN: DEL LÁTIGO A LA REPARACIÓN

En el trabajo con equipos directivos veo algo repetirse: las personas no se quiebran por fallar, se quiebran por no saber qué hacer con el fallo.

La salida no es “ser blandos”. Tampoco es justificar o autojustificarnos. La salida suele ser más adulta: Nombrar – Asumir – Reparar.

1) Nombrar (sin dramatizar).

No es “soy un desastre”. Es: “me estoy castigando porque no cumplí con X” o “porque no tengo un parámetro claro de adónde quiero llegar”.

2) Asumir responsabilidad (sin humillarse).

  • Esto pasó.
  • No puedo cambiar lo que pasó.
  • Sí puedo cambiar lo que hago hacia adelante.
  • Y puedo cambiar cómo interpreto el pasado.

Esto último libera: el pasado puede ser sentencia (“así soy yo”), o escuela (“aprendí esto”).

3) Reparar (aunque sea mínimo).

La reparación es nuestra bisagra emocional. No hace falta que sea épica: hace falta que sea real y sostenida.

Para esto, comparto un ejercicio que puede ayudar. Es el siguiente:

“REPARACIÓN EN SIETE DÍAS”

  • ¿Qué me estoy cobrando exactamente?
  • ¿Qué valor o valores estaban en juego? (salud, palabra, disciplina, familia, aprendizaje).
  • ¿Qué acción mínima lo honra esta semana? (medible y posible).

En deporte sería: volver con un plan cumplible, no con una fantasía. En empresa sería: una conversación valiente con fecha determinada, un acuerdo con estándares claros y un hábito de seguimiento.

La reparación manda un mensaje interno: “Me ordeno, acciono, puedo volver a empezar”.

VOLVER A EMPEZAR: RECONOCERME HUMANO

Volver a empezar no es negar el pasado. Es reconocer que soy humano: que puedo caer y que puedo elegir dar un paso hacia adelante.

El pozo suele cavarse con definiciones absolutas (“nunca”, “siempre”, “todo o nada”).

Podemos empezar a salir con algo simple: un compromiso pequeño, concreto, repetible.

EL ESPEJO DEL LÍDER SE REFLEJA EN EL EQUIPO

Cuando un líder se castiga, suele compensar con sobrecontrol (rigidez, microgestión, impaciencia) o con evasión (postergación, silencios, decisiones tardías). El equipo lo siente. Y aparece una cultura donde el error no se repara… se oculta.

Y cuando se oculta, se pone en juego lo más valioso que tenemos en nuestras relaciones: la confianza.

PARA FINALIZAR

Los estándares pueden ser faros. Pero si son difusos, se vuelven deuda.

Y si son látigos, pueden convertirse en una cárcel.

Por eso, una regla práctica:

Estándares altos, sí. Pero claros y medibles. Autocastigo, no. Reparación, siempre.

Usemos la energía para salir del pozo lo más rápido posible.

El peor enemigo puede estar en el espejo… pero también ahí vive quien puede salvarnos: reconocernos seres humanos, hacernos cargo, ordenarnos y volver a empezar.

Este artículo no reemplaza acompañamiento especializado cuando la situación lo requiere.

(*) Contador, consultor y coach organizacional. Acompaña procesos de liderazgo y crisis, conversaciones difíciles y coordinación en equipos directivos de PYMEs.