"En un máximo de 40 años, el cáncer podría ser algo crónico y no catastrófico". La frase no sería mucho más que una expresión de deseos bien intencionada sino fuera dicha por Chris Round, una de las cabezas visibles del gigante farmacéutico alemán Merck, especializado en la investigación de medicamentos oncológicos de nueva generación. Esta predicción de Round, pronunciada hace un par de semanas, habla del estado de optimismo que se vive en estos tiempos en las trincheras de la lucha contra el cáncer. En el ámbito científico no suele verse con buenos ojos las "ventas de humo" que puedan generar ilusiones prematuras entre los enfermos y sus familias sobre la curación o "cronificación" de sus dolencias. Y es por eso que el vaticinio de Chris Round es algo para tomarse bastante en serio: la manera en la que nos enfrentamos al cáncer está cambiando para siempre y está cambiando ahora.
La palabra clave de todo esto es "inmunoterapia". En torno a este concepto viejo como el mundo (la milenaria capacidad de un organismo de sanarse a sí mismo) se está librando la batalla más exitosa contra un mal que en sus distintas variantes mata a más de 8 millones de personas a nivel mundial. Tras muchos años en los que el centro de casi cualquier tratamiento contra los más extendidos tipos de cáncer era la quimioterapia, sus avances y combinaciones con otros tratamientos parecían haber tocado techo. Las inmunoterapias están ahora produciendo un salto que se esperaba y se buscaba desde hace mucho tiempo, un cambio de paradigma que está abriendo esperanzas para miles y miles de afectados en la actualidad, pero también proyectando saltos aún mayores en un futuro cercano.
Es probable que estos nombres se olviden dos segundos después de leerlos. Pero igual vale la pena hacerles el honor: Pembrolizumab, Ipilimumab, Nivolumab, Atezolizumab, Avelumab, Durvalumab… Son algunas de las drogas que protagonizan la actual revolución de la inmuno-oncología. Explicado bien a lo bruto: en vez de atacar los tumores, las inmunoterapias le dan herramientas al organismo para defenderse solo. Logran que los linfocitos T puedan desactivar los mecanismos de defensa del tumor para golpearlo hasta hacerlo remitir. La historia entera es un poco más compleja (antígenos, inhibidores, biomarcadores, péptidos)… Lo importante es que esas drogas con sus nombres impronunciables –conocidas como inhibidores de puntos de control inmunitario- le están permitiendo a nuestro sistema inmune identificar a las células cancerígenas, que era uno de los desafíos insalvables que imponía esta enfermedad. Y lo más alucinante es que impulsan a que el cuerpo se sane a sí mismo, al punto que hay casos en los que -aun dejando la medicación- el propio organismo sigue adelante contra el tumor. Un concepto complejo y a la vez sorprendentemente natural (estimular al cuerpo a sanarse solo), que no está muy lejos de los preceptos de la homeopatía, tan denostada por amplios sectores de la comunidad científica.
Las pruebas de drogas inmuno-oncológicas se concentraron inicialmente en variantes de cáncer de pulmón (el que más muertes causa en el mundo) y melanomas, pero se calcula que de aquí a 10 años serán parte del tratamiento efectivo del 60% de los tipos de cáncer. En 2016, la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica) aprobó en la Argentina el uso y comercialización de Keytruda (Pembrolizumab) -desarrollada en nuestro país por el laboratorio MSD-, dos años después que la droga fuera autorizada en Estados Unidos. Actualmente, esta droga actúa en más de 30 tipos de cáncer, entre los que se incluyen el gástrico y los de pulmón, vejiga y cabeza y cuello. En su momento, para presentarla en la Argentina, se difundieron testimonios de médicos de países en los que Keytruda ya había sido introducido y mostrado sus resultados: "Este nuevo medicamento no se enfoca en el tumor sino en el sistema inmune, con el objetivo de ayudarlo a luchar contra la enfermedad", explicaba la oncóloga española Ana Arance, del prestigioso el Hospital Clínic de Barcelona. "En este tiempo fuimos testigos de cómo, además de permitir al sistema inmune conocer y atacar las células cancerígenas, la inmunoterapia le brinda una memoria de larga duración para que las recuerde a lo largo del tiempo y continúe atacándolas".
¿La vida es un bien de lujo?
"No quiero ver un mundo en el que solo los más ricos puedan permitirse los tratamientos oncológicos más avanzados", dice Charles Swanton, eminencia mundial en investigación oncológica, particularmente en el ámbito del comportamiento genético de los tumores. Este reconocido científico británico, médico jefe del Cancer Research del Reino Unido, suele alertar sobre la muy latente posibilidad de que las desigualdades que campean en la sociedad tengan su correlato en el acceso a las actuales y futuras terapias contra el cáncer. "La inexorable escalada de los precios de los medicamentos del cáncer es el mayor problema que enfrentamos en oncología", afirma Swanton. "En algún momento vamos a tener un debate muy serio sobre cómo los sistemas sanitarios de cada país van a afrontar esto y como lo harán los países en vías de desarrollo".
El tema es complejo, ya que no se trata de comprar un reloj de lujo o de viajar en primera, sino del hecho que una persona pueda seguir viva o no según sus posibilidades económicas. La revolución de la inmuno-oncología trae consigo un debate que tarde o temprano va ocupar el centro de la escena: un cambio de paradigma que demandará decisiones científicas, éticas, comerciales y, finalmente, políticas. Los medicamentos (sobre todo los que "cronifican" enfermedades anteriormente mortales, como los del HIV) no son un producto cualquiera. Cuesta millones desarrollarlos y testearlos y las empresas costean muchas investigaciones que no llegan a nada hasta dar en el blanco con drogas que realmente sirvan y permitan recuperar lo invertido. Pero no se puede dejar fuera del análisis a los aspectos éticos y las voces que con cada vez más volumen señalan que las grandes empresas farmacéuticas –el llamado conglomerado "Big Pharma"- se comportan de manera cartelizada, definiendo en mesas cerradas el precio de los nuevos tratamientos que entrarán en el mercado y presionando para que sean los Estados los que costeen el acceso a las nuevas drogas.
"No podemos decirle a los países que hagan accesibles los medicamentos a todo el mundo o cuánto gastar en coberturas. Nuestro papel es encontrar curas y que se pongan a la venta a precios razonables", sostiene Chris Round, del laboratorio Merck. Y después repite el mantra habitual de la industria farmacéutica cuando es interpelada acerca de sus soberbias ganancias: "Defender la propiedad intelectual de la patente es la manera de recuperar la inversión. Solo tres de cada 10 fármacos se rentabiliza. Ese tiempo de exclusividad es necesario para financiar nuevas investigaciones".
Según cifras de la propia empresa, el año pasado Merck facturó 15.327 millones de euros y obtuvo beneficios por 4.414 millones de euros (más de 5.000 millones dólares). Lo que, a simple vista, parecería un margen suficiente como para encontrar un punto de equilibrio entre la igualdad de acceso a esta nueva era de la medicina y la posibilidad de que las farmacéuticas puedan seguir invirtiendo en investigación y desarrollo.